•𝐂𝐚𝐩𝐢𝐭𝐮𝐥𝐨 𝟑𝟒•

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 →𝐇𝐚𝐰𝐤𝐢𝐧𝐬, 𝟏𝟗𝟖𝟔.

Blair lo miraba todo desde la ventanilla. En ese coche había un silencio sepulcral, y unos nervios horribles, no sabían a qué se podían llegar a enfrentar en esa entrevista. "Pennhurst. Hospital Psiquiátrico" fue el cartel que les dio la bienvenida.

—Bueno... —Nancy frenó—, ¿Estáis listas?

—Supongo que sí —respondió Robin.

—Quiero salvar a Max, así que sí —las tres salieron del coche, y la incomodidad de Buckley se notaba a kilómetros—. ¿Qué te pasa?

—No puedo respirar con esta cosa, ¡y me pica! Me pica absolutamente todo el cuerpo.

—No se trata de estar cómodas, ¿vale? Somos académicas —señaló Wheeler.

—Salidas de una comida de Pascua de la iglesia. Además, el sujetador que me has regalado me aprieta las tetas.

—Vale, ¿qué tal si hablo yo? —propuso Nancy—. ¿Seréis capaces?

—No solo soy capaz. No podría hacerlo porque pronto me voy a quedar sin respiración —Robin se llevó una mano al cuello de la blusa que Nancy le había prestado. La chica miró a Blair.

—Como yo abra la boca la voy a liar por todo lo que tengo en la cabeza, así que sí, hablas tú.

—Bien —la mayor cogió aire y entraron en el sanatorio. La verdad es que les produjo escalofríos el camino hasta el despacho del director. Blair fue la que llamó a la puerta.

—Pasad —las tres chicas entraron, y se sentaron en las sillas que les tenían preparadas—. Vosotras tenéis que ser las chicas de la entrevista. Ruth, Rose y Sarah, ¿no?

—Exactamente. Estamos encantadas de poder estar aquí con usted.

—¿Puedo ver vuestros informes?

—Por supuesto —Nance le entregó las tres carpetas, y comenzó a mirarlas.

—Una media de nueve y medio... Las tres —las miró, y asintió con su cabeza—. Impresionante.

—Y aquí tiene una recomendación del profesor Brantley —Wheeler le pasó otro folio.

—Ah, sí, conozco a Larry —a Blair le dio un vuelco el corazón, al igual que a las otras dos chicas—. Y bastante bien. Ya sabéis el dicho: "El que no vale, enseña" —las tres soltaron una risa, al igual que el director.

—Sí, sí. Y por eso hemos venido —comenzó a decir Nancy—. Porque lo que aprendemos en clase es muy limitado —el hombre la escuchaba atentamente.

—Y conozco vuestra situación, en serio. Pero existe un protocolo para visitar a un paciente como Victor. Presentar una solicitud, y superar un proceso de control, y luego la junta toma una decisión —se miraron entre ellas al ver que dejaba los informes sobre el escritorio—. Las noto decepcionadas. Pero será un placer mostraros las instalaciones. Podrán hablar con algunos internos del ala de baja seguridad —ofreció.

—Y nos... Nos encantaría. Pero es que, em... Tenemos que presentar la tesis el mes que viene —habló Blair por primera vez.

—Y no tienen tiempo —la rubia asintió—. ¿Y de quién es la culpa?

—Nuestra, por supuesto. Y acepte mis disculpas...

—No te disculpes, Sarah —Robin la interrumpió, más seria que nunca—. A la mierda. La verdad es que presentamos la solicitud hace unos meses y se nos denegó, y luego volvimos a hacerlo y se nos volvió a denegar. Venir aquí, era un último intento por salvar la tesis. Y lo peor es que no puedo respirar con esta cosa —miró a Nancy.

—Vaya, Rose, quizá deberías salir a que te diera un poco el aire —dijo Wheeler.

—Puede que sí, Ruth. Porque empiezo a creer que todo esto ha sido un error gigantesco —se levantó de la silla, y Sallow ya se las estaba imaginando siendo sacadas por la seguridad del sanatorio—. Me está dando un ataque de urticaria. Me aprietan las tetas. Y, sinceramente, Anthony, ¿puedo llamarte así? —sin darle tiempo a responder, siguió hablando—. Esta no es mi auténtica ropa, la he pedido prestada porque quería que nos tomara en serio. Porque nadie toma en serio a las mujeres en este campo, es cierto. No encajamos con esa imagen. Pero, ¿puedo contarle una historia? En mil novecientos setenta y ocho, estaba en el campamento... —Blair no se podía creer que aquello estuviese pasando.

Lo único en lo que ella pensaba y lo único por lo que había ido, era descubrir la clave para salvar a Maxine. Y sobretodo buscar la respuesta para vencer a Vecna. De pronto, silencio. Se había desconcentrado y no había escuchado absolutamente nada del resto del discurso de Robin.

—Diez minutos con Victor —pidió la muchacha—. No le pido más —en ese instante, Anthony se levantó y salieron los cuatro del despacho, había funcionado.

—Vuelvo en media hora —le dijo a su secretaria. Disimuladamente, las tres chocaron sus manos. Salieron del edificio y caminaron por los jardines—. Estos son los jardines. Preciosos, ¿verdad? Les dejamos dos horas de aire libre al día.

—¿Y no pueden fugarse? —preguntó Blair.

—Podrían. Pero la mayoría eligen estar aquí —la rubia recibió el olor de la hierba y la humedad. Adoraba la sensación que le causaba ese olor—. Esto les gusta —continuaron caminando, hasta que entraron de nuevo—. Esta es una de las zonas más populares. La sala de música. La música tiene... Un efecto tranquilizante para las mentes trastornadas. La canción adecuada, particularmente alguna que tenga un significado personal, puede resultar un buen estímulo —aquello llamó la atención de la más joven de aquel trío—. Pero... Hay algunos que ya están desahuciados —aprovechando que él iba unos pasos por delante de ellas, se miraron extrañadas.

Bajaron unas escaleras, hasta llegar al área penitenciaria. Ahí se hallaban las respuestas que ellas estaban buscando. O al menos eso era lo que pensaban, y lo que deseaban.

—Doctor Hatch, ¿cree que cabría la posibilidad de hablar con Victor a solas? —quiso saber Blair, y tanto Hatch como el guardia de seguridad clavaron sus ojos en las chicas.

—¿A solas?

—Lo que nos gustaría es enfrentarnos al reto de hablar con Victor sin la red de seguridad de un experto como usted —enfatizó.

—Claro, y luego se lo restregaríamos al Bradley cuando volvamos al campus —añadió Robin.

—¿Al profesor Bradley? Creo que no lo conozco.

—Brantley —corrigió rápidamente Nancy—. Se... Se refiere al profesor Brantley.

—¿No he dicho Brantley? ¿Qué he dicho? Lo siento, palabras, letras. Es que estoy nerviosa. Bueno, ¡emocionada! Muy emocionada de poder hablar con Victor. Preferentemente como ella dice, a solas —respondió Buckley. Las tres esperaban ansiosas una respuesta a su favor, y tras regalarles una sonrisa no muy convincente, habló.

—Sí. ¿Por qué no? Me habéis contagiado el espíritu rebelde —las tres rieron ligeramente—. Y tengo que atender un asunto urgente, así que... Adelante —se giró levemente para mirar al guardia de seguridad—. No las pierdas de vista.

—Gracias, doctor Hatch —expulsaron el aire que tenían retenido en los pulmones después de aquel momento de tensión, y acto seguido volvieron a cogerlo. Abrieron la puerta, las dos que habían, y comenzaron a caminar por ese largo pasillo hasta llegar a la celda de Victor Creel.

—No le asusten. No le toquen —conforme avanzaban, iban mirando el interior de las celdas—. No le pasen nada. Y manténganse a metro y medio de las rejas.

—Marchaos —dijo uno de los penitenciarios.

—¿Ha quedado claro? —el guardia de seguridad sacó la porra que llevaba, y la pasó por los barrotes.

—Sí señor —dijeron a la vez.

—¡Victor! —y allí estaba. De espaldas, sentado en una silla—. ¡Hoy es tu día de suerte! Tienes visita —las miró—. Y son muy guapas —pronto escucharon el sonido de las uñas rasgar sobre la madera de la mesa—. Parece que no está de buen humor. Diviértanse —una vez que dijo eso, se marchó, dejándolas a solas con él.

Era el momento.

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Agápē ||Steve Harrington||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora