Capitulo doce. Salir de la oscuridad.
Alguien toca la puerta. No contesto. Conociendo la poca privacidad que tengo en esta casa, quien quiera que sea va a pasar de todos modos. Sé que no me equivoco cuando mi madrastra atraviesa la habitación. Estoy sentada en el suelo, cerca de la puerta del baño. Es lo más lejos que llegue. Su expresión no revela nada pero debo de dar pena apoyada contra la pared con la cara roja y el poco maquillaje que puse en mi cara esta mañana, corrido. Había hecho un esfuerzo por parecer una dama. Que pérdida de tiempo. Sin embargo mi aspecto es una simple exteriorización de mi yo interno.
Completamente y absolutamente miserable.
Los adolescentes tendemos a ser dramáticos, lo sé, aunque a mí nunca se me dio por eso. Siempre minimicé todo, deje correr, deje pasar, pretendí no ver. Siempre lo supe, no necesitaba que Ignacio me lo gritara en la cara. No pretendía lastimar a nadie pero, al parecer, mis intenciones no bastaron porque él tenía un tema pendiente conmigo. Tal vez yo lo tenga con el también.
Lo más probable es que todo a mí alrededor sea un tema pendiente. Ignorar para no tener que lidiar con los problemas me llevo a lo que soy hoy. No puedo decir que estoy bien, en verdad no. No más. ¿Pero cómo se atreve gritarme así? Hice lo que pude con lo que tenía. A veces siento tanta rabia que juro lo golpearía. ¿Cómo puede gustarme tanto y a la vez querer matarlo? No importa lo que pase, siempre logra hacerme sentir como una nena que no sabe lo que hace, errante y caprichosa.
El enojo no es solo con él, tengo una parte en esto. Pero no puedo dejarlo salir, todo esta tan comprimido adentro que siento que si dejo una parte soltarse me voy a venir abajo. Odio esto. Odio ser tan oscura, tan débil.
Odio ser yo.
Las plataformas color marfil de Helena se paran frente a mí. ¿Espera que diga algo? Suerte con eso. Pero para mi sorpresa, se sienta a mi lado en el piso. Su pelo platinado está perfectamente peinado a un lado como siempre y su labial rojo para nada descolorido. Tiene una blusa negra holgada y los jeans ajustadísimos de costumbre. Tan llamativa que dudo que alguien en la calle logre no mirarla, debe ser un cumplido para ella. Todo lo contrario de lo que soy.
-No te escuche llegar –rompe el silencio mientras trato de mirar hacia al otro lado fingiendo estar interesada por las cortinas color rosa chicle que por lo general me asquean- ¿hay algo que quieras contarme?
-No- contesto secamente. Trato de sacar el pelo alborotado de mi cara.
-¿Entonces lo de tu cara es porque estas feliz?- me da una de esas miradas que le da a Ingrid cuando jura en vano que no uso su celular en días.
Me encojo de hombros sin ganas de hablar, sin tener que decir.
-Como sea corazón, te traje algo- No me había dado cuenta hasta ahora lo que sostiene con su brazo izquierdo. Dos álbumes enormes rosas con cintas de bebé a los lados. Mi curiosidad gana la batalla del silencio.
-¿Qué es esto?- pregunto al agarrar los álbumes que me entrega.
-Ignacio dijo que estuviste pregunto por las veces que viniste, me pareció que por ahí te gustaría verlas.
En cuanto lo abro veo las fotografías. Una tras otra. La mayoría de ellas estoy sola, en otras Ignacio está conmigo. Sebastián e Ingrid aparecen también. Son muchísimas. Una tras otra. En el columpio con mi vestido azul cuando tenía seis o siete años, disfrazando a Ignacio con un vestido rosa, con mi oso de peluche favorito, al lado de Ingrid que llora porque odia las fotos. Son tantas que estoy segura de que si las paso rápido puedo ver una película. Un montón de imágenes más vienen a mi mente mientras las veo. Paso las páginas rápido, mi cabeza trabaja a la misma velocidad tratando de recordar donde fueron tomadas, en qué momento.