Rose Bennet apartó la liviana cortina de su habitación por enésima vez. Contempló las copas de los árboles cubiertas de hojas rojas, amarillas y anaranjadas. Y achinó los ojos en dirección al camino que entraba en la propiedad de su hermano. El Conde de York había invitado a lord Silvery para comer, y lo más probable fuera que ya se quedara con ellos puesto que Josh partía de viaje esa misma semana.
—La noto inquieta, miladi —comentó su doncella a sus espaldas.
—Oh, no es nada —negó ella, dejando caer la cortina sobre el cristal y apartándose de la ventana—. ¿Está todo preparado para la llegada de lord Silvery?
—Me parece que sí, miladi. Los lacayos son los encargados de la comodidad de lord Silvery. Lo que he sabido es que se hospedará en una de las mejores habitaciones del ala norte. Y que el ayuda de cámara del Conde lo atenderá personalmente durante su estadía aquí, miladi. Su hermano lo ha dispuesto todo para que la casa funcione bajo las órdenes del nuevo custodio.
¡Del nuevo custodio! ¡Qué mal le sonaba esa frase que repetían los sirvientes una y otra vez! El corazón se le apretó en un puño con solo imaginarlo al mando de la propiedad. ¡Qué injusto! No guardaba un mal recuerdo de él, pero hubiera preferido no tener que depender de él para vivir en su propia casa. Gracias a Dios, Arthur se hospedaría en el otro extremo de la propiedad. Y quizás, con un poco de buena suerte no tendría que cruzarse con él.
Claro que no podría hacer nada para evitarlo ese día. Debería recibirlo junto a su hermano y acompañarlo durante la comida del mediodía. No imaginaba nada más incómodo en el mundo que soportar a ese hombre delante del Conde, aparentando una normalidad que para nada sentiría. Soltó el aire lentamente por la nariz y se acercó al espejo de pie que tenía a un lado de la habitación. Se miró de arriba a abajo sin saber muy bien por qué.
Del mismo modo que, sin saber muy bien por qué, esa mañana había pedido a su doncella que la ataviara con su mejor vestido de día: uno de color verde menta, fruncido bajo el pecho. Al verse, sin embargo, sus ojos volaron sobre sus labios rosados y estrechos. Besados por una sola persona: Arthur Silvery. Se los acarició y cerró los ojos, rememorando ese instante.
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Lady Ruedas y el Conde
Historical FictionRetirada para su edición y venta en Amazon. El amor no mira con los ojos, sino con el alma. Rose Bennet, hermana del conde de York, tendría que haber sido una de las damas más solicitadas de toda Inglaterra y no una solterona oficial: es bella, saga...