El viaje fue bastante breve y solo porque Smith vivía prácticamente cerca de todos los lugares del pueblo Campo de calabazas.
No quería salir, mis piernas tiritaban y apenas podía controlar mi respiración nerviosa.
Smith debió notar algo extraño en mí dado que preguntó la razón de mi comportamiento. No le conté demasiado, no quería transmitirle mis preocupaciones.
Bajé, traté de actuar como cualquier otra persona, seguí los pasos de Smith y esperaba que la salida fuera expedita.
Él me hizo entrar a un sitio que era nuevo para mí pero por alguna razón, sentí que ya había estado. Claro, era un hospital pero no uno de enfermedades físicas, sino que mentales.
—¿Por qué me trajiste aquí? —pregunté.
—Norman, has sufrido demasiado y necesitas ayuda.
—¿Ayuda? —repetí— No necesito esta clase de ayuda, ¡por favor, quiero irme! —protesté irritado.
—Tu brazo, Norman —pausó—. Necesitas ayuda.
—¡No fui yo, fue el maldito cier-!
—¿Qué? —preguntó pasmado.
—Disculpa...
Smith no mencionó nada sobre mi confesión, solo me ordenó a sentarme en la sala de espera. Era de tonalidad blanquecina y tenía cuadros —con dibujos abstractos— hechos por los mismos pacientes. Trastorno bipolar, esquizofrenia o depresión: era lo que más se repetía según la información de los cuadros.
Me senté cuidadosamente, no quería alarmar a nadie con mi horrible presencia.
Pero... pero... pero... pero cuando lo hice, me percaté que las personas que estaban junto a mí, tenían los ojos, labios, brazos y narices arrancadas. Cada una mostraba cuencas vacías y horripilantes amputaciones ensangrentadas.
¿Qué le pasó a esta gente?
Un joven sin brazos y sin ojos comenzó a dar vueltas al lado de mí, se veía muy ansioso.
—Ya quiero entrar a la sesión —dijo con una voz extraña.
—¿Perdón? —cuestioné.
—Este sitio es muy bueno, ¿cuál es tu problema?
—No tengo problemas —contesté de forma tajante.
—Ya veo...
Él se quedó parado delante de mí: sus cuencas sanguinolentas me aterraban.
—Entonces, ¿cuál es tu problema? —volvió a preguntar.
—Presencié asesinatos.
—Qué original, ¿qué más?
—Vi mucha sangre...
—¿Qué más?
—Intestinos.
—Dime más —pidió insistente.
—El asesino no me mató...
—Así que no te mató el asesino —repitió—. ¿Acaso tú mataste a esa gente?
—¡Que no! —exclamé furioso.
La gente mutilada empezó a mirarme luego de haber expulsado ese grito encolerizado. Sí, no debí hacerlo pero el chico me estaba hartando con su tonta interrogación.
—Creo que necesitas nuevos amigos, chico con ojos de gatos.
—¿Ah?
—Ya sabes —sonrió tranquilamente—, antes no tenía amigos pero en este hospital, conocí tres grandes amigos y los veo tres veces al día: mañana, tarde y noche, nunca dejo de verlos o eso me haría sentir muy mal.
—¿Ellos te obligaron a cortarte los brazos y arrancarte los ojos?
—Así es, ya no tengo que lidiar con las tijeras o las cucarachas de la pared.
—Ellos no son tus amigos.
—¿Eh?
—Dije que no son tus amigos.
El joven se paralizó por mis palabras y parecía que, una enorme tristeza se había apoderado de su semblante.
—Al menos, no te persigue un gran ciervo rojo podrido —reí de forma irónica.
—¿Te refieres a Mold?
—¿Qué diji-iste?
—Desde que empecé a hablar con mis amigos, Mold se enojó conmigo y me abandonó... Pero antes de marcharse, me hizo cosas muy malas.
—Ese tal Mold... ¿Es un ciervo rojo podrido?
—Sí...
Quería seguir conversando con el muchacho, pero una mujer llamó por mi nombre y luego, indicó el número de una habitación.
Me levanté —resignado— y caminé por los pasillos hasta llegar a mi destino. Toqué la puerta y la voz —muy suave— de un hombre permitió mi entrada.
Era una sala típica para personas trastornadas como yo, nada fuera de lo común. Sin embargo, el especialista que se encontraba sentado al lado del escritorio, hedía a golosinas.
Qué asco.
—Hola, soy Albert Vaugh —habló con una sonrisa ligera—. Siéntate, por favor —señaló una silla.
Tuve que acatar.
El señor Vaugh se destacaba por su cabello excesivamente peinado —tenía la partidura a la derecha y muy recta— de tonalidad ceniza oscura. También, ocupada lentes que combinaban con su corbata azulina. En realidad, gozaba de una buena apariencia; pero no soportaba su olor a azúcar artificial y la cicatriz que poseía bajo su ojo izquierdo.
—Espero que mi comentario no te moleste pero tienes bellísimos ojos, ¿de quién los sacaste? —preguntó curioso.
—Los heredé de mi padre...
—¿Tu padre está feliz por eso?
—Nunca le he preguntado, pero soy su único hijo —afirmé.
—Ya veo.
El hombre no dejaba de sonreír, eso me causaba mucho miedo y ansiedad.
—¿Por qué e-estoy aq-quí?
—¿Cómo, Norman?
—Nada.
Él tomó unos documentos y los revisó con rapidez mientras trataba de no desviar su mirada sobre mí.
¿Qué buscaba en aquellos papeles?, ¿información acerca de mi presente y pasado?
Notas del autor: ¡Hola! La novela contará con una interacción única al final, ¡tú podrás elegir el destino de Norman!
ESTÁS LEYENDO
Ellos me siguieron hasta el bosque
KorkuNorman Warren es un adulto joven que, piensa que su vida se acabó cuando varios hechos desafortunados cayeron encima de él. Completamente seguro sobre sus desgracias, cree que la única opción que le queda, es suicidarse en el bosque. No obstante, al...