Esa mujer era un maldito dolor de cabeza.
Arthur estaba enfadado y su humor empeoraba a cada minuto que pasaba. Miró el reloj por décima vez y comprobó que habían pasado más de treinta minutos desde que Rose había desaparecido calle arriba. ¿Se estaba burlando de él? Porque si no lo estaba haciendo, se sentía burlado. ¿Cómo había accedido a semejante y estúpida petición? ¡Ir a la ciudad y quedarse como un fantoche al lado del vehículo! ¡Y sin hacer preguntas! ¿Acaso se había bebido el entendimiento? No encontraba otra explicación lógica a su inadecuado comportamiento.
Rose Bennet era su perdición. Lo absorbía con su mera presencia y lo vapuleaba a su antojo. Por eso debía evitarla a toda costa y por eso no debería de haber aceptado esa responsabilidad. —Esperen aquí —ordenó al cochero y a los lacayos antes de enfilar la misma calle por la que Rose había desaparecido. Dio tumbos de un lado a otro hasta encontrarla en un almacén de harina. La observó a través del ventanal del negocio, hablando con soltura y decisión con el vendedor. A su lado había una mujer entrada en años de aspecto humilde. ¿Qué diantres estaba haciendo? Ahora comprendía los motivos del Conde de York para pedirle, una y otra vez, que cuidara de su hermana. ¡Era un peligro!
La esperó con ansiedad contenida en la puerta del almacén. —Cárguenlos en la carreta —la oyó ordenar mientras salía sin darse cuenta de su presencia.
—Miladi —la sorprendió.
—¡Oh, milord! —exclamó ella, entre sorprendida y fastidiada, como si se hubiera olvidado por completo de él—. ¿Qué hace aquí? —tuvo el descaro de preguntar—. Le dije que esperara al lado del vehículo.
Los mozos pasaron entre ellos cargados con los enormes sacos e hicieron un ruido ensordecedor al dejarlos sobre la carreta. Arthur no salía de su asombro y se hundió entre la confusión y el enojo. —Creo que he sido muy comprensivo, miladi. Pero esto está rozando la insensatez. O me dice ahora mismo de qué va todo esto, o la arrastraré hasta el vehículo sin importarme el escándalo.
—¿Por qué no regresa y me espera en casa? —Arthur la miró con severidad por toda respuesta a esa impertinente pregunta—. Es usted insoportable, Almirante —refunfuñó lady Bennet—. Ella es la señora Baker —Señaló de mala gana a la mujer que estaba de pie al lado de ella, pero Arthur no apartó la mirada de Rose. Contundente en su escrutinio—. Y es la panadera del pueblo. Le he pedido que me ayudara con un asuntillo sin importancia. ¿Satisfecho? —resolvió Rose e hizo el ademán de rodar lejos de él, pero la detuvo con un pie clavado en su rueda.
—¿Qué asuntillo sin importancia, miladi?
—¡Milord! Dijimos que no preguntaría. No está haciendo honor a su palabra.
El Almirante clavó su mirada gris como el hierro sobre la señora Baker y esta se sobresaltó tanto que dio un paso hacia atrás. —Se trata de una merienda benéfica —confesó la panadera entre movimientos nerviosos y sonrisas histéricas. Rose la miró con profunda decepción—. Lady Bennet es muy generosa con nosotros, milord —intentó arreglarlo la pobre señora Baker—. Yo ya le dije que lo haría encantada, pero es tan buena... que quiere hacerlo ella misma.
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Lady Ruedas y el Conde
Historical FictionRetirada para su edición y venta en Amazon. El amor no mira con los ojos, sino con el alma. Rose Bennet, hermana del conde de York, tendría que haber sido una de las damas más solicitadas de toda Inglaterra y no una solterona oficial: es bella, saga...