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La mañana se presentó de una forma maravillosa. Las aves cantaban, la brisa soplaba trayendo consigo una frescura agradable, calida y reconfortante.

Para Anastacius era así, simplemente llegaba a disfrutar de las pequeñas cosas y de su rutina diaria en sus breves visitas al palacio de su padre.
Algo indiscutible y que anhelaba mucho era el de pasar tiempo con sus padres. Cada mañana (desde que tiene memoria) el desayuno se sirve en la pequeña terraza del palacio. El, cómo todo niño ansioso de un momento familiar llegaría unos minutos antes que sus padres. Sin apartar la vista de las puertas cristalizadas.

Tardaría solo unos minutos más en compañía del mayordomo y su madre aparecería tan reluciente y amorosa. Le daría los buenos y besaría su frente con amor, preguntaría por su noche al estar frente a frente y se disculpara por llegar tarde. Prometiendo acompañarlo al día siguiente.

El, solo aceptaría las palabras de su madre con una sonrisa. Le gustaba mucho cuando lo trataba así, cómo una madre interesa y preocupada por su hijo.
Sería así de no ser por los largos minutos en silencio. El enojo se proyectaria en los rasgos ajenos. El emperador tardaría mucho.

Por mucho que la paciencia de su progenitora se perdiera, el no dejaba de sonreír. Sabía que su padre llegaría, tarde pero lo haría.

Fiel a sus pensamientos, el emperador haría acto de presencia con su típica expresión fría e indiferente. No saludaría a nadie, no miraría a su esposa espléndidamente vestida para el, no compartiría nada durante el desayuno. Solo tomaría su asiento, daría la orden de servir y comería.

Y aún con todo esto, el no podría ser más feliz.

Si... Feliz.

- ¡¿Qué estás diciendo?!

El grito de su madre estremeció a los sirvientes y, aunque no lo admitiera a el también. Estaba tan asustado.

- S-su majestad el emperador pide disculpas al no poder asistir a desayunar. - tragó saliva ante el tenso ambiente. - Surgieron asuntos importantes que impiden estar aquí.

Anastacius bejo la mirada a su plató. Sintió sus ojos picar, más no dejo que las lágrimas bajarán.

- ¡¿Asuntos importantes?! - su madre grito al azotar su mano en la mesa. La copa cayó y derramó su contenido, dejando al mensajero atemorizado. - ¡Nunca se interesó por los asuntos del imperio! ¡¿Y ahora sí?! ¡No me creo esas estupideces!

Avanzó con firmeza hacia el pobre hombre, tomándolo del brazo, gritando y maldiciendo. Los sirvientes que se encontraban por el escándalo trataron de separarlos.

Mordí mi labio con fuerza y por fin solté mi molestia. Llore en silencio mientras el escándalo continuaba.

Baje en silencio de la silla y salí. No quería ver a nadie.

Simplemente quería desaparecer para no tener que soportar nada de esto.

¿Por qué mi madre eras así? ¿Por qué siempre dudaba del emperador?
¡Su padre tenía asuntos que atender! ¡Era el emperador!

¡Y el...! S-solo

- Solo quiero tener una familia.

Un sollozó más.

Y un suave toque en su mejilla.

- Príncipe Anastacius, ¿Se encuentra bien?

Dedos suaves tocaron sus mejillas y las limpiaron, dando algo de calidez y tranquilidad. Dejo de llorar para enfocarse más en la persona tan amable.

Anastacius jadeó sorprendido. El Consorte real y la persona más odia por su madre están limpiando su rostro.

Dudó pero al final asintió con un pequeño hipo. El hermoso rubio sonrió con alivio.

La llegada de un posible cambio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora