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A pesar del contratiempo del desayuno (Claude ignorando a Anastacius) y la insistencia de cierto bicho molesto (el emperador) con quedarse en sus aposentos a "charlar", todo resultó bastante bien. Gran parte de la mañana se la paso con Claude y su hermano estudiando lo relacionado al imperio, dejando de momento los pocos deberes que tenía como Consorte. 

Por suerte para él, Claude decidió salir a jugar un rato, Anastacius no fue invitado para tristeza del príncipe mayor que solo se quedó con Máximo por un rato más hasta decidir irse junto al mayordomo. 

Todo el ajetreo continuo de este palacio lo estaba irritando.

— ¿Llevaste al príncipe Anastacius de regreso a sus aposentos?

El mayordomo principal dejo aún lado lo que hacía y asintió levemente. — Así es, su alteza real.

El hermoso doncel cepillo sus mechones sueltos entre sus dedos. Parecía ido, preocupado por algo que el sirviente desconocía complemente.

— ¿Descubriste por qué el príncipe Anastacius se encontraba solo y llorando? — Cuestiono observando hacia otro lado, a los ventanales. El jardín se deslumbraba desde sus aposentos.

Tembloroso, el mayordomo asintió. — La emperatriz hizo un gran escándalo al saber que el emperador desayunaría con usted y el príncipe Claude. Es de conocimiento general que el emperador se reúne cada cierto tiempo a desayunar con la emperatriz cuando están de vista al palacio. 

Máximo rio suavemente. Esperaba algo mucho más complicado que eso. La diversión bailaba en sus facciones.

— La emperatriz es alguien muy infantil. Supongo que lo hace bastante seguido cuando algo no va como ella quiere. — el doncel sonrió con burla. — ¿Te encontraste con ella? ¿Qué te dijo?

El mayordomo bajo la mirada ante el cambio tan brusco de su señor. Ahora conocía la verdadera cada de la moneda y era sumamente intimidante.

Máximo ladeo su cabeza mientras levantaba un poco las mangas de su vestimenta.

— Bueno, ella me amenazó de muerte. Grito que no volviera a tocar al príncipe Anastacius, casi me golpea por tratar de explicarle el por qué estaba trayendo al príncipe a su habitación, no quiso escuchar y... — suspiro con pesadez. — envió un mensaje para usted.

Con un movimiento de mano por parte del doncel, el mayordomo se acercó hasta él, se inclinó y susurro con severidad cada palabra que la emperatriz declaro.
El rostro aburrido de Máximo se transformó en uno frio y cruel. Una suave sonrisa floreció en sus facciones.

— Ya veremos lo que puede hacer. — hizo un gesto a su sirviente, a lo cual el volvió a su posición anterior. —  Tráeme a esa sirvienta, me será útil con los próximos movimientos.

El mayordomo reverencio y salió a toda prisa, dejando al consorte sólo. Máximo se levantó de su asiento con lentitud y camino hasta el ventanal.

Claude estaba a la vista, jugando con lo que parecía ser su oso de peluche. 

Entrecerrando los ojos, observo la sonrisa infantil; las adorables acciones al jugar; esas expresiones inocentes. Apretó sus dedos en fuertes puños. 

No permitiría que la emperatriz se meta en su camino, en el camino de Claude. Movería cielo, mar y tierra para asegurar el bienestar de su ahora hijo. Él le haría saber cómo era la forma correcta de cortar el problema de raíz y eso es, destrozándola por completo.

Máximo sabía cuál era el punto débil de aquella mujer.

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La emperatriz se aseguró de que su hijo se mantuviera ocupado con sus deberes antes de ingresar a sus aposentos con aire molesto. Las sirvientes posicionadas a cada lado de la pelirroja temblaron al sentir la intimidante aura. 

— Maldito doncel, maldito mayordomo, maldito sean todos — murmuro con ira al sentarse en su respectiva silla. Observó a sus sirvientas exaltadas. — ¡Vayan y ordenen al encargado principal del harén que prepare a tres mujeres! ¡¿Qué esperan?! ¡Salgan! — Exclamo entre bramidos. 

Una de las sirvientas reverencio rápidamente y salió de la habitación, tropezó con sus propios pies hasta llegar a con una compañera suya a la cual, hizo una leve señal hacia la habitación de la emperatriz para continuar con las órdenes.
Aquella sirvienta asintió y se mantuvo en su lugar, siguiendo escuchando los gritos de la pelirroja.

— Hare que ese hombre se arrepienta, se retorcerá en su miseria y soledad. — Una risa baja pero llena de odio se escuchó dentro de la habitación. — Esta noche, todo cambiara a mi favor.

La sirvienta,Rose, frunció el ceño con algo de confusión, retrocedió unos pasos y dio media vuelta no escuchar nada más. Deshizo el hechizo de sigilo que había colocado desde que llego a la sección de la emperatriz y se fue sin mucha importarle que la descubriesen.

Su misión ya estaba hecha y solo le quedaba informar a su (ahora) señor.

Mantuvo su caminar constante y tranquilo, sin levantar sospecha de la servidumbre al ver un rostro desconocido entre ellos. Digan, escuchen o hagan, la servidumbre a cargo de la emperatriz simplemente pasaba de largo a ciertas situaciones y no por ser malos en su trabajo, solo no tenían ese gusto/ganas de servir a su señora por el trato que les daba.

Eso era exactamente lo que desconcertó a Rose cuando se infiltro en aquella área. Pensó que al ser la única esposa del emperador tendría un poco de reconocimiento y simpatía con los sirvientes a su servicio.
Contrario a Máximo y su popularidad creciente, la madre del imperio solo daba vergüenza ajena, maltratando y humillando a los sirvientes del palacio principal. 

¡Venia de visitas unos días de visita y exigía como si fuera la gran cosa!

— Por suerte, escogí bien mi bando — tatareo feliz mientras llegaba hasta la puerta de su señor. Toco dos veces y espero.

— Adelante. 

Rose entro a la habitación y se inclinó hacia Máximo con respeto. — Mi señor, sus órdenes se cumplieron al pie de la letra. Tengo información interesante para usted. 

Máximo termino de arropar a Claude y dio media vuelta dando un vistazo a la mirada brillante de la sirvienta.

A pasos cortos tomo asiento en su respectiva silla, acomodando las mangas de su vestimenta.

— Bien hecho, procede con la información. — Ordeno con ojos inexpresivos y calculadores.

Rose sonrió con leve sadismo y después bajo la mirada mientras se arrodillaba ante Máximo. 

— La emperatriz actuará esta noche, envió a una de sus sirvientas al harén para hablar personalmente con el encargado. Señor, en este momento quizá estén preparando a las concubinas para pasar la noche con el emperador.

Al terminar de relatar, la risa de Máximo llego hasta la sirvienta arrodillada. Un temblor se apodero de la mujer al sentir el tono profundo y oscuro aquella risa, el aura que desprendía su señor era muy fría.

— Perfecto. — El rubio sonrió de forma indiferente. — Alista mi ropa y prepara el baño, seré yo quien visite a su majestad esta noche. Veremos quien termina siendo olvidado primero.

 Veremos quien termina siendo olvidado primero

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La llegada de un posible cambio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora