21 - 💄¿Una carta?💄

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Al día siguiente, a pleno amanecer, Fredd nos esperó en su carro fuera del departamento. La ciudad de Melbourne era religiosamente ruidosa a esa hora. La gente iba a sus trabajos, era hora pico por la mañana. Mi hermana y yo bajamos y nos metimos al coche. Yo al frente, mi hermana y los noviecitos atrás.

—Bien —dijo Fredd poniéndose el cinturón—. ¿Estamos listos o alguien se olvidó algo antes de venir?

Me lo replanteé.

—Mi computadora —dijo Luisa y se quitó el cinturón.

Freddy arrancó.

—No quiero esperarte, escribe en tu teléfono, Luisa.

Ella soltó un gruñido.

—Alguien despertó de buen humor —bromeó Sophie. Jaime estaba medio dormido todavía, recostado en su hombro.

El viaje comenzó un poco silencioso, lo que era de esperar siendo que nos habíamos levantado muy temprano. Paramos antes de salir de la ciudad a una hamburguesería y nos compramos algo para desayunar. Aquello mejoró el humor de los pasajeros.

Por la ruta Calder Fwy manejamos un largo trayecto, viendo hermosos paisajes del país. La granja de los padres de Sophie se encontraba en Gisborne, a las afueras. Ellos eran una pareja humilde, pero eso no quitaba que eran dueños de una gran cantidad de terrenos allí.

—Eres hija de granjeros —dije—. ¿Te dejaban ordeñar a las vacas y todo eso?

—Nunca —contestó ella—. Mi madre quería que me centrara en mis estudios y mi padre decía que prefería no ver a su hija trabajar bajo el sol.

—¿Son estrictos, debería tener miedo? —preguntó Jaime.

—No, no —dijo ella—. Son más bien... muy cariñosos.

El viaje continuó hasta pasar por una larga estancia. Aún no habíamos llegado a Gisborne, pero el aroma a estiércol y la suave brisa de verano, que además no estaba tan contaminada como la brisa de la ciudad, era indicios de que estábamos cerca. Habíamos conducido por más de una hora.

Pronto, el motor comenzó a hacer un extraño sonido.

Todos miramos a Jaime, quien era el que luego cambió de lugar con Freddy para conducir. Lo que tenía sentido, pues Fredd manejaba como una jubilada con cataratas.

—¿Qué fue eso? —preguntó Sophie, agarrándose del espaldero de mi asiento para poder acercarse a curiosear.

—No es nada —contestó su novio.

—Deberíamos detenernos a ver —sugirió Fredd.

—Está bien —dijo Jaime.

Todos salimos del coche esperando que no explotara con nosotros dentro. Sería una trágica forma de morir para mí. Prefería morir sin darme cuenta y sin dolor, pero es una forma de pensar muy deprimente. Todo el mundo piensa en esas cosas, ¿no?

Cuando salí del carro me di cuenta del hermoso lugar en donde habíamos orillado el auto. Lerderderg state park y sus incontables árboles. El sol apenas se veía detrás del gigantesco cúmulo a un lado de nosotros. Era una vista maravillosa.

Entonces, Jaime se arrodilló.

Mi corazón se aceleró y solté un silencioso grito ahogado. Freddy estaba expectante, sonriendo como si estuviera implicado, revisando bajo el capó del auto. Sophie, con sus dos manos tapando su boca sorprendida, casi cayó desmayada de la emoción.

—No puede ser —susurró Sophie, temblorosa.

Jaime sacó un anillo de sus bolsillos. Tardó un poco en encontrar la cajita que lo resguardaba.

—Sé que piensas que soy muy precipitado —dijo Jaime, aún de rodillas—. El viaje es largo y nadie sabe lo que va a pasarnos. Pero estoy seguro de que encontré a la mujer que quiero acompañar el resto del viaje.

—¡Acepto! —gritó Sophie, arrebatándole el anillo.

—Todavía no lo dije...

Ella se inclinó, lo agarró del cuello de la camisa y lo levantó para estamparle el beso más romántico y empalagoso que vi en mi vida hasta entonces. Me sentí una entrometida por solo estar mirando, así que desvié la mirada.

Cuando volvimos al auto, ambos chicos confesaron que habían estado planeando esto desde hace semanas.

—¿Entonces ya se conocían de antes? —pregunté.

Fredd estaba manejando de nuevo.

—Claro —dijo—. Nos tirábamos mensajes mientras estaban en Londres. Ustedes estaban muy ocupadas, así que necesitaba que alguien me cuente los chismes.

—Siempre tan considerado —dijo mi hermana. Ahora ella se había pasado al asiento del acompañante.

—Ella también sabía —confesó Jaime, que estaba abrazado a su reciente prometida Sophie.

—Culpable —dijo Luisa—. Yo le había dicho lo de los padres de Sophie y que el camino tenía lindas vistas.

—No quería una pedida de mano convencional —agregó Jaime con la voz llena de nerviosismo—, así que me ayudaron mucho. Aunque yo fui el de la idea del auto.

—¿Y lo de parís? —dijo Fredd.

Todos nos callamos.

—¿Esa todavía no la dijo? —preguntó—. Mierda, arruiné la sorpresa. Lo siento.

—¿París? —preguntó Sophie.

—Sí —dijo Jaime—. Iremos de viaje. Tengo todo organizado y me ha costado mucho. La vamos a pasar bien, ese es el plan. Pero solo si me dices que sí.

Otra vez hubo silencio.

—Iremos a parís entonces —aceptó Sophie.

Me alegré mucho por ella. El amor hacía muy felices a las personas y si las personas que me rodeaban estaban felices, yo estaba completamente llena por dentro. Era una sensación de satisfacción muy linda, como comer un helado luego de pasarte una semana de verano entera alimentándote solo de sopa.

Freddy me hizo un gesto con las manos.

Volví a la realidad, saliendo de mi ensimismamiento.

—¿Otra vez soñando despierta, Jean? —dijo, agitando una carta frente a mi cara sin dejar de ver el camino.

—¿Qué es esto? —pregunte, tomándola.

—Me llegó ayer —dijo él—. Dice tu nombre, pero al parecer se equivocaron de dirección. Es mi culpa. Pero estoy seguro de que es algún fan.

Un fan. Era muy raro recibir una carta cuando podrían enviarme correos electrónicos o mensajes por instagram.

Lo abrí, lo leí.

Era una carta de Sabine.

FIN.

FIN

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GRACIAS POR ACOMPAÑAR A JEAN EN ESTA CORTA AVENTURA. ESPERO QUE TE HAY GUSTADO Y TE HAYAS DIVERTIDO CON EL DRAMA Y EL HUMOR.

El Modelo Británico (Romance)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora