𝟷𝟺. 𝑆𝑜𝑚𝑜𝑠 𝑙𝑜 𝑚𝑖𝑠𝑚𝑜

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Abrí mis ojos con absoluta lentitud, la cabeza me dolía al igual que mis manos por el clima gélido de Campo de calabazas. De a poco, comencé a levantarme pero me di cuenta que no me hallaba en el bosque. Había terminado en una casa abandonada que se caracterizaba por heder demasiado mal. Cubrí mi nariz con la bufanda roja pero incluso con esa acción, continuaba percibiendo la nefasta pestilencia. Era tanta la hediondez que, mis ojos se cristalizaron y unas horribles náuseas emergieron.

   Entré por un pasillo para buscar la salida, pero me encontré con el origen de la fetidez: había cadáveres colgados. Estaban hinchados por el avanzado estado de putrefacción y apenas podía distinguir sus rasgos porque habían sido desollados.

   ¡¿Quién sería capaz de hacer algo así?!

   A esos cuerpos les arrebataron la ropa, la dignidad y lo más apreciado: la vida, ¡¿quién?!

   La persona que orquestó este abominable escenario, se burlaba de esos pobres desafortunados. En sus bocas desfiguradas, almacenaban sus partes íntimas arrancadas. Y bajo ellos, caía lixiviados que se mezclaba con sangre y heces.

   No logré aguantar más, vomité sin detenerme.

   El sonido de algo afilado se escuchó detrás de mí, acariciaba las paredes de una manera muy tétrica. Volteé con bastante dificultad y hallé los ojos más fríos y hostiles del pueblo: eran los del asesino.

   El señor Mold poseía razón, era peor que los psiquiatras pero no más que este hombre despiadado y visceral.

   Escapé a una habitación pero al entrar y cerrar la puerta, me topé con el cuerpo de una joven que tenía sangre en el sector de su entrepierna: había sido violada. A diferencia de los demás cadáveres, ella mantenía su figura pese al avanzado estado de descomposición.

   «¡Cruck!», sonó la puerta: el asesino ingresó al cuarto y llevaba un cuchillo en su mano derecha.

   Corrí hacia un enorme ventanal pero al saltar, me percaté que era un tercer piso. El estruendo fue tan fuerte que, ni siquiera la adrenalina consiguió levantarme. Después de un breve lapso, apareció el asesino y él solo se dedicó a observarme. Su extraña cicatriz en el cuello todavía no podía sellarse.

   —No... po-or favor —le supliqué.

   Pero él no respondía.

   Empecé a arrastrarme para alejarme; sin embargo, ese hombre no dejaba de seguirme. Él estaba jugando conmigo, jugaba con su siguiente comida y lo más seguro, debía disfrutarlo.

   —Ba-asta, ¿qué qui-iere? —me acerqué a sus botas— Déjeme...

   El asesino me cogió con extrema facilidad y me llevó de regreso a la casa abandonada. Entró por una habitación que solo contaba con una cama deteriorada, nada más. Él me dejó ahí y después, se aseguró de cerrar la puerta.

   —No... eso no, ¡no! —grité desesperado— ¡Bastardo!

   Aún no podía correr, solo logré tirarme al suelo pero el hombre volvió a dejarme en el colchón.

   —¡Basta, hijo de p-! —el asesino enterró su cuchillo en la palma izquierda de mi mano.

   Expulsé un gemido ensordecedor por el dolor que me causó su aterradora arma blanca. Mi sangre se acumuló lo suficiente hasta que comenzó a manchar el colchón.

   Vi el semblante del asesino, lucía irritado por mi mal comportamiento.

   —¡N-! —él tapó mi boca metiendo tres de sus dedos.

   Pensé en morderlo, pero eso significaría terminar como los cadáveres del tercer piso. Después, él los retiró y los llevó hacia su boca para lamerlos y saborearlos con suma delicadeza.

   ¿¡Qué trataba de hacer!? ¡Había vomitado hacía media hora!

   Dejé de forcejear, ya no tenía sentido hacerlo porque sería imposible ganarle con mi estado deplorable. Él movió mi bufanda roja y llevó su rostro hacia mi cuello para inspeccionar y oler mi piel. Tenía su cabello dorado cerca de mi cara, podía sentir la fragancia de un shampoo con tierra. Él continuaba examinándome pero no de la forma vulgar como los demás o al menos, eso percibía.

   Para asegurarme de su bienestar, extendí mis piernas; de ese modo, él se posicionó con mayor comodidad. Luego, entrelacé mi mano por su gran espalda.

   —¿Qué quie-eres? —rocé mi cara contra la de él.

   Pero aquel hombre no contestaba.

   Hubo un momento en que nuestras miradas chocaron y me percaté que ambas se hallaban muertas.

   ¿Éramos lo mismo?

   Él se distanció de mí para levantarse, pero antes de hacerlo completamente, quitó el cuchillo de mi mano.

   Esa drástica y violenta acción produjo otro gemido de sufrimiento por mi parte.

   —¡Ba-astardo!

   Él no me miró, solo lanzó un celular a la cama y se marchó.

   —¿A-ah? —gemí confundido.

   Lo tomé y marqué el número de la policía.

   Ellos llegaron de inmediato y nuevamente, aparecieron más diligencias pero no lograron hacer nada contra mí... era inocente.

   Los días transcurrieron, Smith me avisó que los cadáveres pertenecían a tres adolescentes desaparecidos. No eran los amigos de su sobrino —los que me encontré en el bosque—, pero él los conocía. Además, los fluidos encontrados en la joven, pertenecían a uno de ellos, no del asesino. 

Ellos me siguieron hasta el bosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora