𝟷𝟸. 𝑀𝑜𝑙𝑑 𝑦 𝑠𝑢𝑠 𝑗𝑢𝑒𝑔𝑜𝑠 𝑠𝑢𝑐𝑖𝑜𝑠

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Hice todo lo que me pidió Smith, bueno

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Hice todo lo que me pidió Smith, bueno... casi todo: no me arriesgué con las pastillas. Tuve que mentirle y él confió en mí pero se trataba de una mentira piadosa.

   Ahora íbamos en dirección a la residencia de esa mujer misteriosa.

   En el camino, pensaba sobre lo sucedido en las calles de Campo de calabazas. ¿Tomar un bus? Yo estaba loco, pero me hallaba completamente seguro sobre mis pisadas. Smith mencionó que ella me encontró dentro del bosque y no cerca de un río. ¿Lo habré olvidado también? No, eso era imposible. Estaba la mediana posibilidad de haber recorrido kilómetros por la ayuda del río pero... ¡Oh, ya recordé! Alguien me encontró y ya había sentido su olor.

   ¿Quién habrá sido?

   —Norman, puedes bajarte —era Smith.

   Estaba tan sumergido en mis pensamientos que, olvidé el entorno que me rodeaba.

   El aspecto de la residencia era la típica casita de campo, llena de animales y diversas plantas.

   Smith llamó a la puerta y una mujer salió, ella venía acompañada de muchos gatos.

   —Isabella, te traje esto —le entregó una bolsa con un surtido de objetos de cuidado personal y pañales de adultos.

   —¡Aiden, eres un amor! —manifestó con mucho cariño— No sabes lo caro que salen todas estas cosas.

   —¿No les ha ido bien con la venta de verduras y frutas? —preguntó.

   —No, cariño... Los años me pesan, ya no me muevo con tanta rapidez —suspiró cansada—. Pero no hablemos de eso —sonrió—; he notado que vienes acompañado.

   —Sí, él es Norman.

   Apenas saludé, estaba un poco avergonzado.

   —Así que Norman —ella se acercó para darme un gran abrazo—, eres un chico muy lindo, él más lindo de este pueblucho feo.

   —No exagere —reí tímido.

   —Hablo en serio, nunca había visto a un jovencito tan lindo como usted.

   —No soy joven, estoy viejo, ja, ja, ja.

   No mentía; de hecho, debería tener canas.

   —¡No diga tonterías! Yo desearía tener su edad —me retó tiernamente—. ¿Por qué no pasan?

   —Debemos irnos —aseguró Smith.

   —¡No tan rápido! ¡Pasen! —la mujer nos tomó de los brazos e hizo movernos hacia su casa.

   Adentro, había una mujer en silla de ruedas acompañada de más gatitos: era un hermoso paraíso de felinos. Además, era ciega, tenía los ojos grises como un día de invierno. Isabella hizo que me sentara al lado de ella, mientras que Smith fue a ayudarla con algunas comidas.

   —Hola —saludé cabizbajo.

   —Hola, querido —ella acariciaba a un gato negro—, ¿Norman, cierto?

   —Sí...

   —Soy Isadora —dijo con un tono severo.

   —Un gusto, señora Isadora.

   —¿Los ves?

   —¿Eh?

   No entendía, ¿a qué se refería?

   —Tus ojos, noto que son distintos —aseguró—. Ellos los ven... a los que están escondidos.

   —No sé de qué está hablando...

   —Tu condición híbrida te llevó hacia ellos —tomó a otro gato—. ¿Quién te arrastró al mundo de los vivos y a la vez, de los muertos?

   Permanecí enmudecido, sin saber qué responder o qué mirar: solo veía sus ojos grisáceos.

   Desde la chimenea, un líquido negro y viscoso comenzó a caer: la figura de Mold aparecería para torturarme.

   Solo bastó con un pestañeo y la habitación entera cambió su imagen por una bastante perturbadora. La señora Isadora ya no se encontraba viva, su cuerpo se hallaba hinchado con tonalidades verdosas y violetas. Tampoco tenía cabello ni ojos, poseía cuencas vacías llenas de moho. Desde su silla, sus pañales goteaban materia fecal.

   Todos los gatos que se encontraban en la sala, lucían desollados o se arrastraban desmembrados por el piso.

   Desde el exterior, llovía sangre y además, se escuchaban los llantos lastimeros de un niño pequeño.

   Dentro de la chimenea, seguía cayendo ese líquido oscuro pero ahora estaba acompañado de garras afiladas como dagas: era Mold.

   —¡HOLA, NORMAN!

   No respondí, este monstruo quería mostrarme como un demente.

   —¿QUIERES IGNORARME? BIEN —rió.

   Mold se acercó hacía mí y tomó mi brazo: hizo que mis cicatrices sangraran.

   —No-o —gemí.

   —¿VOLVERÁS A IGNORARME?

   —Mi brazo... duele... Mi herida está ardiendo.

   —PUEDO HACER CONTIGO LO QUE QUIERA, NORMAN.

   Quería que detuviera las visiones, ¡no podía presenciar tanta crueldad!

   —SUPLÍCALO, PÍDELO.

   No, no le daría el placer de hacerlo.

   —¿CREES QUE SOLO LOS PSIQUIATRAS PUEDEN TORTURARTE? —aplastó a un gato que se arrastraba: sus ojitos y sangre llegaron a mi rostro— ¡PÍDELO!

   —¡Basta, señor Mold! —lloré y todo regresó a la normalidad.

   Smith apareció en la sala y cuando notó mi lamentable estado, me llamó urgentemente para retirarnos de la casa.

Ellos me siguieron hasta el bosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora