•𝐂𝐚𝐩𝐢𝐭𝐮𝐥𝐨 𝟑𝟓•

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 →𝐇𝐚𝐰𝐤𝐢𝐧𝐬, 𝟏𝟗𝟖𝟔.

—¿Victor? —Nancy fue la primera en hablar—. Me llamo Nancy. Nancy Wheeler, y ellas son...

—Robin Buckley.

—Y Blair Sallow. Tenemos unas preguntas.

—No hablo con periodistas. Hatch ya lo sabe —respondió con dureza.

—No somos periodistas —dijo Blair mientras se acercaban a las rejas—. Hemos venido... Porque le creemos. Y porque... Tiene que ayudarnos.

—La cosa que mató a su familia... Creemos que ha vuelto —explicó Robin. De pronto, dejó de arañar la mesa y se giró en la silla. Al ver que no tenía ojos, les dio un escalofrío, y Nancy tragó saliva.

—Cuando ataca... Nuestra amiga lo describe como si estuviera en una especie de trance —comenzó a decir la rubia—. Como una pesadilla. Por eso creemos que ahora irá a por ella.

—¿Hay algo de esto que le recuerde a lo que le pasó a su familia? —preguntó Wheeler, y Creel no respondió—. Victor. Sé que le cuesta...

—¡Vosotras qué vais a saber!

—Tiene razón, no lo sabemos. Por eso hemos venido. Para saber y comprender —comentó Sallow.

—Queremos saber por qué sobrevivió aquella noche —añadió Buckley, y Creel soltó una risa ahogada.

—¿Sobrevivir? —se levantó de la silla—. ¿A eso llamáis esta vida? ¿Creéis que sobreviví? Básicamente continúo en el infierno —las tres le miraban expectantes—. Hacía catorce años que había vuelto de la guerra. Un tío abuelo había muerto y nos había dejado su dinero. Lo bastante como para comprar una casa nueva, una vida nueva. Era... Una casa magnífica. Alice dijo que parecía sacada de un cuento de hadas.

—Alice... ¿Era su hija?

—Sí —sonrió muy levemente con nostalgia—. Pero Henry, mi hijo, era un niño sensible... Y vi que presentía que algo iba mal. Tuvimos un mes de paz en la casa, y luego empezó. Animales muertos, mutilados, torturados, empezaron a aparecer cerca de casa. Conejos, ardillas, pollos, incluso perros. El jefe de la policía dijo que era un gato montés. No... No era un gato montés, era algo malvado. No era ni animal ni humano. Se trataba de un engendro de Satán —con los brazos cruzados, se acercó a las rejas—. Un demonio, y estaba más cerca de lo que había imaginado —se quedó en silencio unos segundos, y continuó—. Mi familia empezó a tener encuentros, experiencias con el demonio. Pesadillas. Durante el día, pesadillas vívidas.

»El demonio parecía disfruta mientras nos atormentaba. Incluso a la pobre, e inocente Alice. No tardé mucho en experimentar mis propios encuentros. Supongo que todo mal debe tener un hogar. Y aunque yo no tenía una explicación racional para aquello, percibía que el demonio siempre estaba cerca. Me convencí de que estaba escondido, anidando... Entre las sombras de nuestra casa. Había maldecido el pueblo. Había maldecido nuestro hogar. Y a nosotros —se dejó caer en la cama—. Primero fue a por Virginia. Intenté sacar a los niños, ¡salvarlos! Pero... Estaba de nuevo en Francia, en la guerra —señaló—. Era... Era un recuerdo —tanto Robin como Blair se acercaron más a las rejas—. Creía que dentro había soldados alemanes. Yo ordené el bombardeo. Me equivoqué —se tapó los oídos—. El demonio me torturaba. Y sabía... Sabía que me llevaría, igual que a mi Virginia. Entonces... Escuché otra voz. Primero creí que era la de un ángel. Seguí la voz, y me encontré metido en una pesadilla mucho peor. Durante mi ausencia, el demonio se había llevado a mis hijos. Henry entró en coma poco después de aquello. Una semana más tarde, murió. Yo intenté unirme a ellos. Lo intenté —sollozó, e hizo el gesto de clavarse algo en los ojos. De ahí sus cicatrices—. Hatch detuvo la hemorragia. No dejó que me uniera a ellos —comenzó a llora mientras se tumbaba en su cama.

—El ángel al que seguía, ¿quién era? —Sallow no obtuvo respuesta, ya que Creel se puso a tararear una canción.

—¿Victor? —a Nancy tampoco le respondió—. Victor —las puertas abriéndose lograron que las tes se girasen sobresaltadas.

—¿Ya tienen lo que esperaban de él? —Hatch se acercó a ellas—. Yo he mantenido una conversación interesante con el profesor Brantley. Puede que debamos hablarlo en mi despacho mientras esperamos a la policía.

Salieron del área penitenciaria, intentando que Hatch las comprendiese.

—No me está escuchando, hay vidas en riesgo.

—¿De verdad esperan que me crea algo de lo que dicen a estas alturas?

—¡Es la verdad!

—Pues cuéntele esa historia lacrimógena a la policía —Blair se quedó mirando el tocadiscos que había puesto en la mesa.

—Espabila.

—¡No me toque! —una vez que salieron del edificio, se acercó a sus amigas—. Victor ha dicho que la noche del ataque todo ocurrió dentro de la casa, pero ha hablado mucho de la música. Dice que sonaba la música. Y cuando le hemos preguntado por el ángel, ha empezado a cantar.

—Yo también me he dado cuenta —comentó Robin, y Blair comenzó a tararear aquella canción de nuevo.

Dream a Little Dream of Me.

—Ella Fitzgerald.

—La voz de un ángel.

—Exacto. Hatch ha dicho que la música alcanza partes del cerebro que las palabras no pueden. Y tal vez esa es la clave, un salvavidas.

—Un salvavidas de vuelta a la realidad —dedujo Buckley.

—Hay que intentarlo —Nancy se giró, y nuevamente las miró—. Creo que no nos pillan.

—¿Qué?

—Hasta el coche —enfatizó.

—Vale, pero te advierto que mi coordinación es nefasta. Tardé seis meses más en aprender a caminar que el resto de niños —advirtió Robin.

—No te preocupes —Nancy agarró las manos de las chicas y se quitaron los tacones antes de comenzar a correr.

—¡Vamos, vamos!

—¡Ay, madre!

—¡Blair! —Nancy le lanzó las llaves del coche antes de que llegasen.

—¿Y esto por qué?

—¡Porque te da igual atropellar a alguien mientras conduces!

—¡Eso no es cierto!

—¡Cállate y sube! —una vez que se montaron en el Mercury de Wheeler, la rubia metió la llave en la toma de contacto.

—¡Salid del coche! —dijo uno de los guardias de seguridad. Sallow arrancó y pisó a fondo el acelerador.

—¡Es la hostia! —comentó Robin desde el asiento trasero.

—Es verdad que corres muy raro —le dijo Nancy.

¡Robin, Nancy, Blair! ¡Código rojo! ¡Tenemos un código rojo!

—Dustin, soy Robin, te recibo.

Joder tía, menos mal. Decidme que lo habéis resuelto, por favor, por favor.

—Dus, ¿qué ocurre?

Vecna ha poseído a Max, ¡y no sabemos qué hacer!

—Ponedle su canción favorita.

¿Qué?

—¡Que le pongáis su canción favorita, corre! —exclamó Blair.

—Nos vemos en mi casa. Os contaremos todo lo que hemos descubierto —dijo Nancy, y cortó la retransmisión. Al ver que los nudillos de su amiga se ponían blancos por la fuerza que estaba ejerciendo sobre el volante, puso una mano en su hombro—. Estará bien, no te preocupes.

—Prometí que la cuidaría y Vecna ha conseguido entrar en su mente.

—Pero tenemos la clave. Sabemos cómo hacer que vuelva a la realidad. Además, Dustin, Steve, Tyler y Lucas están con ella —aquello hizo un mínimo efecto en ella, que relajó sus manos y sus hombros.

—Vale, vale... —cogió aire y lo expulsó—. Con ellos está bien.

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Agápē ||Steve Harrington||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora