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— ¡Los niños malos se quedan aqui!

El portazo resono por la oscura habitación.

Claude levanto su regordete rostro del suelo cubierto de gotas rojas. Gemio al sentir como algo salía de su nariz, algo espeso que escurría sin control de su amoratado rostro.

Cómo todo niño, se asusto y trato de cubrir su nariz para evitar más derrame. Cerro sus ojos para comprobar lo que una vez su abuela le dijo.

"Si te sientes asustado, si alguna vez te sientes solo. Cierra tus ojos y yo estaré para ti"

Deseo con todo su ser escapar de habitación, deseo que sus heridas sanarán, deseo que el dolor en su corazón desapareciera y deseo con más fuerza que su bonita madre lo amara.

Lo deseo tanto, que termino por embarrar el suelo al apretar demasiado su nariz y que de esta, brotará ese extraño liquido rojo.

Nada, no pasó nada... ¿Por qué no funcionaba?

Aturdido, tallo sus ojos, alejando rápidamente su palma al sentir el ardor en ellos. Su madre le había echado algo a sus ojos, no recuerda que pero quemaba mucho.

No lograba recordar tampoco cuánto tiempo paso en la habitación para niños malos, cómo el.

— Mami...— sollozo fuertemente por el dolor en sus pies, no podía moverlos. — Mami, ayúdame.

Pidió, en vano. Su madre no volvería hasta que se disculpara por ser un mal hijo, un mal bastardo, como ella siempre le dice.

Estiró su manita y sujeto la pata de la cama. Arrastro su cuerpo a una posición más recta e intento escalar, apoyándose de la base.

— ¡Ugh! — callo estrepitosamente al suelo, levantando una nube de polvo a su paso. — ¡Hic- Mami!

Lloro y esta vez lo hizo no por el dolor físico. Lo hizo por qué sabía que nadie vendría a salvarlo, ni abuela, ni su padre o tan siquiera un sirviente.

Estaba sólo. Completamente sólo.

¡Lo único que anhelaba era el amor de su familia!

Tan solo un gramo, una pizca.

¿Era mucho pedir?

"Si te sientes asustado, si alguna vez te sientes solo. Cierra tus ojos y desea salir de ahí, por qué yo no estaré para protegerte. Nunca lo estaré."

JAMÁS

— Abuela...
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Tallando sus ojos con ambas manos y bostezo levemente.

El emperador sonrió un poco al presenciar tal imagen. Simplemente adorable, no había otra cosa más a decir.

— ¿Su majestad? — tímidamente, el doncel tomo la mano del regente. — ¿Está sonriendo por mi?

El emperador rio divertido y beso la frente del oji esmeralda junto a el, sintiendo el olor único que desprendía de su suave melena

— ¿Por qué pensaría en ti? Tengo cosas más importantes en las que pensar. — bromeó.

Máximo indignado, hizo un puchero y giro su cuerpo hacia otro lado, cruzando sus brazos en su pecho cómo muestra de su enojo.

— ¡Su majestad es muy cruel! ¡Ya no lo veré más! — sentencio.

Carausio abrazo el cuerpo esbelto de su esposo y beso el cuello del mismo con cuidado. —  ¿No miraras ni una sola vez?

Negando, se removió del abrazo pero.no logró soltarse. — S-si mi señor me considera tan poca cosa, entonces ya no quiero verlo.

Carausio mordió su labio excitado ante   el sonrojo de su esposo. Sus berrinches eran tan adorables y únicos que lo no evitaba tomarlo cada que se ponía en su plan.

— Entonces...— susurro con voz ronca en el oído del otro. — Te tomaré hasta que esa boca reconozca a su único dueño.

Atravesó la tela de su vestuario y acaricio los pezones rosados. Maximo sin ser visto, hizo una mueca de dolor ante lo que se avecinaba.

— Su majestad tengo —

El mayordomo principal se detuvo abruptamente.

El emperador gruño con furia, Máximo sonrió apenado e internamente agradecido por la interrupción.

— L-lo lamento, su majestad ...— hablo rápidamente ante la mirada fulminante del monarca. — El asunto es urgente.

Carausio dejo a su esposo acomodarse la ropa y se enderezó imponente ante el tembloroso hombre de traje.

— ¡Habla rápido! ¡Tengo algo que atender!

La voz tan tenebrosa casi hizo desmayar al mayordomo tembloroso. Sabía que interrumpir de esa manera era impertinente pero lo había mandado la misma reina madre con carta en mano.

Máximo se acerco lo suficiente a su esposo y lo abrazo, escondiendo su rostro en su pecho. Carausio le prestó atención y este al verse observado, beso sus labios y le sonrió de manera angelical para después recostar su cabeza en el pecho de este, tranquilizando el terrible temperamento que se avecinaba.

Suspirando, miro de manera inexpresiva al mayordomo. — Habla rápido.

Tragando el nudo en su garganta, hablo. — La reina madre me a solicitado entregar está carta. Dice que es urgente. — extendió el sobre.

Frunció el ceño molesto pero aún así tomo esa cosa. — Dile a la reina que tiene pies para caminar y boca para hablar. La próxima vez que venga en persona.

— Si, su majestad.

— Retirate.

Con un ademán el regente lo despidió. Máximo al sentir la leve mirada del hombre, asíntio, dando el permiso requerido a su sirviente.

— Con su permiso.

Siguiendo la silueta del mayordomo, Maximo se pregunto el por qué de su estado tan apresurado.

— Esa mujer...

El murmuro de su esposo lo hizo regresar su atención. Parecía disgustado por el contenido de la carta. Si lo tenía así, quería saber lo que estaba escrito.

— Mi señor—

— Máximo, vuelve a tu habitación. — Corto el emperador.

Eso no lo espero para nada. Irritado, expreso su tristeza en su rostro, más fue ignorado por el monarca. Bajando la cabeza, asíntio y se levantó de su lugar.

— Lo espero está noche, mi emperador.

Tras una corta reverencia salió a paso lento. Muy lento.

Algo debió pasar que lo tiene de ese modo.".

Apretó sus labios con molestia al recordar cómo lo desecho.

"Teñido estúpido, ya verás cuando despierte de mi siesta, ya verás"

Carausio estaba furioso. Simplemente no entendía porqué todo se complicaba con aquella mujeres primitivas.

— Maldición...

Y para acabar de rematar, había despedido a su esposo de una manera nada delicada.

Arrugó la hoja y la dejo sobre la mesa sin cuidado.

— ¡Preparen mi caballo!

Moleria a golpes a la insolente mujer, lo haría hasta que no fuera más que papilla asquerosa o mejor aún, la convertiría en esclava y la vendería a un burdel de mala muerte.

Camino por el palacio, sin ver a nadie, sin detenerse ante nadie, solo con sus puños apretados y la mirada rabiosa.

Estaba harto. Harto de verdad.

Los actos de la mujerzuela tenían un límite y el ya había llegado al suyo.

La llegada de un posible cambio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora