A pesar de la decepción, Rose se animó mucho en cuanto arreglaron su silla de ruedas. Las personas encargadas de ello tan solo habían tardado un par de días en hacerlo y le pareció una maravilla recuperar su independencia. Para celebrarlo, decidió descender la rampa de las cocinas y elaborar unos muffins de arándanos.
Empezó a batir los huevos con el azúcar, añadió el aceite de oliva, el yogur y la ralladura de limón y volvió a batir. Con concentración y mucho amor fue siguiendo los pasos que tenía anotados en su bloc de notas hasta poner los moldes en el horno.
—¡Miladi! ¡Miladi! —Entró Sandra justo cuando la masa empezó a subir.
—¿Qué ocurre? ¿Por qué estás tan alterada? —se preocupó al ver el rostro descompuesto de la doncella.
—¡Es ella, miladi! ¡Está aquí!
—¿Quién?
—¡Su abuela, miladi! ¿Quién más podría alterarme de este modo? Permítame arreglarla antes de que la vea así —La doncella se precipitó encima de su moño desecho y de su delantal lleno de harina.
—Detente, Sandra. Tranquilízate, no temo a la abuela Ludovica y lo sabes muy bien.
—¡Oh, miladi! Usted no, pero yo sí.
—Oh, Sandra, apártate de una vez —La empujó con suavidad y la alejó de su pelo—. Ludovica Pembroke no tiene ninguna protestad en esta casa. No me importa que me vea así, mi hermano está satisfecho con la idea de que yo cocine. Y no pienso salir de aquí hasta que termine.
—¡Miladi!
—Regresa a la primera planta y dile a mi abuela que en pocos minutos iré a recibirla. No pienso ser descortés ni irrespetuosa, pero tampoco voy a dejar que mis muffins se quemen.
Sandra la miró con un profundo desacuerdo en sus ojos, pero obedeció. Rose sabía el efecto que su abuela causaba en la servidumbre. Era una mujer de la regencia, anclada en el siglo pasado y nadie sabía cuántos años tenía en realidad. Las malas lenguas decían que cien, pero Rose sabía que eran muchos menos. La abuela Ludovica había sido la hermana del difunto Duque de Devonshire. Y como tal, había sido la anfitriona de innumerables fiestas de sociedad y un quebradero de cabeza para su única hija Helen.
Rose conocía la historia en la que su abuela había obligado a su madre, Helen, a casarse con el Conde de York. El hombre (un maltratador y un borracho) que la tiró por la ventana y la dejó incapacitada de por vida: su propio padre. Podría decirse que, en cierto modo, Ludovica Pembroke era la culpable de su desgracia. Pero también era la causante de que ella estuviera viva, porque si sus padres no se hubieran casado ella no hubiera nacido. Así que lo que sentía hacia su abuela era un amor-odio mal llevado.
Su madre, Helen, se había liberado de la presencia de su propia madre al casarse lejos de Inglaterra y rehacer su vida con un rey hindú. Pero ella debía de tolerarla de vez en cuando por el hecho de vivir en el mismo país. Cuando su hermano estaba presente, sus visitas se hacían llevaderas; pero cuando el Conde no estaba, Ludovica Pembroke desplegaba todas sus dotes de irritante, fastidiosa y entrometida.
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Lady Ruedas y el Conde
Historical FictionRetirada para su edición y venta en Amazon. El amor no mira con los ojos, sino con el alma. Rose Bennet, hermana del conde de York, tendría que haber sido una de las damas más solicitadas de toda Inglaterra y no una solterona oficial: es bella, saga...