Vigésimo noveno acto

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En el otro extremo de la ciudad, Jimin no consiguió conciliar el sueño después de que su guapo mesero se despidió por décima novena vez antes de salir por la ventana y desaparecer en la madrugada de nuevo. El rubio permaneció en su cama unos minutos no queriendo volver a aterrizar los pies en su realidad, no queriendo asumir de nuevo su vida, hundiendo la cara en el espacio vacío que dejó Namjoon al salir de la cama, concentrando su atención en el aroma mezclado entre su propio shampoo y el olor natural que el moreno había dejado en las sábanas, estaba recopilando los últimos rastros de él antes de tener que salir de la cama para poder tenerlo consigo el resto del día.

Hacia las cinco de la mañana sale por fin de la cama porque no puede volver a dormir, pues el vacío que siente cuando Namjoon se va es un poco más devastador que el que siente cuando, después de sus orgasmos, el mayor sale de su interior.

Baja las escaleras pesado, con las sandalias flojas haciendo ruido en la madera y va derecho a la cocina por un vaso grande de agua porque está exhausto, entre el sexo en la regadera y luego llorar porque nunca nadie lo había querido como Namjoon lo hace ha quedado deshidratado y cansado, pero también más aliviado al poder enfrentar a su madre teniendo la ventaja de las caricias de Namjoon ahí para consolarlo y no tener que cargar con todo por su cuenta.

En su camino de salida se lleva una mandarina que encuentra por ahí y casi la tira cuando al volver hacia el comedor ve a un Sangbum —que no vio al llegar— en pijama, iluminado solo por la luz azul de su computadora portátil. Está sentado a un lado de la cabecera del comedor, encorvado sobre la pantalla y escribiendo cosas muy rápido, Jimin hace una mueca extrañada.

— ¿Qué haces ahí tan temprano? —pregunta el rubio recargándose en el marco de la puerta de la cocina, comenzando a pelar la fruta sin prisa.

— ¿Ya se fue tu novio el mesero?

Jimin se detiene en seco durante dos segundos antes de seguir tirando de la cáscara con las uñas. Fingiendo cordura y despreocupación va a sentarse en la silla frente al hombre sin mirarlo.

—Espero que haya tenido cuidado... —habla de nuevo Sangbum, tomando un trago de algo que tiene en una taza, probablemente café—... al salir y no haya dejado huellas en el marco debajo de la ventana porque eso les va a traer problemas.

Jimin afila la mirada. ¿Qué se cree? ¿Qué tanto sabe? ¿Le habrá dicho algo a Chinsun ya? ¿Y si está ahí sentado porque la está esperando y a Jimin le aguarda la jodida de su vida? Respira hondo, desde donde está puede ver bien a Sangbum por la luz de la computadora, pero no sabe si él puede verlo, sabe que no le conviene mostrarle que la ansiedad lo carcome un poquito más cada segundo, así que procede a quitar un gajo de la mandarina y masticarlo lentamente.

— ¿Tú cómo sabes eso? —escupe no particularmente con tono sereno. La verdad es que se está cagando de miedo, pero no lo demostraría.

—Pues... —el hombre encoge un hombro y por la pausa que hace y su voz Jimin asume que está sonriendo, esa mierda le divierte— No fueron precisamente discretos, así como yo no soy imbécil para que hayas creído que me verías la cara.

Jimin podría respaldar perfectamente un argumento en contra de eso último, si no hubiera sido por su madre y su muy oportuna llamada, está seguro de que el traga moscas nunca se hubiera enterado de nada, pero prefiere dejarlo pasar, rezongarle a él no va a ayudar en nada, además de que la visita de Namjoon lo ha dejado de un humor que ni el faldero entrometido puede arruinar.

Ninguno dice nada durante unos minutos, el mayor está muy concentrado en la computadora y Jimin se distrae un poco quitándole las semillas a los gajos de la fruta mientras piensa qué será prudente decir después. Los atraparon, sí, ¿pero qué puede hacer con eso? No le quedan muchas opciones.

Estrella Fugaz » pjm + knjDonde viven las historias. Descúbrelo ahora