Tuvo la sensación de que se le caía el alma a los pies. No concebía la idea de que Arthur fuera tan arrogante y desagradable. ¿De veras ese hombre era el mismo con el que había soñado cada noche? El Almirante no se parecía en nada a aquel joven apuesto con el que había bailado. Cerró los ojos, tumbada en la cama, incapaz de dormir. Había imaginado su reencuentro de mil maneras, pero en ninguna de ellas había sido tan horrible como lo había sido en realidad.
Siempre supo que Arthur regresaría cambiado, incluso casado con alguna deslumbrante mujer, pero no tan petulante y odioso. ¡Incluso se había atrevido a regañarla por trabajar en las cocinas! Lord Silvery nunca había sido un dechado de calidez y sensibilidad, pero su carácter había empeorado mucho y desde luego no le merecía una buena opinión.
Dio media vuelta, ofuscada y volvió a abrir los ojos. Ojalá pudiera borrarlo de su mente. Al fin y al cabo, él nunca le había confesado su amor. Es más, estaba convencida de que él no sentía lo mismo que ella. La había besado, sí, pero nada más. ¡Un beso! ¡Un miserable beso! ¿Qué podía significar un simple roce de labios para un hombre que había probado las mieles femeninas de todo el mundo? Desde luego no lo mismo que para ella. Seguro que fue simple curiosidad o un fugaz deseo varonil.
Se suponía que él debía de haberlo olvidado todo, ¿no? Además, cuando él se marchó a la marina ni siquiera se despidió de ella. Había pasado muchísimo tiempo desde esa noche en el jardín. ¡Sin embargo! ¡Qué mirada! ¡Con que intensidad la había mirado durante la comida al recordar sus viejas palabras! Creo que no hay mucho que escoger, miladi —insistió él en seguir siendo formal—. Hasta los reyes se casan entre primos. Y nosotros apenas tenemos sangre en común. Mi madre es una bastarda y usted es una prima segunda de ella. Prefiero que se dirija a mí como «milord».
¿Y si existía la pequeña y remota posibilidad de que Arthur Silvery la recordara? En el fondo, no había cambiado ni un ápice. Seguía siendo tan guapo y tan elegante, y tan imponente, como de costumbre. Y su atractivo seguía siendo igual de peligroso. Soltó un bufido nada femenino y volvió a girarse con la ayuda de sus brazos. Lo mejor sería que se mantuviera alejada de él durante el tiempo en que su hermano estuviera ausente. El primer día ya había pasado, y ella había cumplido con su obligación de recibirlo. No tenía por qué volver a prestarle atención.
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Lady Ruedas y el Conde
Historical FictionRetirada para su edición y venta en Amazon. El amor no mira con los ojos, sino con el alma. Rose Bennet, hermana del conde de York, tendría que haber sido una de las damas más solicitadas de toda Inglaterra y no una solterona oficial: es bella, saga...