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Tres días, tres días sin saber nada del paradero de su esposo.

¿Que le costaba enviar una carta, un recado o un mensaje con un guardia? ¡Nada le costaba al infeliz!

Tan preocupado estaba qué llegó al extremo de visitar a su suegra ¡Y aún así no logro obtener información!

"El está bien"

Es lo único que dijo después de tres horas de charla sobre temas que no le interesaba y para colmo, al día siguiente se retiró del palacio como si nada.

Estaba detestando haberse casado con el emperador de Obelia.

— El emperador seguramente viajo por asuntos del imperio.

El mayordomo principal trato con mucho esfuerzo de calmar al hermoso doncel.
Máximo no respondió a su comentario, solo bajo la mirada con un mueca.

— Ya han pasado tres días Casiel, no puedo evitar preocuparme si no recibo nada de su parte. — apretó sus manos entrelazadas con nervios. — ¿Le habrá paso algo? ¿Surgiría un problema grave?

El pelirrojo miro asombrado al preocupado doncel, no esperaba para nada aquellas preguntas y como no estarlo si las reacciones que esperaba era diferente.

Histéria, molestia, indignación, celos, cualquiera de esos sentires podría ser normal en la situación al su esposo ir de improviso a un palacio lleno de mujeres, más nunca espero que se sentirá preocupado por el bienestar del emperador.

— Seguramente estará bien. — quiso ser positivo. — Los asuntos del imperio pueden anclarlo durante días para terminarlos a tiempo.

"No atiende realmente esos asuntos aquí y los aplaza hasta otro palacio, es más sencillo que avise sobre estar gozando de "algo" mucho mejor"

¿Para que más el emperador iría al palacio reservado para las concubinas?
A no ser que se trata del segundo principe, no podría ser algo relacionado con el.
Esperaba estar equivocado, era tan solo una alma inocente como para estar pasando penurias de tal magnitud.

— Consorte real.

Llamaron a la puerta con suaves toques. Máximo asíntio al mayordomo para que este abriera. De la entrada, pasaron dos sirvientas.

— Disculpe, su alteza. — reverenciaron ambas. — El costurero está esperando en el salón de visitas.

Asintiendo, dejo que la tristeza inundaran sus facciones. — Enseguida iré, atiendan al invitado cómo es debido.

— Entendido.

Ambas reverenciaron y salieron de la habitación.

— Prepararé su vestimenta.

— Nada de eso. — detuvo su andar. — Iré cómo estoy ahora.

Casiel tuvo un debate interno pero no contradijo nada, no tenía posición para hacerlo ni la tendría nunca al ser un simple sirviente al servicio de los grandes.

— ¿Me retiró? — respiro profundo al sentir la mirada verdosa sobre el.

— Adelante, puedes hacerlo. —  elimino su tocado del cabello, dejando que fluyera por sus hombros como si de una cascada se tratase. — Pero antes, ¿Podrías ayudarme con mi cabello? Necesito desenredar los nudos.

Siguiendo las instrucciones del doncel, encontró la peineta de plata en uno de los baúles más pequeños de la habitación.
Al poco tiempo, sus manos vagaron por la sedosidad rubia que cubría gran parte de la espalda del consorte. Deleitándose con la facilidad de la peineta de pasar por las hebras doradas sin atorarse ni una sola vez.

La llegada de un posible cambio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora