03 - 💄¿Quien es Christopher?💄

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Me senté sin ver nada a mí alrededor. Estaba en mi cama, enredada en las sábanas. Pensé en Víctor. Lo único que recordaba fue verlo mirándome fijamente a los ojos. Con sus hipnotizantes ojos claros.

Desperté con un terrible dolor de cabeza y de piernas. Nunca había hecho tanto ejercicio. Revisé uno de los cajones de mi mesita de noche, al costado de la cama. De ahí saqué una pastilla para el dolor muscular y otra para la resaca. ¿Había bebido tanto? Esas eran las cosas que pasaban cuando Freddy se alejaba de mí.

Me levanté al fin, pensando en todo lo qué pasó con el extraño aquella noche. No recordaba si lo había traído a mi departamento, menos si tuvimos relaciones esa noche. Todo se había borrado de mi memoria.

Revisé mi móvil y, al desbloquearlo, vi las quince llamadas perdidas de Freddy. Ni siquiera en mi relación más toxica tuve a un hombre tan insistente. Generalmente era yo la que dejaba tantas llamadas perdidas. El mundo se había vuelto loco.

—Dios —musité.

Lo llamé. No tardó en contestarme.

—Estoy afuera de tu departamento —me dijo, estaba enojado—. Estuve a punto de echar la puerta de una patada, créeme. ¿Cómo puedes...?

Corté. Fui rápidamente a abrirle la puerta, evitando tropezar con algún que otro zapato esparcido por la sala. El alcohol era mi peor enemigo, porque terminaba haciendo todo un desastre.

Entró sin decirme una palabra. Su mirada siempre decía mucho más de lo que quería.

—¿No vas a decir algo? —pregunté. Todavía tenía puesto mi vestido de anoche.

—Te dejo un segundo —comenzó a decir—. Te dejo un segundo y ahora eres tendencia en twitter.

—¿Soy tendencia?

—No de la mejor manera, Jean. Hay un hilo entero donde hablan sobre que ofreciéndote por los balcones es como te ganas los contratos publicitarios.

—Sea mala o buena, soy tendencia —dije, pero en el interior estaba ardiendo de ira.

Fueron esas chicas de seguro.

—Tienes que negarlo todo —dijo él—, hacer una publicación disculpándote por lo ocurrido.

—¿Has vuelto a fumar? —pregunté. Tenía el aroma a cigarro barato en su camiseta. Lo rodeaba.

—Fue solo uno —se defendió—. No puedo cumplir un año sin cigarrillos porque me sacas de quicio, Jean.

—Lo siento —contesté—. ¿No me habías dicho que aprovechara la ocasión?

—No niego eso —dijo—, pero una cosa es seducir al hijo del organizador Delawarel y otra, muy distinta, es exponerte en público besándote con un ricachón en el balcón de un hotel.

—Mea culpa —musité—. No te enojes, ¿sí?

Él negó con la cabeza, desaprobando mi actitud. Luego me obligó a darme una ducha y a cambiarme para no lucir como vagabunda.

Después de una hora en el tráfico terrorífico, Luisa llegó al departamento y nos encontró charlando sobre cómo solucionar ese problemita y mejorar mi imagen pública. Era el típico regaño del representante que no quería que te metieras en escándalos.

Luisa me miró con cara de preocupación inmensa y muy molesta al mismo tiempo. Vivir en un departamento con tu hermana puede ser incómodo de cierto modo, pero con Luisa no era de esa forma. Físicamente se parecía mucho a mí, pero con menos estatura y con el pelo más oscuro. Era fácil distinguirnos ya que ella no tenía un buen gusto para la moda. Vestía siempre con prendas oscuras y parecía una chica emo, cuyo mayor problema era si sus lectores les gustaba o no su libro nuevo.

Una vez que Freddy se marchó, me disculpé con ella por el desorden del departamento, mencionándole que tuve una noche larga y por lo tanto estaba muerta de cansancio. Me miró de reojo con una sonrisa y me dejó meterme de nuevo a la cama.

Por la tarde me levanté de nuevo y fui a buscar algo para comer en la cocina. Luisa estaba allí, cocinando lo que parecían ravioles de pollo. Demasiados carbohidratos, pero afortunadamente tenía metabolismo acelerado. Mis amigas envidiaban eso.

Ser la hija menor también tiene sus beneficios aunque entre hermanas el único código sería no meterse en la vida de la otra, aunque, en caso de última instancia, se podría pensar. A veces era bueno tener alguien con quien relajarte, hablar de cosas y ver películas.

—¿Estuvo buena la siesta? —bromeó ella.

—Apenas pude dormir pensando en el temita.

—¿Es tan malo? —preguntó.

—Supongo que ahora mi reputación está peor —le dije, sentándome en una butaca frente a la isla de mármol que dividía la sala y la cocina— ya que me besuqueé con alguien que ni conocía.

—Pues estás en lo cierto —dijo Luisa con una risa irónica—. Esperemos que esto no afecte alguno de tus tantos proyectos venideros.

—Así lo espero —dije.

—¿Sabes quién retwitteó esas fotos?

—Una odiosa fan, de seguro —respondí.

—Un modelo británico —dijo—. Christopher, el del comercial de relojes. Cara de niño bueno, sonrisa de galán de telenovela.

—¿Quién? ¿Por qué lo sigues?

—Es activista por los derechos de los animales —se excusó—. Solo lo sigo por eso, lo juro.

—Pues que ese tal Christopher, modelo de relojes, se vaya a la mierda junto con su activismo.

Por un lado me molestaba, pero por otro lado intenté no darle mucha importancia. ¿Por qué haría caso a un idiota de internet?

 ¿Por qué haría caso a un idiota de internet?

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El Modelo Británico (Romance)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora