Primer acto

415 44 2
                                    

Park Jimin cree que las oraciones que se hacen justo antes de dormir son las más sinceras y reales, pues es el último ápice de cordura con el que le pides a un Dios, casi implorando, que te ayude a seguir, que te regale algo más de resistencia y valor porque estás seguro de que puedes con ello.

Es eso que pides con tantas fuerzas antes de caer en los brazos de la inconsciencia y tal vez, sólo tal vez, Dios sea tan misericordioso como para apiadarse de ti y hacer que abras los ojos en la mañana para seguirlo intentando.

Pero anoche... lo olvidó. Llegó a casa y, en cuanto su cabeza tocó la suave superficie de la almohada, cayó rendido y olvidó orar por su bienestar del día siguiente. Orar en las mañanas no tiene la misma sensación curativa que en las noches, por lo que este día está siendo más tedioso que de costumbre.

Su instructor le habla, pero él no lo escucha porque no hay cosa que ese señor diga que él no sepa ya. Se muerde los labios resecos y cierra los ojos, respirando profundo ante el dolor en sus pies que nubla la molesta voz de su sunbae-nim.

—Estás desconcentrado.

Jimin sube a verlo con expresión sombría.

"¿Cómo mierda no voy a estarlo?" Tiene ganas de gritarle, "si con el estómago vacío apenas puedo pensar".

No lo hace, asiente pesado dándole le da la razón y secándose el sudor de la cara con el borde de su camisa. El pecho le duele.

Toma aire y regresa a su posición inicial, intentándolo de nuevo. Su pie descalzo se traba con el piso y pasa lo insólito: el estruendo hace eco en el enorme teatro cuando se cae y tiene suerte de poner la mano antes de su cabeza se estrelle contra el piso.

Es la gota que derrama el vaso.

Jimin, en medio del punzante dolor de sus rodillas, sólo puede escuchar al instructor gruñir y tirar encima de la cola del piano la carpeta que tenía en manos, furioso.

—Ve adentro y mete los pies en hielo, lávate la cara, toma agua, ¡no sé! Pero haz algo para que se te quite la mierda que sea que tienes y vuelve cuando hayas decidido que no eres un maldito principiante.

Lo deja solo en medio del escenario del teatro y Jimin suspira, cayendo sobre su trasero para reunir fuerzas para levantarse e ir a hacer lo que le ordenaron.

A los once años, eso le habría hecho llorar a cántaros; sin embargo, ahora no es más que un recordatorio de aquello que tiene inminentemente prohibido. Equivocarse simplemente no es una opción, tampoco lo sería nunca.

Hace todo lentamente, soltando pequeños gemidos de dolor con cada movimiento. Los brazos le pesan. Se sienta en una de las sillas del camerino y Jungkook se ríe al verlo estremecerse y maldecir cuando mete los pies en el agua con hielo.

—¿De qué te ríes, imbécil? —pregunta al menor con voz rasposa, recostándose contra espaldar de la silla y cerrando los ojos en un intento de relajarse. No lo logra, cada músculo sigue tenso como liga.

—Me río de ti, ¿no es obvio?

Jimin bufa.

—Jódete. ¿Qué haces aquí a ésta hora? ¿En dónde están tus padres?

—Les dije que no vinieran por mí hoy —Jungkook suspira—. Tae y yo saldremos, pasaré la noche con él.

—Y déjame adivinar: les dijiste que te quedarías en mi casa.

Jungkook frunce la nariz, haciendo una mueca mientras termina de anudar los lazos gruesos de sus botas y guarda sus zapatillas en su bolso.

—Hyung, ya te dije que lo lamento por involucrarte, pero no estoy listo para confesarle algo a mi familia y tú lo sabes. Sabes cómo es todo esto.

Estrella Fugaz » pjm + knjDonde viven las historias. Descúbrelo ahora