𝟷𝟹. ¿𝐻𝑎𝑠 𝑡𝑜𝑚𝑎𝑑𝑜 𝑡𝑢𝑠 𝑝𝑎𝑠𝑡𝑖𝑙𝑙𝑎𝑠?

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Desde que ocurrió el incidente en la casa de las hermanas Isadora e Isabella, las visitas al psiquiatra se hicieron más usuales

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Desde que ocurrió el incidente en la casa de las hermanas Isadora e Isabella, las visitas al psiquiatra se hicieron más usuales.

   El señor Vaugh se sentaba frente a mí y fingía su maldita sonrisa perfecta: la detestaba tremendamente.

   —¿Has tomado tus pastillas, Norman?

   —Sí —mentí.

   Aunque esos ojos pardos no estaban convencidos de mis palabras.

   —¿Ah, sí? ¿Quién es el «Señor Mold»? —preguntó irónico.

   —¿Le comentó Smith?

   —Me envió un correo —pausó—. Está muy preocupado por ti.

   —Ya veo...

   —Él quiere que estés sano, Norman —aseguró Vaugh.

   —¿Usted lo cree?

   —Norman, te seré sincero —él se quitó las gafas, las limpió y volvió a colocárselas—. La medicina psiquiátrica no es para todos porque debes pagar mucho dinero y él no solo te está pagando tus sesiones, sino que también, te ha comprado tus medicamentos.

   Tenía razón, Smith había hecho tanto por mí y todavía dudaba de sus acciones conmigo.

   Necesitaba pagarle todo.

   —Entonces, ¿quién es el «Señor Mold»? —volvió a preguntarme.

   No podía decirle que era un ciervo rojo monstruoso, él sería capaz de encerrarme de inmediato.

   —El asesino —mentí.

   —¿El asesino? —repitió inseguro.

   —Sí, creo verlo algunas veces —volví a mentir—. Luego de la masacre que armó frente a mí, me quedé muy traumado...

   —Ya veo, ¿y qué te dice?

   —Nada.

   —¿Nada? —mencionó dudoso.

   Nuevamente, sus ojos pardos no creían en mis palabras.

   —Solo me duele verlo porque me aterra...

   —¿Y por qué «Señor Mold»?

   —No sé —mencioné indeciso.

   Vaugh sonrió —con bastante falsedad— y luego, rió suavemente: sabía que estaba mintiendo de manera descarada.

   —Creo que no soy solo yo...

   —¿A qué se refiere?

   Vaugh se quitó las gafas de su rostro para dejarlas en su escritorio y después, posó su vista en mí mientras se lamía los labios con lentitud.

   —Puedes retirarte, Norman.

   No dije nada, solo me coloqué de pie y me marché.


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Me devolví caminando a casa de Smith, me gustaba apreciar el hermoso paisaje de Campo de calabazas. Obviamente lo hacía con el rostro tapado con la ayuda de mi bufanda roja y capucha amarilla.

   «¡Splush!», sonó mi bota que había pisado un charco pero no de lluvia, sino que de un líquido verdoso que olía muy mal que dirigía hacia el bosque.

   Desde mi posición, vi al hombre que se encargó de asesinar a los adolescentes. Él acariciaba los troncos de los árboles y deambulaba con absoluta tranquilidad.

   No solo lo veía en mis sueños, ahora estaba muy cerca de mí.

   Tomé mi celular para llamar a la policía, pero olvidé que había tirado la tarjeta SIM a la basura.

   Qué idiota fui, un completo idiota.

   Tenía que hacerlo de otra forma: decidí seguirlo porque tenía que averiguar en qué sitio se estaba escondiendo.

   —¿A DÓNDE CREES QUE VAS, NORMAN? —era Mold desde un árbol.

   —¿Ah?

   —¿CREES QUE TODO ACABÓ EN ESE DÍA?

   —No... por favor —retrocedí—. Basta, es demasiado.

   —ESTÁ RECIÉN COMENZADO LA VERDADERA MASACRE, NORMAN.

   Intenté alejarme con rapidez, pero la criatura era increíblemente veloz y conocía a la perfección el bosque porque en realidad, era su bosque.

   —¡Déjeme, señor Mold!

   —NUNCA HICISTE CASO A MIS CONSEJOS —pausó furioso—. TRATÉ DE PROTEGERTE DE LA GENTE PERO TE ATREVISTE A BURLARTE DE MÍ.

   —¡Basta!

   —¿ACASO QUIERES QUE ME COMPORTE MÁS APRENSIVO CONTIGO?

   Los inmensos árboles ya no expulsaban savia sino que ese líquido similar al alquitrán.

   Todo era tan aterrador en el bosque o más bien, el hogar del señor Mold.

   —¿CREES QUE ESE HOMBRE LLAMADO SMITH TE SACARÁ DE TU MISERIA? ¡JA! —se burló— ÉL TERMINARÁ EN MIS TELARAÑAS.

   —¡Po-or favor!

   —NO QUIERO HACERTE DAÑO, NORMAN —bramó—. A PESAR DE TODO, ME CAES BIEN PERO NO TOLERARÉ ESA ACTITUD DESAFIANTE HACÍA MÍ.

   —¿Me-e dejará en pa-az? —pregunté desconfiado.

   —JA, CLARO QUE SÍ.

   El gran ciervo rojo me tomó con su enorme extremidad y sacudió mi cabeza en la hierba.

Ellos me siguieron hasta el bosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora