Capítulo Cuatro

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El día había empezado mal.

Quizá era un presagio.

Llovía a mares, la corriente de aire lo hizo tambalear; debieron suspender las clases, pero no, no quisieron perder el día de clases. Aceleró el ritmo. No pasó ningún bus, puesto que llovía tan fuerte algunos derraparon y cayeron caput muertos. Eran pocos casos hasta el momento, nada por lo que debían preocuparse.

Honestamente, otra vez fueron irresponsables con el bienestar de sus estudiantes y el personal administrativo.

Llegó a duras penas y fuera de tiempo. Otro tipo estaba igual de tarde que él, lo miró de pies a cabeza y sonrió.

—¿Te conozco? —alzó la voz, él estaba en la entrada y Pepe unos pasos más allá sujetándose de una banca.

—¡No! —gritó también, fue caminando hasta aquel tipo se veía pálido y alto, como dos cabezas más, una jirafa o tal vez él era un duende.

—¡Tú eres el que trae loco a Juancho! —afirmó con una sonrisa—. Un gusto.

—¿Eh?

—Sí, no nos habló de ti, pero sé que eres tú. Además, corrió a abrazarte en un entrenamiento, no lo hace por cualquiera. Mejor dicho, por nadie, ni cuando desapareció mi pelusa me dio un abrazo.

Exageraba, pelusa regresó a las horas.

—¿Y quién eres? —cuestionó receloso.

—Kevin —extendió su mano, Pepe desconfiando lo apretó—. No iba a venir. Pero tenía examen. Por eso estoy tarde.

—Yo igual —respondió con una mueca de sonrisa—. Mi mamá me tiró de la cama.

—Vamos, hace un frío horrible.

Entraron juntos, Pepe no quería ser descortés con el alfa, era amigo de Juan Manuel. Luego le contaría con la clase de omega con que salió, es un idiota maleducado y sobre todo un engreído, diría para mofarse de él. Pensamientos ridículos, suspiró.

¿Nunca lo había hecho por nadie? En sus mejillas se notó un leve tono carmín. Sabía que se había equivocado con Juan Manuel, pero, otra vez, ya lo había arruinado todo con él, y prefería dejar las cosas así. Dolía no encontrarlo en la entrada esperando por él, sabía que no lo haría, suspiró.

—¿Tuvieron problemas?

—¿Quién?

—Juancho y tú —mencionó con obviedad.

—Oh... Algo, sí.

—Se notaba. No dejas de suspirar.

Se avergonzó un poquito. Su comportamiento evidente y en frente de su amigo.

—Nos persigue la mala suerte.

No le dijo nada, sonaba extraño a lo que se refería. Pasaron por su clase, al fondo estaba Juan Manuel, logró verlo, pero no quiso hacer contacto visual; pasó rápido.


—Buenas, profe, me quedé dormido —comentó Kevin, su profesor giró los ojos y dejó que entrara.

—¿Qué hacías con Pepe? —acusó Juan Manuel.

—Me lo encontré.

—Pensé que no vendrías —le dijo en tono confundido Carlos.

—¿Te dijo algo sobre mí? —interrumpió el rubio.

—No realmente, Juancho. Tampoco es como si fuéramos amigos. Solo hablamos de manera casual.

Un olor peculiarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora