«El príncipe» recibió las dos cartas del Condado de York en el Ducado de Devonshire. Anthon Seymour había abandonado Londres unos días atrás debido al escándalo provocado por sus declaraciones en el club de White's. Los caballeros se habían encargado de hacerle saber, directa o indirectamente, del gran error que era casarse con una mujer como Rose. Y las damas, por supuesto, se habían mostrado entre ofendidas y burlonas.
Todas aquellas actitudes, sin embargo, lejos de disuadirlo lo habían alentado a continuar. Necesitaba demostrarle al mundo que Rose Bennet era tan válida como cualquier otra mujer para el matrimonio y no iba a dar marcha atrás. Su honor como caballero se lo impedía y su deber como protector de la familia se lo prohibía. Anthon era un príncipe en todos los sentidos, un lobo protector de la manada.
—¿Vas a ir? —oyó la voz de su padre desde el sillón de delante.
—Por supuesto —determinó, apartando su mirada celeste de las cartas—. Y la ambigüedad entre estos dos mensajes me obliga a seguir firme en mi propósito. Ahora, aparte de presentarle mis respetos a Rose, debo de asegurarme de que está bien.
Su padre, Edwin Seymour, tomó las cartas y las leyó con concentración. —Si el nuevo custodio de York es Arthur Silvery, estoy convencido de que Rose está bien —comentó el viejo Duque de barba blanca y expresión melancólica—. El hijo de tu tía Alice se ha convertido en un gran hombre y es Almirante de la Armada Inglesa.
—Lo sé. Arthur y yo habíamos sido buenos amigos antes de que se alistara. Pero, ¿no te parece extraño? Él me pide que me retracte y ella me invita a pasar unos días en York...
—Extraño ha sido que te proclamaras como el prometido de una mujer sin pedirle la mano con anterioridad —Anthon asintió, conforme con las palabras de su padre—. Encuentro comprensible que su custodio se niegue y que dicha dama esté nadando en sueños. Tu elevado rango no debería de ser un pretexto para hacer y deshacer a tu antojo, hijo. Por un lado, has comprometido la reputación de Rose y, por otro, la has obligado a aceptarte. Muy pocas mujeres se atreverían a contradecirte, incluso muy pocos hombres lo harían. Arthur ha sido íntegro al hacerlo.
El joven Duque de Devonshire se levantó del sillón y se acercó a la chimenea. Empezaba a hacer frío, el otoño estaba en su máximo apogeo. —Lo único que he pretendido ha sido protegerla, no obligarla a hacer algo que no desea. Ya te he contado la conversación que oí y los comentarios despectivos que tuve que soportar hacia mi prima. Esos mediocres merecían un buen baño de humildad.
—Sé que tus intenciones han sido nobles. Pero, ¿no te parece de igual modo insultante que solo vayas a casarte con ella por esos motivos?
El pelo rubio de Anthon Seymour brilló junto a los destellos de la chimenea. —Algún día deberé de casarme, padre. Y Rose me parece una buena opción, independientemente de las motivaciones que me han llevado a esta decisión. Ella es de la familia, una dama de corazón noble y bien educada. Estoy seguro de que madre estaría orgullosa de mi elección —argumentó, mirando hacia el retrato de su madre que colgaba sobre la chimenea—. No todos tenemos que casarnos por amor, papá. Prefiero un matrimonio de afectos equilibrados.
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Lady Ruedas y el Conde
Historical FictionRetirada para su edición y venta en Amazon. El amor no mira con los ojos, sino con el alma. Rose Bennet, hermana del conde de York, tendría que haber sido una de las damas más solicitadas de toda Inglaterra y no una solterona oficial: es bella, saga...