07 - 💄¿Eres la chica del balcón?💄

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Había llegado un poco tarde, pero seguro era por el tránsito.

Me despedí de mi amiga y luego, Chris y yo, nos subimos a su automóvil. Era un carro del año, negro brillante, polarizado. Asientos de cuero, interior bastante cómodo. Parecía una limusina presidencial.

—Te encantará la comida —mencionó Chris mientras esperábamos en el semáforo. Sus ojos café resaltaban aún más de noche.

—¿Tendremos la típica charla de automóvil?

—Y luego la típica charla de restaurante —dijo él. Sus manos apretaban el volante de una forma que me hacía querer que me agarrase—. Y, claro, no olvidemos de la típica charla antes del sexo.

—¿Ya hasta pensaste en eso?

—¿Tú no? —preguntó.

—Está dentro de las posibilidades —dije.

—Al menos no es un no. —Volvió a acelerar el carro—. Estás hermosa hoy

—Gracias —le dije—. Tú no estás nada mal.

En cuestión de minutos, ya habíamos llegado. Tuve la sensación de haber recorrido media ciudad, pero en realidad no nos habíamos alejado mucho de la mansión. Se notaba que era un lugar prestigioso, repleto de gente refinada y de meseros yendo de un lado a otro.

El recepcionista lo reconoció al instante y lo saludó. Es como si fuera allí al menos una vez a la semana. Aquello me hizo preguntarme si llevaba una chica distinta a ese lugar cada noche. ¿Era yo solo una más de su colección? ¿Iba allí, alardeaba de salir con modelos y lo repetía todas las noches?

Nos guiaron a la mesa que había reservado para dos. Casi no había nadie alrededor, parecía un lugar muy exclusivo. Mantel claro, una decoración en el centro, luces tenues y música tranquila de fondo.

—¿Qué te apetece? —preguntó Chris.

—El menú es muy extenso.

—Te recomiendo el especial de la casa —dijo él—. Lo sirven con caviar.

—Estoy un poco harta del caviar —dije—. Sabine no pide otra cosa. Cenamos y no falta eso. Caviar, caviar, caviar. Ella se llevará un cargamento de caviar cuando regresemos a Australia.

—Sabine es un tanto intensa —me dio la razón—. ¿Puedo confesarte algo? Le tengo algo de miedo. Es tan regia, tan seria. A veces creo que quiere golpearme cuando me mira. Se parece mucho a la mujer de la película El Diablo Viste a la Moda, en serio, en serio.

No pude evitar reírme con esa comparación.

—En el fondo es un cachorrito que quiere amor —lo contradije—. Solo que no lo dice porque es terca como una roca. Y seguramente le rompieron el corazón.

—A todos nos pasa —dijo él—. Nos enamoran, nos llenan de ilusiones y luego nos clavan una daga bajo las costillas. Es el siclo del romance.

—Generalmente soy la que hace eso —dije—, según una cuenta de twitter.

Él se rio. ¿No se daba cuenta de que me refería a él?

—Entonces ¿qué tal sushi?

—Me gusta —contesté.

El mesero, casi un anciano con pinta de jubilado, nos tomó la orden y se marchó para traérnosla. Seguidamente, llegó uno de los mozos para cargar las copas de vino.

Lo detuve con un gesto inseguro.

—No puedo tomar —dije—. Hago locuras estando ebria. Mi representante me lo prohibió.

—Tu representante ha de ser un amargado —dijo Christopher—. Un poco de vino no te volverá loca.

—Te sorprenderías —dije—. La última vez que me ofrecieron un trago, terminé siendo una primicia en los programas de chismorreo.

Chris me miró sorprendido.

—A mí me encantaría verte así —dijo divertido—. Según escuché, tienes mucha fama en Australia.

—No de la buena —dije.

—Eso ha de costarte mucho —dijo—. No cualquiera es contratada de otro país para representar a un perfume.

—Yo no lo consideraría como fama, sino como reconocimiento por el trabajo.

—Yo nunca lo vi desde ese punto —mencionó.

En un momento nos trajeron la comida. Sushi de lo más apetitoso posible. No esperé a que se fueran para comenzar a comer. Él comenzó a contarme algunas anécdotas de cuando era niño, lo típico. Estaba muy guapo esa noche; le queda bien esos pantalones gris oscuro con su camisa blanca remangada. ¿Cómo luciría sin esa camisa?

—¿Qué hay de ti? —me preguntó.

—Toda mi vida estuve en Australia —dije—. Pasé toda mi infancia ahí, crecí con mis padres. Tengo una hermana mayor la cual es una escritora y acaba de publicar su cuarto libro en físico. También es activista.

—¿Qué tal te llevas con tus padres?

—Fallecieron a mis diecinueve años en un viaje —dije. Era desolador recordarlo—. Justo cuando iba a ingresar a la Universidad de Melbourne.

—Lo siento mucho.

—Está bien —dije—. Eran personas maravillosas y murieron haciendo lo que les hacía feliz.

Pasamos la noche charlando un poco más de trivialidades. No era la persona que me había imaginado que era. Desde que lo busqué en instagram, supuse que sería un ególatra presumido, pero de lo único que habló fue de cosas normales. Era un hombre cualquiera con un traje caro.

¿Por qué había compartido mis fotos?

—No me reconoces, ¿verdad? —le pregunté.

—¿A qué te refieres?

—¿Ni siquiera...? ¡Ahggg!

Di un largo sorbo a mi copa de vino.

—Jean, no estoy entendiendo nada —dijo él, como si no estuviera mintiendo—. ¿Hice algo mal?

—Eres un idiota, lo sabía —dije—. Compartiste en twitter unas fotos mías donde mis examigas me acusaban de acostarme con ricos para conseguir contratos.

—¿Eres la chica del balcón?

—¿Eres la chica del balcón? —lo imité. Me levanté de mi silla, dispuesta a irme.

—¿Te has ofendido por lo que dije? —Él también se levantó—. Fue solo un comentario.

—No vi tu puto tweet —le confesé—. Ni quiero verlo. No hubiera sido tendencia si no lo hubieras compartido con tus miles de seguidores.

Agarré un vaso con agua y le arrojé en la cara. Su rostro se empapó al igual que su camisa. Sinceramente siempre quise hacer eso; era muy dramático. Las personas que pudieron ver esa escena, comenzaron a cuchichear mientras me iba.

¿Quién iba a llevarme a casa? Pues no lo sabía, por eso llamé a Sophie.

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El Modelo Británico (Romance)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora