Capítulo 41

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De pequeños queríamos tener tatuajes. Recuerdo que la idea surgió por las heridas en el cuerpo de mamá. Ella solía decirnos sobre sus marcas, que fueron realizadas al lograr salir del infierno y las lucía porque logró hacerlo victoriosa. Eran tatuajes dejados en todas las veces que fue valiente y no se rindió.

Nosotros queríamos ser valientes, como mamá.

Promediábamos los trece años, cuando Gregory y yo empezamos a materializar ese sueño. Habíamos visto diferentes tatuajes. El de David Rogers y Alexis Ivannov, era una enorme cruz en el pecho, una rosa, una estrella y diversas figuras extrañas, el de Ivana un escorpión y una fecha

El de Sergey era un verdugo. El único que quiso mostrarnos. Lo hizo en la época en que servía de escolta a Amelia y a Rogers. Mucho antes que la oscuridad de su organización lo arropara y lo convirtiera en el ser que fue en sus últimos días.

Decidimos imitar uno de mamá, en vista que los otros no nos gustaron. Ya para ese momento sabíamos que eran cicatrices, aunque no los motivos. Mamá tenía una herida en particular que llamó nuestra atención. Era la marca perfecta de la hebilla de un cinturón en su muñeca.

Luego de salir a la escuela le pedíamos al chófer dar una vuelta "por allí". Nuestro único fin era buscar un lugar correcto. Buscar el sitio nos llevó días. Logramos ubicar una calle en donde había muchas tiendas de tatuajes, ilegales o de lo contrario no nos los harían.

Escapar de casa era complicado, pero ese día salió perfecto. Conocimos el lugar al que iríamos, los horarios los vimos por la ventana del auto y el dinero fue ahorrado de nuestra mesada.

Alcanzamos a llegar a la puerta de la tienda, unas manos de posaron en nuestra espalda. Papá dedujo que algo tramamos, nuestra repentina quietud y los detalles dados por el soplón del chófer cavaron nuestra tumba.

Derrotados y con nuestro plan desnudo regresamos a casa. No estuvo tan mal el castigo o quizás sí. Un mes sin salir. No fue eso lo verdaderamente malo, mamá nos contó el porqué de sus heridas, marcas y cicatrices. No lloró o sintió pesar por ella al narrar lo sucedido. Lo hizo como si de quien hablara hubiera muerto en ese secuestro.

Desde niños mamá era nuestra reina, aunque papá era el que patrocinaba nuestras locuras, sabíamos que nuestro deber era amarla, igual o mejor que como papá la amaba. Aquel verano la amamos aún más. Con más ahínco quisimos imitar aquella cicatriz, no queríamos esperar a ser mayores. Algo que papá nos sugirió al ver que insistimos en eso.

Consideramos que con algún objeto de metal lo suficientemente caliente nos daría aquella forma y expuesto al fuego sería genial. Nos hicimos de varias cosas de la cocina, reíamos ante las quejas de la ama de llaves de aquel entonces, por la desaparición de cucharas, tenedores y demás.

Cualquier objeto de metal era revisado cuidadosamente y comparado con la cicatriz de mamá.

Una cuchara pequeña en forma de hoja, que Gregory sacó de la azucarera del té de mamá, dio luz a nuestra idea y la chimenea de nuestra habitación el resto. Estando ambas cosas en nuestro poder, solo nos quedaba las ganas.

Y ambos teníamos mucha.

"—Yo lo hago primero". Me brindé emocionado, queriendo demostrar a mi hermano mayor que era más valiente que él. Por largos minutos sostuve la pinza que tenía el objeto. La vi cambiar su color hasta que obtuvo un color rojo incandescentes.

"—Está perfecto" susurró Gregory animándome a que extendiera el brazo. Metió un pañuelo en mi boca y tomó la pinza con la cuchara que había dejado en el suelo.

Lloré, preso del dolor insoportable que me producía el objeto en mi piel. En ningún momento Gregory desistió de su labor y yo me llené del poco autocontrol que a mis trece podía tener. Lo soporté hasta el final, limpié mis lágrimas y solté retiré el pañuelo de mi boca.

¡Jefe! ¿Yo qué?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora