Después de pedirle a su doncella que la ayudara a prepararse para la comida lo más rápido posible, Rose había tratado de controlar su respiración. El reencuentro con Arthur había sido de lo más incómodo y desagradable. Por supuesto que no había esperado que se abalanzara sobre ella y la colmara de besos, pero sí le hubiera gustado ver algo en él más amigable. Algo que le indicara que había pensado en ella lo más mínimo durante esos años.
Debía de ser una necia si creía que un hombre como Arthur había perdido su tiempo pensando en ella. Que la besara esa noche no significaba que él estuviera enamorado. Los hombres podían besar a una mujer sin sentir nada. Salió de la habitación con otro vestido y perfumada con esencia de rosas por orden expresa de Sandra. Nada de oler a hornos y cocinas durante ese día. Rodó hasta el elevador que el Conde había dispuesto para ella y bajó al primer piso mediante un sistema de palancas y poleas. Era algo parecido a un montacargas, pero con barandilla. Una pequeña gran ayuda para Rose, puesto que de ese modo no tenía que depender del servicio para subir y bajar de un piso al otro.
La puerta del salón de comidas estaba entreabierta, y ella se acercó con discreción. En seguida vio a la figura de más de metro ochenta sentada en una silla al lado del Conde. Rose suspiró y dedicó un par de segundos en observarlo sin ser vista. Sus rasgos se habían agravado, ya no lucía esa piel suave y tersa de antaño. Sino más bien se intuían algunas arrugas en la zona de los ojos y los labios a causa de una larga exposición al sol y al mar. El pelo que un día fue rubio ahora era un poco más blanquecino, a juego con su barba de tres días. Quedó embelesada mirándolo, descubriendo que todo en él le resultaba familiar y extraño a la vez: como sus propios sentimientos.
Entonces, lord Silvery se giró, y ella dio un brinco sobre su silla al saberse descubierta. Efectivamente, ese hombre no era el de sus recuerdos. La mirada del Almirante era impenetrable y la miró como si no la conociera de nada. Ella carraspeó y entró en el salón, dispuesta a no dejarse intimidar.
—Hermana —la recibió Josh, levantándose la mesa para recibirla.
—Miladi —dijo Arthur, poniéndose de pie también—. Será un placer tenerla con nosotros durante la comida. En ocasiones, la diatriba masculina puede resultar cargante.
Rose reparó en que después de ese pequeño comentario de pura cortesía, Arthur dirigía una mirada cómplice al Conde y ambos caballeros retomaban su asiento sin más dilación. Tragó saliva y se colocó al otro lado de su hermano, como siempre, y al frente del nuevo custodio. No podía creer que todo lo que tuviera que decirle Arthur fueran simples palabras para contentar al Conde.
—Ahora que ostenta usted un rango elevado en la marina, milord, ¿cómo prefiere que se dirijan a usted? ¿Cómo lord Silvery o como Almirante? —preguntó ella, dejando que su lado más rebelde chinchara al hombre de hierro.
Arthur levantó la vista del plato con cierto hastío mientras los lacayos empezaban a servir la comida. —Almirante, miladi —contestó, seco, sin apenas mirarla.
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Lady Ruedas y el Conde
Historical FictionRetirada para su edición y venta en Amazon. El amor no mira con los ojos, sino con el alma. Rose Bennet, hermana del conde de York, tendría que haber sido una de las damas más solicitadas de toda Inglaterra y no una solterona oficial: es bella, saga...