Parte 1. Licenciada Cabello

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Agitada se abría paso en medio de innumerables transeúntes que a esa hora abarrotaban las calles de la gran manzana. En qué mierda estaba pensando cuando se había dejado convencer de aquel idiota leguleyo que la invitó a ir por una copa, copa que se convirtieron en un maratón por los distintos bares de la zona. Y ahí estaban las consecuencias, una resaca que le estaba taladrando la cabeza y el estómago concomitantemente.

No había escuchado la alarma, afortunadamente su madre, su bendita madre que la conocía al dedillo, fue a despertarla con un vaso de agua y dos aspirinas.  Cuando le dijo que ya iban a ser las siete, el dolor de cabeza y las náuseas le abrieron paso a un micro infarto. Tenía una hora para arreglarse, superar la resaca y llegar a la oficina con la mejor cara y buena actitud porque tenía agendada una cita con aquella actriz tan famosa y que le había pedido a su secretaria, una cita a la mayor brevedad, de eso ya había pasado más de un mes, mes en el que había estado insistiendo incansablemente hasta que habían logrado abrir un espacio hoy, a las ocho en punto.  Y ella iba tarde.

Maldito leguleyo de pacotilla, ni siquiera era divertido, ni sabía bailar, solo era un abogado guapo y ella, tonta como casi siempre en cuestiones de ligar, había esperado que detrás de ese rostro bonito y esa estampa de éxito hubiese un hombre que la llevara a otro nivel, y sí la llevó a otro nivel, pero etílico.  Cuando la dejó en la casa, la quiso besar, pero ella se le carcajeó en la cara, él indignado y seguramente con el ego herido, le había dicho que ella se lo perdía. Y sí, eso solía sucederle. No lograba conectar con nadie, al comienzo se sentía atraída, pero en medio de la cita, perdía el interés.  Siempre encontraba algún detalle que la desencantaba y ya no había marcha atrás.  Su padre se había ofrecido a llevarla a la oficina, pero a esa hora, era más rápido llegar corriendo que en coche, el tráfico a esa hora de la mañana era imposible, quizá debería hacerle caso a su hermana de comprarse un scooter, eso le facilitaría la vida y no iba a llegar sudando y jadeando a la oficina, causando una primera impresión de mierda a la actriz.

Como siempre, y antes de atender sus citas con posibles clientes, había hecho los deberes y había estudiado a la actriz. Treinta y tres años, casada con un actor también de cine y también galardonado, tres hijos; dos adoptados y uno biológico, múltiples premios por su larga carrera que había empezado desde los trece años. Muchos titulares en los medios y revistas durante su adolescencia y juventud temprana, por consumo de sustancias ilícitas y uno que otro escándalo sexual con hombres y mujeres. Cómo culparla? - Pensó Camila  -La mujer es un bombón y podía conseguir a quien deseara. En medio del rodaje de una película, se enamoró de su coprotagonista e iniciaron un romance intenso que los medios siguieron con ferviente atención, se casaron a los siete meses y al poco tiempo adoptaron a dos niños y tuvieron biológicamente a su tercera hija. En los últimos meses se rumoreaba la posible separación de la pareja dorada de Hollywood, después de 9 años de relación, de acuerdo a los rumores, por problemas de alcoholismo por parte del hombre. Quizá esa era la razón por la que la asistente no paró hasta que le consiguió la cita hoy.

Camila se detuvo frente al elevador y respiró profundo, tratando de llevar la mayor cantidad de aire a sus pulmones, mientras miraba su reloj en la muñeca para ver la hora.  Quizá estaba lista para competir en los olímpicos junto a Bolt o para reemplazarlo; su carrera había sido tan rápida que había llegado con tiempo suficiente para recomponer su aspecto antes de atender a su cita. Se había vestido con un traje ejecutivo color azul marino y una mascada de seda que le daba un toque chic; outfit que su bendita madre le había elegido, como siempre.   Se pasó una mano por su largo y brillante cabello tratando de acomodar uno que otro mechón que se había salido de orden, seguía tratando de acompasar su respiración cuando escuchó el ding del ascensor que abría las puertas.  Se hizo a un costado para dejar pasar a las personas que descendían en el y una vez se quedó solo, ingresó echando un ojo al espejo que le devolvía una imagen medianamente decente de sí misma.  No me veo tan mal, -pensó- a la vez que volvió a sentir que el estómago se le revolvía, algún idiota había dejado su pestilente perfume inundando el ambiente dentro del cubículo y le había recordado lo mal que se sentía, ¡maldita resaca!

Divinas leyesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora