Prólogo

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Los conmocionados ojos azules miraron a su madre despotricar contra una joven sirvienta. Una sirvienta que llegó hasta la cama del emperador.

— ¡S-su majestad! ¡Por-por favor no me lastime!

— ¡Te mereces eso y más, maldita zorra calienta camas!

El estruendo de un florero se escuchó. Antes de poder entrar a detenerla, el mayordomo principal cerro la puerta y tomo al pequeño de 8 años en brazos para correr lejos de ese lugar.

— ¡¿Que ocurre, Azael?! ¡Bájame!

— No puedo hacerlo, su alteza. Saldrá lastimado si entra en la habitación.

— M-mi madre nunca me pondría una mano encima. — forcejeo entre los brazos de su captor. — ¡Azael!

— No puedo hacerlo, lo lamento.

No entendía por qué lo alejaban de su madre.

El quería estar con ella y apaciguar su dolor con besos y abrazos que tanto decía gustarle.

¿Acaso no podía siquiera hacer eso para calmarla?

Los ojos se llenaron de lágrimas que se o con su antebrazo.

Azael lo llevo cerca de un pequeño jardín, su lugar favorito de todo el castillo donde compartir el té con su madre y padre cuando esté último venía de visita.

— Traeré bocadillos, por favor no se mueva del lugar.

Anastacius no respondió, el joven mayordomo solo pudo suspirar e irse rápidamente del lugar.

Por fin solo, el pequeño príncipe comenzó a llorar libremente, soltando todo lo que tenía en su adolorido corazón.

Para ser un niño, notaba cosas que los adultos no creían que lo hiciera. Y no era nada lindo. Sabía de los constantes arrebatos de su madre hacia su padre, de aquellas mujeres que entraban y salían de su habitación cada día, y de su hermanito Claude.

Sollozo más fuerte al pensar en el.

Su madre nunca permitió que lo visitará o siquiera hablara sobre el.

¡No era justo! ¡El quería conocer a su hermanito!

Su adorable hermanito menor de tan solo cinco años de edad.

— ¡Quiero estar con Claude! — grito al golpear la hierba bajo sus pies. — S-solo quiero verlo...

Cubrió con sus manitas sus ojos, tratando de calmar su malestar de vistas ajenas.

Cómo deseaba ver a su hermano y olvidar sus malos ratos. Malos ratos que siempre tenía con su madre al culparlo de todo lo que pasaba con su padre.

Los suaves pasos lo hicieron morder su labio tembloroso para callarse.

— Anastacius.

Aquella imponente voz lo hizo sobresaltar, abrió sus ojitos y miro a la persona tras de él. Carausio de Alger Obelia, su padre y emperador del imperio estaba aquí.

— ¿Que te sucede?

Sin soportar más, el pequeño príncipe se abalanzo hacia su padre en busca de consuelo.

El emperador movió su cabeza en desagrado pero no lo aparto. Levanto el pequeño cuerpo y lo estrecho entre sus brazos.

Su agarre era rígido, sin ser conciente de como tratar a un niño desconsolado.

— Papá...— murmuro sollazante entre el cuello del emperador. — Mamá está mal otra vez.

Carausio cerro sus ojos y contó hasta diez.

— ¿Te hizo algo?

— N-no, Azael me saco de ahí y me trajo a nuestro lugar.

El emperador frotó su frente con frustracion. Al final de cuentas, su madre termino teniendo razón.

Necesitaba ayuda con la arpía.

La llegada de un posible cambio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora