CAPÍTULO XXI (POLAROIDS)

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Pasé toda la madrugada sumida en un llanto incontenible, y ahora mismo, mis ojos se encuentran hinchados y mi rostro está teñido de un tono rojizo por las lágrimas derramadas.

—Hola —Diane me saludó tímidamente al entrar en la habitación. Sin embargo, no pude reunir la energía para responderle con un simple "hola". La tristeza me abrumaba por completo, y mi estado de ánimo estaba por los suelos. Diane se acercó y se recostó a mi lado, abrazándome con ternura.

—Mis ojos están ardiendo —me quejé, y mi prima respondió a mi lamento con un dulce beso en la nuca.

—Siento mucho lo que estás pasando —expresó con un abrazo reconfortante.

—No creo que puedan aceptarlo nunca —sollocé.

—Claro que lo harán —contradijo con determinación—. Sabes que no será fácil, pero no pueden evitarlo.

—He estado pensando en esto toda la noche, y si mi papá llega a enterarse, estoy en serios problemas, Diane.

—¿En qué sentido?

—Adiós dinero, adiós fideicomiso para la Universidad...

—Auden, Caroline no le dirá nada a mi tío. Ella sabe que eso te afectaría mucho. —Diane me interrumpió con palabras de aliento

—La verdad es que ya no estoy segura de lo que mi mamá sería capaz de hacer —me incorporé en la cama y sequé mi rostro, que todavía estaba empapado de lágrimas.

—Comprendo cómo te sientes. Mi mamá tampoco acepta a Jack —murmuró con tristeza.

—¿Por qué tienen que comportarse así? —pregunté mientras juntaba mis piernas contra mi pecho, abrazándolas.

—Solo nos queda esperar a que los acepten, no hay otra opción —aconsejó Diane, levantándose de la cama—. Ahora, debes levantarte y bajar a cenar. No has comido nada desde ayer por la noche.

—No tengo hambre.

—Por favor, no me dejes sola. El desayuno hoy fue muy incómodo —suplicó, juntando sus manos en un gesto suplicante.

—Está bien —suspiré y me levanté de la cama—. Pero primero, me daré una ducha.

—Apúrate, porque cuando subí escuché a mi madre decirle a Caroline que la comida casi estaba lista —apresuró Diane antes de salir de la habitación.

Tomé una ducha lo más rápida posible, aunque la sensación del agua cayendo sobre mi cuerpo era lo único que conseguía relajarme en estos momentos. Luego, me vestí con unos jeans y una camiseta ajustada antes de dirigirme a la cena. Las tres ya estaban sentadas, y al escuchar mis pasos, giraron la cabeza para mirarme al unísono.

—Hola, cariño, ven a cenar —invitó Olivia mientras servía lo que parecía ser un delicioso puré de papa en un elegante plato.

La hipocresía de Olivia me irritaba profundamente. Actuaba como si no hubiera tenido nada que ver con la llegada de mi madre desde México, acusándome de estar "descontrolada". Mi frustración crecía con cada segundo que pasaba en esa mesa.

Me senté junto a Diane, quien tomó mi mano con una expresión de alegría en el rostro. Intenté comer, pero mi apetito se había esfumado, así que solo jugueteaba con la comida, esperando que nadie notara mi desinterés. El silencio en el comedor era tan incómodo que incluso superaba las incómodas cenas en México con mi padre y mi madre. En ese momento, me sentía al borde del sueño.

—¿Recuerdan las pijamadas que solíamos tener? —mi madre evocó, poniendo fin al incómodo silencio que había pesado en la habitación.

—Sí, y adorábamos ver "El Diario de la Princesa" —añadió Olivia, y Diane asintió antes de llevarse un trozo de carne a la boca.

Mi verano en Australia [YA EN FÍSICO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora