Capítulo 1. Prueba de embarazo

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Esa tarde, al volver a casa, Sasha decidió ir directamente a la cama, pues se encontraba extenuado. No era costumbre en él dormir al regresar de clases, su rutina era llegar de la universidad, hacer su tarea y todavía se daba el tiempo para preparar una cena sencilla para cuando Nathan llegara después de su segundo empleo, pero durante la última semana se había sentido tan cansado que solo quería descansar.

Esa mañana Claire le había llamado como solía hacerlo a menudo, pues con el paso del tiempo se convirtió en una muy buena amiga en quien podía confiar y cuando se enteró de lo que pasaba, emocionada y casi a gritos, le anunció que eran síntomas de un embarazo.

Eran esas palabras las que no lo dejaban conciliar el sueño esa tarde a pesar del cansancio, aunque le aseguró en ese momento que no era posible pues siempre usaban preservativos, pero recordó que unas semanas atrás, durante el vigésimo séptimo cumpleaños de Nathan, el preservativo se había roto. Tomó una píldora de emergencia al día siguiente, sin embargo, sabía que no tenían un cien por ciento de efectividad.

¿Podría ser?

Convencido de que no iba a conciliar el sueño, se levantó del sofá y miró nervioso su bolso. Había comprado una prueba casera de embarazo de camino a casa, pero temía realizarla. No sabría qué hacer si resultaba positiva.

Además, no sentía más síntomas que el agotamiento. Su pecho no dolía, no tenía cambios de humor, ni náuseas, todo seguía normal. Trataba de convencerse diciendo que quizás se debía al cambio de estilo de vida, pues comenzó la universidad apenas en septiembre después de tomarse un largo descanso de cuatro años tras terminar el bachillerato, su cuerpo finalmente estaba resintiendo el haber llevado una rutina nada saludable y ahora cambiarla de pronto.

Después de unos minutos meditándolo llegó a la conclusión de que no debía dejarlo pasar. Lo mejor para todos era que hiciera la prueba lo antes posible, así podía descartarlo e ir con el médico para tratar cualquier enfermedad que le estuviera causando los síntomas.

Los minutos que la prueba necesitaba para darle un resultado le parecieron eternos. Sentado en la tapa del inodoro jugaba con sus dedos mientras bailoteaba su pierna. Cuando la alarma que programó en su celular sonó, tomó el test de inmediato.

Un nudo se formó en la boca de su estómago al descubrir las dos franjas. Volvió a tomar la caja para observar las instrucciones. No podía ser cierto, pero lo decía claro: dos líneas era positivo y eso significaba embarazo.

Se llevó las manos al vientre con los puños cerrados con fuerza. Su corazón aumentó el ritmo, sus ojos estaban desorbitados y sentía que no podía respirar además del rostro frío. Todavía con el mismo sentimiento de incredulidad salió rumbo a la sala donde ocupó lugar en el sofá frente al televisor. No perdía de vista las dos líneas rosadas, una más clara que la otra, pero ambas muy notorias.

Era verdad. Esperaba un bebé de Nathan. Un atisbo de sonrisa se asomó en sus labios por la idea de un pequeño ser con los rasgos de la persona que amaba, quizás con el color de su cabello o esos hermosos ojos verdes que lo hipnotizaban. De lo que si tenía completa seguridad era de que sería tan perfecto como él. Su felicidad estaba por desbordarse, hasta que recordó un minúsculo destalle: su novio no quería tener hijos.

Su sonrisa se borró. Ahora sí que sentía nauseas.

Una de las primeras conversaciones que tuvieron cuando decidieron vivir juntos hacia un año, era precisamente sobre su deseo de tener hijos. Aunque Sasha no había pensado mucho en eso, su novio fue muy claro al respecto: no estaba en sus planes. Él estuvo de acuerdo y por ello se cuidaban cada vez.

¿Qué iba a hacer ahora? Si se lo decía, ¿qué diría Nathan? ¿se molestaría? ¿lo dejaría?

No, Nathan no era de los hombres que huían de una responsabilidad tan grande, pero si no deseaba tenerlo, ¿iba a sugerirle un aborto? La idea le hizo aferrarse un poco más a su vientre. No estaba seguro de poder o querer hacerlo, mas tampoco creía ser capaz de criar solo a un niño en caso de que su novio decidiera romper la relación.

Pensó en demasiadas cosas, miles de formas de darle a su novio la noticia y en las muchas posibles respuestas que él le daría, pero todavía no se sentía preparado para enfrentarlo cuando la puerta del pequeño apartamento que compartían comenzó a moverse: Nathan había llegado.

—¡Hey! —saludó con su enorme sonrisa ladina de dientes blancos cuando cruzó el umbral.

—¡Hey! —respondió con una tenue sonrisa.

Era esa la manera en la que se saludaban todos los días, desde que eran solo amigos y no había cambiado con el paso de los años. Nathan pareció notar su extraño semblante, pues frunció ligeramente el ceño al acercarse para darle un beso en los labios.

—¿Pasó algo? —preguntó después de besarlo.

—N-no, solo estoy cansado, lo siento. —Inmediatamente se esforzó para disimular mejor su shock y rodeó su cintura con sus delgados brazos, suspiró al apoyar su mejilla en su pecho. Ahora mismo sentía que todo lo que necesitaba era un abrazo suyo—. ¿Cómo te fue hoy?

—No vayas mañana a la universidad. —Sugirió Nathan ignorando su pregunta—. Te estás exigiendo demasiado, descansa un par de días y verás que tus energías se renovarán.

—Estoy a mitad del trimestre, —espetó divertido, pero sin levantar el rostro— y es el primero, no puedo ser tan irresponsable. Solo dormiré temprano hoy.

—De acuerdo. —Aceptó. Depositó un beso en su cabeza y después de acariciar su espalda con suavidad, rompió el abrazo y se dirigió a la cocina.

Su casa era muy pequeña, la sala y la cocina compartían el mismo espacio, apenas separados por una barra con cuatro banquillos. No contaban con comedor. Tenían un baño completo y dos habitaciones, una de ellas utilizada a modo de estudio de arte para Nathan. Sasha se había encargado de crear un ambiente acogedor en el apartamento, con muebles cómodos que aprovechaban el lugar tanto como fuera posible.

Nunca le había importado tener tan poco espacio, solo eran ellos dos y realmente quería estar siempre cerca de él, pero ahora no pudo evitar pensar en si era buena idea crían a un hijo en ese lugar.

Contaban con la solvencia económica para mantenerlo, pero él era un estudiante. No era tan joven, sin embargo, tampoco tenía la madurez necesaria.

—Entonces, ¿pizza o sushi para cenar? —preguntó Nathan desde la cocina.

Había estado hablando todo ese tiempo y no lo escuchó. Qué tonto.

—No te preocupes, cocinaré algo rápido. —anunció al acercarse con prisa a la nevera. No podían realizar gastos innecesarios si querían...

Pero Nathan no quería. Se detuvo a medio camino y apretó los labios en una fina línea.

—Pensándolo mejor... quizás una pizza está bien. —Sonrió lo mejor que pudo.

No podía decirle.

No debía tenerlo.

Un regalo sorpresa. [Agosto de mpreg]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora