𝟸. 𝑂𝑗𝑜𝑠 𝑑𝑒 𝑐𝑎𝑟𝑎𝑚𝑒𝑙𝑜

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El bosque comenzó a oscurecerse, solo podía ver por unos escasos rayos de sol que alumbraban ciertos sectores

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El bosque comenzó a oscurecerse, solo podía ver por unos escasos rayos de sol que alumbraban ciertos sectores. Aunque las risas del gran ciervo rojo podrido se esfumaron, no lograba calmarme y menos con el panorama desolador. Me arrastraba con las esperanzas de encontrar la calzada de asfalto para pedir ayuda, pero mis intentos se limitaban en llegar a árboles y más árboles.

   Miré hacia el cielo ennegrecido y ahí, en vez de nubes, se ubicaban múltiples ojos —con pupilas de caramelos— que no dejaban de acosarme.

   Tomé el celular de mi bolsillo para pedir ayuda pero no tenía amigos y mis familiares me detestaban... estaba solo.

   Deseaba morir tirado en el bosque, tal vez de inanición o hipotermia, ya nada importaba porque ambas direcciones llevaban a la muerte. Pero los maullidos de un gato me despertaron de mi eterna tristeza.

   No, no me detendré, había alguien que pedía mi ayuda y no podía dejarlo sin respuestas. Con mucha dificultad, me levanté y busqué el origen de esos pequeños maullidos.

   —¿¡Dónde-e es-stás!? —grité.

   Continué corriendo y solo me detuve cuando encontré una bolsa manchada con sangre. Sin dudar, la tomé y la llevé hacia mis brazos para abrirla. Adentro, había un gatito carey con unos hermosos ojos de color ámbar.

   Por alguna extraña razón, recordé las cicatrices faciales de mi tío.

   —Am-migo, ¿po-o-or qué estás aquí?, ¿quién te-e dejó en e-este lu-ugar?

   El gatito maullaba, mostraba sus dientecitos blancos.

   —¿Tienes nombre, pequeño? —revisé si llevaba alguna clase de collar u identificación pero no tenía nada— Podría llamarte... —estuve unos minutos pensando— ¡Oh! Ya sé, ¡te llamarás Nox!

   Sonreí y lo abracé mientras sollozaba por las injusticias de la vida.

   El día aclaró, la oscuridad se marchó y ya no me encontraba en los laberintos del bosque, sino que al lado de la calzada.

   Un auto pasó conduciendo, era policial y poseía sus luces encendidas.

   —¿Eres Norman? —un hombre bajó de su puesto.

   Moví mi cabeza en sinónimo de afirmación.

   —Me alegra haberte encontrado, notificaron tu desaparición el día sábado por la noche.

   ¿Alguien recordó mi existencia? Quizás, mi padre si me amaba; después de todo, era su único hijo.

   —Gracia-as —mencioné sereno.

   —Ven conmigo, por favor.

   Asentí con una sonrisa.



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Me llevaron a la comisaría y en ese sitio, me inundaron con preguntas tras preguntas sobre lo sucedido. No mentí, conté la pura verdad pero ellos se mostraban escépticos ante mis palabras.

   Estuve horas y horas, pasaba por policías, detectives, abogados y psicólogos. Contaba la historia una y otra y otra y otra vez. Afortunadamente, parecía que ellos no encontraron falencias en mi testimonio, así que decidieron detener las interrogaciones hasta nuevo aviso.

   Me quedé sentado en el vestíbulo de la comisaría, esperaba que mi padre viniera a buscarme.

   —Norman Warren, soy Aiden Smith —un oficial se acercó a mi posición—. Me encargaré de llevarte a tu casa.

   El hombre tenía unos bellos ojos celestes y poseía una cabellera —ordenada hacia atrás— muy rubia, ¿cómo alguien podía tener ese tono tan claro de cabello? También, se destacaba por su impecable apariencia y buen aspecto.

   Él me ofreció su mano, pero no la acepté... Aunque no emanaba esa fetidez de azúcar artificial. Pero la voz del gran ciervo rojo podrido apareció en mi cabeza: «NO ACEPTES CARAMELOS DE LAS PERSONAS, PROMETISTE NO HACERLO».

   Ese rugido hizo que mi cuerpo se petrificara por completo.

   —Norman, ¿vamos?

   —Yo... yo... yo...

   —¿Sí?

   —No puedo-o acepta-ar... No-o qui-iero co-o-omer —susurré tiritando.

   —Disculpa, no te escuché, ¿puedes repetirlo?

   Tragué saliva con demasiada dificultad y traté de buscar las palabras para articularlas con precisión.

   —Mi padre-e se enojará mu-ucho si no voy co-on él... Es-s domingo y le gu-usta cazar ciervos... Debo-o llegar con él para li-impiar la sangre.

   —¿Domingo? —preguntó extrañado.

   —Sí, se-eñor.

   —Hoy es viernes.

   —¿Vie-ernes? —repetí asustado.

   —Sí, es viernes.

   ¿Cuánto tiempo estuve arrastrándome en el bosque? No tenía sentido lo que expresaba el policía. Saqué mi celular para revisar la fecha actual: era viernes y contando el día de mi desaparecimiento, eran doce.

   Estuve doce días en el bosque, ¿cómo era posible? Y no menos importante, ¿cómo la batería de mi celular duró tanto?

   —No te preocupes, déjame llevarte a tu casa.

   Mis piernas tiritaron, la imagen del ciervo se repitió innumerables veces en mi cabeza pero... pero terminé aceptando de igual forma.

   —Gra-acias.

Ellos me siguieron hasta el bosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora