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— ¿Desea algo más?

Máximo negó y el mayordomo partió de la habitación. El joven pudo respirara tranquilo, cambiando de posición más cómoda para sentarse en la silla incómoda.

Estaba en la habitación de su majestad, vistiendo una bata blanca y un dolor constante en la cadera, pero seguía con vida aunque cojeando.

Lo único bueno a destacar fueron las atenciones que si o si exigió (indirectamente con su actuación) a su cariñoso esposo aquella mañana después de una noche movida.

Un tibio y relajante baño con un merecido masaje en los hombros y espalda; comida deliciosa, degustada solo por el y nadie más; hermosas telas para trajes aún más deslumbrantes; por último y el más importante, una habitación digna para "recibir" a su esposo.

Quería reírse de lo bien que salió todo.

¿Quien decía que no podía lograr nada en poco tiempo? ¡Ja! Ahora lo demostró y lo seguiría haciendo hasta su muerte.

Rio levemente y dirigió su atención a las tazas de agua humeante, recortando en ese instante algo importante que paso por alto.

" El té... ¡El té!"

Levanto su cuerpo rápidamente, al hacerlo una punzada lo hizo quejarse pero continuo su andar al baúl y extrajo una caja bellamente esculpida de lo profundo. Abrió con sumo cuidado sin mirar detenidamente nada y la volvió a cerrar después de obtener lo que quería.

Hojas secas de un color verde bosque.

El mejor método "anti-embarazo" que existe en su reino.

Aunque claro, no hacia milagros, su efecto era corto pero potente, debía tener cuidado de no sobrepasar la dosis y el consumo o de lo contrario tendría consecuencias graves. Por ello era usado en situaciones de emergencia, cómo ahora.

Todo por ser tan impulsivo.

— ¿Qué es-?...— murmuro al ver en las hojas una pequeña abertura, cómo si algo...— No..

Grito y trituro las hojas ya inservibles, aventó el polvo y abrió el baúl nuevamente para sacar la caja. De un jalón la abrió y con horror, presencio las pequeños orugas de mar.

Su rostro se torno rostro de la ira. ¡Esas malditas cosas arruinaron su medicina!

Suspiro, cerro los ojos y contó hasta 10.

No funcionó.

Respiro profundo y lo intento.

El resultado fue el mismo.

Cerro el baúl de un golpe y camino a pasos pesados hacia la ventana donde sin cuidado, tiro el contenido de su pequeña caja.

Ahora no sabía dónde encontraria algo tan efectivo como aquellas hojas que solo florecían en su reino. De solo pensar en los problemas que acarrearía sus acciones, la cabeza le comenzó a palpitar.

Bufo y se recostó en la cama, tratando de dormir.

Pero la imagen del emperador llegó hasta el.

No era seguro para el dar a luz en ese momento. Acababa de llegar y el emperador apenas mostraba la interés en el, un niño solo arruinaría sus planes. Podría sonar cruel pero no traería ningún bebé a este mundo hasta estar complemente dentro en su entorno.

Lo malo de todo esto es su fertilidad, la cual llegaba a ser demasiado incómodo hablar sobre esto pero era algo normal que un doncel sea mucho mas fértil que una mujer, sobretodo aquellos bendecidos por la madre tierra.

Y para su lamentable situación, el era uno de ellos, uno muy raro. Seguramente ya estaba esperando.

Giro su cuerpo boca abajo. Trataría de dormir para calmar sus ansías de castrar al regente con sus propias manos.

— Su alteza real...

" ¿No puede uno descansar a gusto?"

Golpeó la almohada varias veces hasta asegurarse de sacar parte de su estrés. Cambio su postura y rostro, sonriendo como siempre. — Adelante.

El mayordomo principal entro mirando al suelo.

— Disculpe, mi señor. La reina madre lo espera en sus aposentos.

Suspiro internamente pero no demostró nada más. Asíntio y dejo salir al avergonzado hombre.

Ya quería irse y apenas había llegado.

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— ¡El consorte es tan hermoso, amable y comprensivo!

El grito hizo detener a la pelinegra. Pegó su cuerpo a la pared y se acerco un poco más para escuchar mejor.

— Shh calla. — regaño con suavidad a la otra. — No necesitamos que más cuchicheos se esparsan por el palacio.

Escucho un sonido extraño, cómo si de un gemido lastimero se tratase.

— Vamos Britney, sabes que tengo razón.

— No puedo asegurarlo, no lo e visto.

— Te sorprendería lo bien que se lleva con todos, nadie le hace caras, nadie lo desprecia no habla mal a esos espaldas. — suspiro soñadoramente. — Es un perfecto esposo.

"¿Esposo?"

— El único que parece importarle al emperador por lo que escuche de ti. Que suerte la tuya.

Río algo fuerte siendo callada al instante. Se disculpo en un susurro y retomo su acción al sacudir la mesilla.

— Y que suerte, no creí que al suplantar a un sirviente enfermo durante aquella semana traería consigo un exquisito momento. Te digo que el Consorte llegó hace apenas dos días y ya tiene encantado al emperador. — acomodo un florero con un tatareo .—  No recibe a nadie más que el en su cama, creeme lo e visto. Una de las concubinas trato de verlo y el la saco a patadas, ¡En cerio la saco!

— Violet te lo diré una sola vez, baja la voz. — amenazó, levantando la cubeta y trapo, la joven a su lado la imitó. — Y con respecto a lo que dices, no creo que dure mucho, si, es su esposo pero ni siquiera le dió una boda oficial o una bienvenida adecuada, solo dices que llegó y ¿el emperador de un día para otro se encapricho con el? Imposible, tendría que hechizarlo para hacer algo así. Una persona de cambia así como así.

Las voces se fueron alejando lentamente y con ellas se llevaron la cordura de la pelinegra.

"¿Cómo era posible? ¡Un esposo! ¡¿Cómo?!"

Tiro las sábanas enfurecida sin creer realmente lo que decían. Algo así era imposible, ¡No podía ser cierto!

Aquel tirano y depravado hombre que la tomo hace 5 años por simplemente responderle mal, aquel hombre con el cual gozo dicho acto bárbaro y desagradable pero maravilloso, haciéndola adicta al dejarse llevar una y otra vez hasta quedar embarazada.

Nadie la quiso después de eso, creyó ingenuamente que el emperador se haría responsable de ella por su hijo pero no pasó a nada más que ser la madre de un príncipe bastardo y además de eso, seguir siendo una miseria sirvienta del palacio Rubí, lugar de las concubinas de aquel hombre.

Cayó bajo, demasiado bajo. Nunca espero que el emperador la dejara, nunca. Su personalidad le agradaba al monarca, le gustaba, el se lo había demostrado en la cama.

¿Por qué la corrió de su vida sin siquiera mirarla?

Apretó sus puños, clavo las uñas en su palma, sangrando ante la fuerte presión.

— Carausio...

Sujeto las sábanas entre sus manos y salió del lugar a cuestas por el enredo de las telas.

Los avances para tener envuelto al emperador no podían cumplirse, de momento. Tenía que deshacerse de ese hombre costará lo que costará.

Pero antes, descargaría su estrés y reciente furia con...

— ¡Mami!

Claude.

La llegada de un posible cambio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora