El mayor temor durante la semana transcurrida entre preparaciones fue que lloviese el día de la merienda benéfica. Muchas de las personas que acudirían, lo harían a pie, y si llovía los planes de Rose se arruinarían. De modo que fue un alivio tremendo encontrarse con un día soleado y un cielo sin nubes cuando Rose miró por la ventana.
—La noto entusiasmada —comentó Sandra a sus espaldas.
—¿Y no tengo motivos? Hace un día espléndido a pesar de estar en otoño. No creo que llueva y los invitados más humildes podrán llegar a la propiedad sin ninguna dificultad —sonrió, orgullosa—. Vamos, no perdamos el tiempo —Miró la hora en el reloj de pared, eran las siete de la mañana—. Debemos colocarlo todo en su sitio.
—¿El vestido verde? —corrió Sandra hacia el armario y la miró a la espera de una pronta respuesta.
Rose tenía pocos vestidos. Y no porque su hermano fuera tacaño en modo alguno con ella. Sino porque ella misma había decidido que debía de ser así. No le gustaba gastar en exceso y menos del dinero del Conde. Prefería invertir su asignación y su tiempo en cosas más provechosas. Claro que eso no significaba que fuera descuidada en su aspecto; al contrario, los pocos trajes que tenía eran de excelente calidad y lucían hermosos cada vez que se los ponía. Si alguno se estropeaba de manera que una dama de su posición no pudiera usarlo, entonces lo regalaba a una mujer del pueblo para que lo adecentara y le diera una segunda oportunidad a la prenda.
—El verde será perfecto —concluyó, ansiosa por terminar de vestirse y ponerse manos a la obra.
Sandra la ayudó con la ropa y la peinó con un hermoso recogido. —¿Los pendientes de zafiro, miladi?
—Ni hablar, sería una vulgaridad llevar algo tan costoso en una merienda benéfica y tampoco me sentiría cómoda llevándolos frente a personas que apenas tienen para comer. Con los pequeños de oro estaré bien.
La doncella obedeció, y Rose rodó hacia la planta baja, dando directrices a diestro y siniestro para que vaciaran el salón de invitados y lo ocuparan con mesas largas. —Que traigan manteles blancos y cestas de mimbre.
—Lady Bennet —La señora Baker irrumpió en el salón atestado de sirvientes—. ¡Por fin ha llegado el día! —Aplaudió la señora, emocionada—. En York no se habla de otra cosa, miladi. Y creo que superaremos al centenar de personas.
—Shh —Rose se llevó el dedo índice sobre los labios y miró a un lado y a otro con suspicacia—. Que no se entere el Almirante, señora Baker —susurró con los sentidos en alerta.
—¿De qué no debería enterarme, miladi?
—¡Almirante! —dio un respingo sobre la silla y lo miró aborrecida—. Me gustaría saber cómo consigue tener el control de todo cuanto acontece y está por acontecer.
—No engrandezca mis cualidades —Se estiró el—. ¿Y bien?
—Nada importante.
—¿Nada importante, señora Baker? —preguntó Arthur en dirección a la pobre mujer que temblaba cada vez que lo veía.
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Lady Ruedas y el Conde
Historical FictionRetirada para su edición y venta en Amazon. El amor no mira con los ojos, sino con el alma. Rose Bennet, hermana del conde de York, tendría que haber sido una de las damas más solicitadas de toda Inglaterra y no una solterona oficial: es bella, saga...