𝟷𝟼. 𝐸𝑙 𝑐𝑒𝑚𝑒𝑛𝑡𝑒𝑟𝑖𝑜

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Gatos despedazados, asquerosas golosinas en sus pequeñas vísceras, ciervos desollados y los llantos de un niño: todo eso aparecía al frente de mí

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Gatos despedazados, asquerosas golosinas en sus pequeñas vísceras, ciervos desollados y los llantos de un niño: todo eso aparecía al frente de mí. No me atrevía a confesarle a Smith, ni siquiera al señor Vaugh porque eso significaría mayores dosis o incluso, terminar encerrado en un hospital psiquiátrico. Aunque había un sector de mí que deseaba conocer el punto de vista de ese doctor. Pero no porque confiaba en él, solo que no me veía años y años siendo perseguido por esas imágenes aterradoras.

   Tomé mi bicicleta roja e inicié una travesía por Campo de calabazas. ¿Mi destino? El cementerio.

   No le conté a Smith, no le habría gustado la idea, debía pensar que corría peligro en el pueblo. Y en realidad, tenía razón —apoyaba su postura— pero quería ver a mamá. No fue complicado llegar gracias a las tecnologías de la actualidad.

   Me acerqué a una tienda de flores y compré unos hermosos girasoles para ella. Estuve minutos buscando la tumba por su nombre hasta que la encontré pero no resultó como lo pensaba. Su único hogar de paz había sido ultrajado, se hallaba rayado con terribles mensajes: «PUTA CHINA, PERRA HORROROSA AL IGUAL QUE TU HORRIBLE HIJO, ZORRA DE MIERDA, NADIE QUIERE A LOS CHINOS ASQUEROSOS, RAMERA VIOLADA Y MUERTA POR SER UNA PROSTITUTA SIDOSA». La rabia me invadió y traté de borrar las frases con mis mangas pero obviamente no saldrían.

   Quería morir.

   Me mantuve llorando al lado de su tumba, me culpaba de todo porque si ese día nunca hubiera llegado —los asesinatos de los adolescentes—, ella estaría descansando en paz.

   —¿Te encuentras bien?

   Era un muchacho de piel bronceada, ojos pardos y cabello castaño rojizo. Se veía muy joven, supuse que él no pasaba los veinticinco años.

   No respondí pero él notó el origen de mis llantos porque no dejó de contemplar la tumba de mi madre.

   —¿Es la tumba de algún familiar?

   Nuevamente, no contesté y solo me dediqué a marcharme del sitio.

   Deambulaba como un muerto en vida, sin emociones y hambriento por sentir algo distinto que la tristeza.

   Mi celular comenzó a sonar, era Smith pero decidí no responder. ¿Cómo podría? Me sentía miserable, sucio y desahuciado. Intentaba ser fuerte pero este sitio se esforzaba cada día para arrebatarme un pedazo más de mi escasa sanidad mental. Me senté en una banca cerca de mi bicicleta y continúe llorando en silencio. Cubrí mi cara con mis rodillas, no deseaba más burlas hacia mi fealdad.

   Smith no dejaba de llamarme —ya almacenaba más de cinco llamadas—, tuve que apagarlo.

   —Norman —dijo un hombre.

   Esa voz la reconocía y la detestaba demasiado. Levanté mi cara y me encontré con la presencia poderosa de Vaugh.

   —¿Qué hace usted aquí? —pregunté desconfiado.

   —Vengo a fastidiarte —pausó—. No, claro que no.

   No mentía después de todo.

   —Adelante, señor Vaugh.

   —Solo a ti te he visto con ese impermeable amarillo... Curioso para tu personalidad.

   —¿Qué color debería usar?

   —Azul oscuro, te acompañaría perfectamente —sonrió sarcástico.

   —¿Qué espera para comprarme uno nuevo? ¿Navidad? —entoné irritado.

   —Puedo hacerlo, la ropa infantil es más barata que la de adulto.

   Sí, quería molestarme.

   —Querido señor Vaugh, tendré que llamar a la policía y acusarlo de pedófilo si sigue acosándome.

   —¡Ja! A eso me refería, Norman —guiñó su ojo izquierdo y se marchó.

   ¿Referirse a qué? Y también, lo más importante, ¿qué hacía él aquí? Supuse que algún familiar había fallecido pero, ¿quién? 

Ellos me siguieron hasta el bosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora