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Los pasos resonaron en el palacio rubí. El encargado del harem corrió hasta el mayordomo principal del palacio.

— Disculpe, mayordomo. — el hombre de mediana edad se inclino. —  Las concubinas están armando un revuelo por la supuesta visita de su majestad.

El mayordomo palmeo su frente, no podía crear lo que escuchaba, la información se había filtrado de alguna manera.

— En efecto, viene en camino. — resignado, compartió lo que sabia. — No me dieron detalles de nada, sabes cómo funciona esto, la información tarda en llegar y no dudo que su majestad esté aquí en unos cuantos minutos.

— En ese caso... ¿Alisto a una concubina?

Arrugando el ceño, el responsable asíntio. — Si... Dos, no, cinco concubinas de preferencia rubias.

— ¿Cinco serán suficientes? — cuestionó algo pensativo. — Su majestad jamás pasa la noche con dos o cinco mujeres, sabes que el gusta de-de hacerlo en grupos numerosos.

De solo pensarlo, el mayordomo sintió desagrado. Negó con rapidez la sugerencia del hombre y le despidió.

Elián creía en las palabras del mayordomo, claro que lo hacía, siempre cumplía con lo ordenado al ser un sirviente más bajo su mando. Pero estaba vez desobedecerla al castaño, no por gusto ni por necesidad, simplemente era cosa de supervivencia.

El mismo emperador le ordenó colocar 8 concubinas para su disfrute, de no ser así su cabeza rodaria. Por obligación tenía que preguntar e informar todo al mayor principal pero nada más puesto que las órdenes de su majestad estaban por encima suyo y de todos en este imperio.

Sudoroso y con los nervios a mil, llegó hasta el harem y llamo a las mujeres para hacer dos filas, para su sorpresa estas le obedecieron sin rechistar nada.

Asintiendo contento por la cooperación de todas dió un paso al frente para hablar pero su voz se atoro de último momento, ¿Y como no hacerlo?

Entre los sirvientes, con la cabeza al suelo y las manos en su vientre se encontrá la madre del segundo príncipe, Nathaly Bornegan. Su dolor de cabeza y martirio de por vida.

— ¡Tu! — señaló a la pelinegra. — ¡Ven aquí! ¡Ahora!

La mujer avanzo hasta estar frente al encargado del harem. El hombre la hizo a un lado al sujetarla del brazo con fuerza.

— Ustedes, tu, tu y ustedes cuatro. Prepárense. Señora Ashe apoyarme por favor.

Jalo a la sirvienta a la salida del harem. Acorraló a la mujer en la esquina al quedar frente a ella, sin ninguna posibilidad de huir.

— ¿Crees que puedes entrar aquí como su fuera tu casa? — comenzó, furioso con la mujer cabizbaja. — ¡¿Puedes?!

— ¡Si puedo! — grito al subir su cabeza. — ¡Puedo y lo haré tantas veces de ser necesario! ¡Por algo soy madre de un principe y mujer del emperador!

El hombre sonrió tenso, burlándose la horrible mujer frente suyo. — Eso es la cosa más sin sentido que he escuchado en mi vida. TU no puedes hacer nada. — acercó su rostro al de ella, intimidado con su mirada. — ¿Quieres saber porque? Por qué no eres más que una sucia esclava sin nombre que por un simple descuido mío se colo a la habitación de su majestad.

Sus pestañas temblaron al sentir las lágrimas acumuladas en sus ojos. — ¡N-no es-!

— ¿Y todavía te dignas a llorar? Que mujer tan patética. — rio por su lamentable aspecto. — Deja de llorar, tu no tienes un corazón para hacerlo. No eres más que un vil mounstro que maltrata a su propio hijo.

La llegada de un posible cambio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora