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Desde aquel día, el joven principe se desplazaba a todas partes con el adorable oso de felpa. Nunca, nunca se apartaba de aquel intrigante juguete que parecía ser mas un amigo que un simple objeto por la forma en la cual el principe parecía tratarlo.

Para Máximo no era la gran cosa, las personas cuchicheban ¿Y qué? Era un niño que no tuvo un crecimiento normal, se vio desprovisto de muchas cosas esenciales y el no le quitaría su primer juguete para callar susurros ajenos. Podría ser codicioso y cruel pero no un mounstro. Solo esperaba que el inútil del emperador logrará callar a cada sirviente o el lo haría personalmente.

— Consorte, — saludo el fiel sirviente. — su majestad lo espera en el balcón de sus habitaciones.

— En un momento iré. — Máximo soltó su cabello y el sirviente desapareció de su vista. — Fastidioso, no puede dejarme solo un momento.

El humor del doncel no era para nada bueno, no desde que su incapacitada para comer ciertos alimentos comenzó desde hace unos días. Los mareos no eran por las razones que creía, solo era una infección estomacal. Un dolor que comenzó al consumir su bebida favorita.

" Los intentos de envenenamientos están empezando. La emperatriz si que tardo en hacer lo más obvio."

Sin una pieza como escudo, la acción de la mujer era cuestionable, no estaba la madre de Claude para culparla o al menos para que las sospechas no cayeran en ella directamente. La emperatriz esperaba algo de el, tal vez una reacción, alguna orden, algún gesto, algo que pudiera hundir su persona en el espeso mar de la presión social.

Eso sucedería de ser alguien más. El no era un idiota o impulsivo y se lo demostraría al mover a su fiel mascota, el emperador.

— Mi señor — inclinando su cuerpo, el rubio sonrió de manera brillante. — estuve esperando su llamado desde esta mañana.

Carausio se levantó de su asiento, se acerco hasta el bello doncel y tomándolo de los codos (de manera suave) beso sus labios suavemente. Máximo correspondió sonrojado.

Al separarse, ambos tomaron lugar en la pequeña mesa con humeante té de cerezos. Esto último, sorprendió al doncel pero logró disimularlo con discreción, no esperaba que el monarca descubriera su gusto por tan peculiar bebida.

— Máximo, — el hombre llamado a la atención de su esposo con brusquedad. Dejo que su corazón latiera desbocado al conectar mirada con aquellos ojos verdes. — hace unos días llegó a palacio una carta de la emperatriz.

El doncel asíntio ante lo dicho, tomándose su tiempo en beber y degustar el té sin darle mayor importancia a lo que decía el monarca. Mientras no...

— Vendrá de visita está tarde. — aquello dejo un amargo sabor en su boca. Frunció el ceño con molestia, ahora sí, no  se molestó en ocultar su verdadera expresión.

Carausio acaricio la mano de su esposo, ignorante de su expresión tan colérica. La suave piel bajo su mano lo distrajo, por mucho que evitará siempre el contacto con otros, con Máximo pasaba siempre que el doncel quisiera y en gran parte el mismo se estaba acostumbrado a las amorosas caricias, sonrisas y besos ur le daba su esposo.

No quería admitirlo pero estaba cayendo demasiado rápido con la persona a su lado. Era algo inesperado, intrigante incluso, ¿Cómo pudo suceder algo así?

— No quiero. — la voz irritada interrumpió sus pensamientos. — No quiero que la emperatriz entre a nuestro palacio.

Eso había sonado tan.... ¿Bien?

— ¿Por qué razón?

— Eso debería preguntarle, mi señor. — la expresión nueva lo dejo sin aliento, había algo en su voz que lo dejaba aturdido. — ¿Por qué la emperatriz viene a "visitarlo"?

La llegada de un posible cambio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora