Rose se removió en la cama cuando Sandra descorrió las cortinas de la ventana y un resplandor la mareó. Cansada por el revuelo de la noche anterior, se cubrió la cabeza con las sábanas y recordó el beso. Se abrazó a sí misma, emocionada y avergonzada. No debería de haberlo besado, pero su desvergüenza la había llevado a descubrir que Arthur también la deseaba.
«Oh, Dios».
Él era insoportablemente odioso. Y había actuado como si no la conociera en absoluto durante las últimas semanas. ¡Pero el beso! Arthur la había besado como un loco. La idea de que Arthur solo se había dejado llevar por un deseo fugaz ocho años atrás ya no era plausible. El futuro Conde de Cornwall y Almirante, sentía algo por ella. Rose pensó con amargura que no le iba a ser nada fácil que él confesase sus sentimientos. ¿Ya no lo odiaba? ¿De repente deseaba que le confesara sus sentimientos?
Su corazón se aceleró y meditó sobre el asunto. A pesar de la pésima opinión que tenía de él y de la terrible imagen que se había ganado en York, ¿lo amaba? ¿Era posible que, en contra de todo razonamiento lógico, quisiera convertirse en su esposa? No en vano, se había pasado ocho años soñando con él, ¿verdad? Pero él había cambiado tanto, que no se parecía en nada a ese joven que la hacía bailar sobre sus pies.
¡Qué enredo! ¡Y qué emoción! Al fin pasaba algo apasionante en su vida. No quería hacerse ilusiones, pero ese beso era suficiente como para emocionarla durante los siguientes dos años de su vida.
—Hoy quiero ponerme el vestido de punto fino malva, Sandra —decidió con felicidad, dispuesta a buscar a Arthur y a arrancarle una confesión de amor.
—¿El vestido malva? —rio la doncella con inocencia—. ¡Ese es su atuendo más atrevido, miladi! ¿Pretende terminar de derretir cierto corazón congelado por la frialdad del océano?
Rose le lanzó una sonrisa dulce a su vieja amiga y empezó con el aseo. Se preparó como si fuera a recibir un anillo de compromiso. ¡Qué locura! ¡Y qué divertido a su vez! ¿Cómo reaccionaría Arthur al verla después de lo ocurrido? ¿Sería capaz de arrinconarlo y obligarlo a besarla de nuevo? Eso sonaba demasiado ambicioso, pero se permitió fantasear.
Sandra la ayudó con el traje de escote pronunciado y mangas de tulipán. Era adecuado para llevarlo durante la mañana pero, a su vez, era sugerente. Lo había usado muy poco porque no había encontrado ninguna ocasión para ello. Esa vez, la ocasión lo merecía.
—¿Cómo se ve?
El reflejo en el espejo le mostró a una bella mujer de pelo rubio y ojos azules como el mar. Sus facciones seguían siendo delicadas a pesar del paso de los años y su cuello lucía una hermosa piel tersa. Asintió satisfecha mientras Sandra le colocaba los pendientes de perla y le ataba el pelo en un moño caído. —¿Perfume, miladi?
—Unas gotas.
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Lady Ruedas y el Conde
Historical FictionRetirada para su edición y venta en Amazon. El amor no mira con los ojos, sino con el alma. Rose Bennet, hermana del conde de York, tendría que haber sido una de las damas más solicitadas de toda Inglaterra y no una solterona oficial: es bella, saga...