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El costurero dejo de lado sus anotaciones y extendió su mano hacia la sirvienta.

— Cinta.

Visualizando algunos trazos, rodeo la cadera de su cliente con suma precisión.

Para su mala suerte, el emperador rabioso entro en ese mismo instante.

Saco la espada que había hurtado de un guardia y camino a paso lento hacia el despistado doncel y costurero.

Los sirvientes no tardaron en notarlo y con mucho silencio abrieron paso, sin atreverse a ver aquel rostro cargado de odio.

— Vaya...

Máximo salto sobre su lugar, no dudo en levantar su mirada de la tela y ver a su esposo justo tras suyo, con espada en mano y una expresión que nunca había visto.

En un rapido movimiento, Carausio tomo del cuello al hombre inclinado ante el y lo sacudió cómo si de un sucio saco se tratase.

— Anciano...— llamó en un susurro. — ¿Quién mierda te crees para tocar a lo que es mío?

El hombre tembló sin saber que decir exactamente, no había hecho nada malo o que se pudiera malinterpretar. Solo hacia su trabajo.

— N-No entiendo. — la presión en su cuello empeoró, impidiendole hablar.

— Te abriré esa cabeza en dos para que mis palabras te lleguen más rápido. — continuo haciendo presión en el área.— Lo haré, y cuando ya no respires me encargaré de cortarte en pedazos y poner tu cabeza en la entrada del palacio para aquellos osados en tocar mi propiedad.

"Jodido idiota, cuánto drama hace por un simple costurero"

Ignorando el estado del anciano, hizo un ademán a los sirvientes para que salieran.

Estando solos y aún siendo espectador de tal horrible acto, resopló irritado y se preparó para tranquilizar al mastodonte.

— M-majes ¡Ugh! — el aire no llegaba a los pulmones, sentía que perdía la conciencia poco a poco.

— Muere, maldito.

— ¡M-mi señor! — Máximo grito con lágrimas en los ojos. Colocó su bata y trato de detener la agresion.— ¡Por favor, detenga esto!

Apresuro su paso y tomo el brazo que aprisionaba al hombre. Carausio no lo miro pero tampoco aflojó su agarre.

— ¡Por favor! ¡Mi señor! — rogó aún más alto molestando al emperador. En un intento de apartarlo, dió un suave  empujón. El doncel tropezó con las telas esparcidas.  — ¡Ah!

Carausio vio todo a cámara lenta; el esbelto cuerpo cayendo; su mano soltando al hombre inconsciente; la velocidad al sujetar la muñeca; el pánico recorriendo su cuerpo al ver la cabeza acercarse al suelo.

Máximo cerro los ojos esperando el duro impacto que no llego. Sorprendido, abrió sus ojos esmeraldas, encontrándose con el emperador frente suyo, atónito.

Latido tras latido, su corazón bombeaba sangre a una velocidad preocupante.

Esta vez, si llego a tener por su vida, tan cerca estuvo de pasar al más allá.

Lágrimas traicioneras surcaron sus ojos y bajaron por las rosadas mejillas.

— ¡S-su majestad—! — ahogo sus sollozos en los brazos de éste, llorando y temblando de angustia. — ¡Usted- usted casi-

— No hables. — proporciono carías a la espalda de su esposo, en un intento de tranquilizarlo y de tranquilizarse. — Estás a salvó, cálmate.

Bajando su cabeza, beso la frente del agitado rubio, queriendo transmitir aquello desconocido que sentía. Algo raro, algo que te hacía respirar con normalidad.

La llegada de un posible cambio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora