𝟷. 𝐸𝑛 𝑒𝑙 𝑏𝑜𝑠𝑞𝑢𝑒

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Sí, era lo que siempre añoré desde muy temprana edad y ahora, no había nadie para impedir mi mayor deseo

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Sí, era lo que siempre añoré desde muy temprana edad y ahora, no había nadie para impedir mi mayor deseo. Ubiqué la cuerda en una rama que, no iba a cuestionarme sobre lo que tanto anhelaba.

   Sí, era lo que siempre añoré.

   Retiré mi bufanda roja y coloqué el objeto áspero alrededor de mi cuello débil y lastimado. Tenía erosiones dentro de mi carne podrida... Heridas auspiciadas por los nudos mentales que me causaba mi tío. 

   Una ligera llovizna se presentó en el bosque, humedecía mis mejillas maltratadas. La lluvia bajaba hasta la comisura de mis labios y en ese trayecto, se mezclaba con mi sangre. Revisé el bolsillo de mi impermeable amarillo y luego, saqué mi celular sin actividad en mis redes sociales: era medio día de un sábado monótono.

   Antes de saltar, un olor muy dulce —como la azúcar artificial— se presentó delante de mis narices. Era tan dulce que, mis ojos —de forma sorpresiva— comenzaron a lagrimear. No sabía de dónde provenía, pero esa fragancia adulterada la detestaba, aunque no quería lidiar con esa molestia, ya no había tiempo. 

   Decidí saltar al abismo del bosque.

   Experimenté cómo la cuerda me arrebataba la respiración, pero no fue lo suficientemente rápida para quitarme la vida.

   Terminé cayendo en la hierba mojada.

   No, ¿cómo te atreviste a interferir en mi mayor deseo, maldita rama?

   Lloraba de la frustración pero apenas gimoteaba, debí romperme las cuerdas vocales. En unos minutos más lo volvería a intentar.

   Desde mi posición, vi la forma de un hombre alto que se escondía detrás del tronco de un pino. No hacía nada, solo se dedicaba a mirarme, ¿qué deseaba de mí? Me levanté con cierta dificultad, quería hablarle porque me sentía muy solo pero la sombra se escondió, ¿acaso lo habré asustado?

   Me quedé detenido mirando el horizonte de la vasta naturaleza.

   «Poff-poff» se escuchó detrás de mí, eran fuertes pisadas que provenían de cuatro adolescentes. El grupo entero hedía a ese olor a caramelos, a esa azúcar artificial.

   Ellos me gritaron, me abofetearon y tuvieron el descaro de usar mi cuerda para amarrarme. También, me quitaron los pantalones y las botas que llevaba puestas.

   —¡¿Acaso quieres un caramelo?! —manifestó alguien del grupo y después, exclamó risas burlonas.

   Su pregunta causó que mi cuerpo se paralizara por completo y él lo sabía perfectamente.

   ¿Por qué?

   —¡MIREN, ESTE TIPO TIENE UN OJO CELESTE Y VERDE! —gritó asombrado— ¡TE LOS VOY A ARRANCAR!

   Cerré mis ojos y esperé que ellos se encargaran de mi sufrimiento pero... pero... pero... pero... no fue así. Gritos desgarradores y llantos sin razones se elevaron por el bosque. Decidí ver y esa figura masculina anterior apareció para atacar a los jóvenes. Actuaba de forma despiadada, visceral y con completa frialdad. No le importó dejar enterrado a un adolescente en los arbustos para ornamentar el bosque con sus tripas sanguinolentas y llenas de heces. Ni tampoco a otro para reventarle los ojos con la presión de sus dedos y ni siquiera se inmutó cuando el tercer joven le suplicó por su vida: lo apuñaló muchas veces en la cara. El cuarto fue más listo, consiguió escapar mientras sus demás amigos eran torturados hasta la muerte.

   Pero faltaba yo...

   Aquel hombre, aquel asesino se acercó hacía mí y me observó: él no olía a caramelos; de hecho, su aroma era una mezcla de tierra, perfume y sangre. Tenía unos ojos grises —carentes de emociones— y una cabellera —desordenada, semi-corta— rubia. Noté que en su cuello, poseía una larga herida que no parecía cicatrizar. Él tiró su cuchillo y comenzó a jugar con uno de los cuerpos destrozados. Con sus manos, deformaba aún más los rasgos de aquellos jóvenes infortunados.

   Pero... pero... pero... Yo debía escapar y pronto. Me arrastré y de forma impulsiva, agarré el cuchillo para liberarme.

   Él lo notó y se quedó mirando mis acciones siguientes. Me levanté, tomé mi bufanda roja y mis botas para distanciarme con celeridad.

   Todavía no lograba gritar, mis cuerdas vocales dolían demasiado.

   Continué corriendo sin detenerme, pero dentro de las entrañas del bosque, se originaron lamentos aterradores y disparos de alguna clase de rifle de caza. Un disparo y luego venía el chillido; otro disparo y nuevamente venía el chillido del animal. Recordé que a papá le encantaba cazar y me obligaba a ver cómo despellejaba a los animales, sobre todo a los ciervos rojos.

   —¡¡NORMAN!! —rugió una bestia.

   Ese era mi nombre...

   Una criatura —de aspecto horripilante— se presentó ante mí y no parecía tener buenas intenciones. Su cuerpo se componía por tres partes: sectores desollados, una calavera de un ciervo con una cornamenta de grandes proporciones y moho en sus garras afiladas.

   Debía estar muerto, solo eso podía explicar su aparición.

   —¿MUERTO? ¿CREES ESTAR MUERTO, NORMAN? —bramó.

   Definitivamente estaba muerto.

   La bestia rió y tomó —con extrema violencia— mi brazo derecho.

   —LINDAS CICATRICES —sonrió mostrando sus terribles colmillos—. ¿PUEDES SENTIR DOLOR LUEGO DE MORIR?

   La criatura pasó sus garras por mi piel, provocándome cortes que mostraban mi carne rojiza.

   —¡Basta-a! —gemí del dolor.

   —NO DEJARÉ QUE NADIE SE ATREVA A OFRECERTE CARAMELOS, ¿ME ESCUCHASTE, NORMAN? DI QUE NO VOLVERÁS A COMER CARAMELOS DE NADIE.

   —Lo-o prome-eto...

  —¡¡MÁS FUERTE!! —gritó.

   —¡Lo-o pr-rome-e-eto!

   El gran ciervo rojo podrido me soltó —reía sin parar— y yo solo pude llorar del temor mientras veía como mi brazo manchaba —con mi sangre— la vegetación.  

Ellos me siguieron hasta el bosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora