CAPÍTULO XXXIII (EL ACANTILADO)

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Me encontraba sentada en el columpio colgante, observando a unos niños jugar en la playa. Vestían abrigos gigantes, gorros y guantes para protegerse del frío, mientras yo mordía mis uñas, o al menos lo que quedaba de ellas.

—Hola, cariño —saludó Olivia al abrir la puerta de la habitación.

—Hola —respondí, apenas en un susurro.

—¿Cómo te sientes? —preguntó, y al volver a mirarme, su rostro reflejaba una expresión de terror. Supongo que mis ojeras debían de parecer aún peores que ayer.

—Mal —respondí, y me levanté del columpio con la intención de dirigirme a la cama. Sin embargo, Olivia me tomó del brazo y me impidió hacerlo.

—Auden, es suficiente con estar encerrada todo el día. Necesitas salir, mira lo pálida y delgada que estás —dijo con desaprobación mientras me llevaba hasta el espejo, donde pudiera contemplar el desastre en el que me había convertido.

Olivia tenía razón; era un auténtico desastre. Llevaba la misma ropa de los últimos tres días, mi cabello estaba sucio y desordenado, y mi piel parecía más pálida que nunca, lo que solo acentuaba las notorias ojeras alrededor de mis ojos.

De repente, un maullido llamó mi atención, apartándome del espejo. Un gato naranja entró por la puerta, restregándose por toda la habitación.

—¿Has comprado un gato? —inquirí, acercándome inmediatamente para acariciarlo.

—Es para ti —dijo Olivia, dejándome desconcertada. —Leí que los animales son terapéuticos —explicó, y por primera vez en mucho tiempo, una sonrisa asomó en mi rostro. —Mira, ahí está. Esa sonrisa. Ves, el gato funciona.

—¿Lo trajiste hoy?

—Lleva aquí unas dos semanas —dijo, tomándome por sorpresa que no lo hubiera notado.

—Es muy lindo.

El gato comenzó a ronronear cuando lo acaricié, y se veía tan tierno.

—Puedes darle el nombre que quieras, aunque en estas semanas ya se ha acostumbrado a uno —dijo nerviosa, lo que me hizo fruncir el ceño.

—¿Cómo lo has llamado? —pregunté, y Olivia esbozó una sonrisa nerviosa.

—Eddie —pronunció apenada, y la observé durante unos segundos sin mostrar emoción. —Lo siento, pero no sabía cómo nombrarlo, y fue lo primero que se me ocurrió —se disculpó avergonzada.

—Podrías haberle puesto Garfield o simplemente decirle "gato" —farfullé.

—Ya te he dicho que lo siento —se disculpó nuevamente, llevándose las manos al rostro para ocultar su vergüenza.

—Está bien —volví a mirar al gato y acaricié su pequeña cabeza— entonces, Eddie —pronuncié, y el gato levantó la vista como si supiera que le estaban llamando.



Después de disfrutar de un largo baño, Olivia pasó horas suplicándome que saliera, hasta que finalmente cedí a sus insistencias. Mi tía se encargó de cubrirme con una montaña de suéteres, argumentando que mis defensas estaban bajísimas y cualquier ráfaga de aire fresco podría dejarme con una gripe.

Era la primera vez que me aventuraba afuera. El viento era gélido y cortante, incluso con todas las capas de ropa que Olivia me había puesto, me estaba congelando. Nos sentamos en las cómodas sillas que adornaban el pórtico, con una vista impresionante del océano. Las olas rompían con fuerza, y no pude evitar pensar que Noah estaría encantado de verlas.

Mi verano en Australia [YA EN FÍSICO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora