𝟾. 𝑅𝑜𝑠𝑡𝑟𝑜 𝑣𝑎𝑐𝑖́𝑜

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Smith se hallaba sentado en su camioneta y veía la pantalla de su celular con mucha atención

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Smith se hallaba sentado en su camioneta y veía la pantalla de su celular con mucha atención. Sus ojos celestes —como el cielo de verano—, ese cabello tan rubio que debía gozar peinar y aquellos rasgos tan armoniosos: su rostro era demasiado irrealista para mi vista taciturna.

   Él notó mi presencia y de inmediato, me saludó junto a una sonrisa totalmente natural.

   No pude devolverle las palabras, ni siquiera logré mover mi mano para responderle. Sentía que mi interior ardía con bastante intensidad y aunque quería detener esa extraña experiencia, no lo conseguía.

   Pero... pero... pero... pero... pero la imagen del gran ciervo rojo podrido —o más bien, Mold— apareció en mi mente con el fin de repetir lo mismo de siempre: «NO TE ATREVAS A ACEPTAR LOS CARAMELOS DE LAS PERSONAS. NO TE ATREVAS, NORMAN».

   Smith no hedía a golosinas, ¿harías lo que Mold te aconsejara?

   —¿Pasó algo, Norman? —preguntó.

   —No... no-o —reí nervioso y entré a la camioneta—. Es raro hablar de mí.

   —¿Te refieres a tu cita con el psiquiatra?

   —Así es —desvié mi mirada hacia el piso—. Ya sabes, no tengo amigos y tampoco tengo el dinero suficiente para pagar por ellos.

   —Somos dos: yo tampoco los tengo.

   —¿Eh?

   —Estaba tan concentrado en mis metas laborales que, olvidé que había gente allá afuera.

   —Ya veo...

   —Pero no hablemos de eso —pausó—. ¿Quieres comer algo?

   —No creo que quieras salir conmigo, no como carne...

   —¿En serio? Perfecto, nunca antes había probado la comida vegetariana —remarcó mucho más su sonrisa.

   ¿Qué intentaba este hombre con sus expresiones? Deseaba que se detuviera, no era justo para mí.

   Él condujo por Campo de calabazas hasta llegar a una esquina con bastantes restaurantes y centros turísticos. Era muy tranquilo y acogedor para una persona normal pero no para mí. Bajamos de la camioneta y de inmediato me percaté como las personas posaron su mirada en mí: todos me veían con asco e incluso, algunos emularon arcadas. Me sentí demasiado nervioso, así que le dije a Smith que entraría al baño.

   Rápidamente, fui al espejo a observarme: no había nadie ahí. Me desesperé y lavé mi cara innumerables veces pero nada, no conseguía verme en el reflejo. ¿Cómo no me di cuenta antes sobre lo que ocurría con mi cara?, ¿por qué no lo noté antes?

   Un hombre entró al baño, él me quedó mirando y enseñaba repulsión.

   —Tú eres el chiquillo que mandó a matar a esos adolescentes —declaró encolerizado.

   —¿Di-isculpe?

   —No te hagas el imbécil, maricón de mierda —él se acercó hacia mí y me tomó del cuello—. Ya todos se enteraron en el pueblo de lo que hiciste, ¿pensaste que nadie lo sabría? Tu maldito rostro está en Internet.

   El desconocido no dejaba de apretarme el cuello.

   —Aa-agh... ba-a-a-asta —supliqué.

   —¡Espero que te maten!

   Luego de esas duras palabras, el hombre me golpeó en el rostro, específicamente en la nariz. Terminé en el suelo y aquel hombre se largó como si nada hubiera ocurrido.

   La sangre recorría mis finos y agrietados labios.

   Con bastante dificultad, agarré mi celular y revisé las notificaciones: eran mensajes de odio. Luego, coloqué mi nombre en el buscador y claramente, ese pueblerino no mentía, aparecía en distintos portales de noticia y blogs que se dedicaban a asesinatos. Los comentarios eran terribles, todos me insultaban y pedían que fuera violado en la cárcel.

   No podía levantarme, no encontraba fuerzas mentales para hacerlo.

   —¿TE DAS CUENTA LO QUE HAS LOGRADO? ¿POR QUÉ NO VIENES CONMIGO? —era Mold que me hablaba desde el techo del baño.

   El gran ciervo rojo podrido tenía tanto poder que, hizo que las paredes sangraran con un espeso líquido negro, muy parecido al alquitrán.

   El baño expulsaba un olor a muerte y humedad.

   —VEN CONMIGO, NORMAN.

   —No-o —respondí angustiado.

   —YA VERÁS LO QUE HARÉ CONTIGO, NORMAN.

   Mold se esfumó, llevándose su putrefacción consigo mismo.

   —¡Norman! —Smith entró al baño y velozmente, me cogió con suavidad— ¿Quién se atrevió a hacerte esto?

   —¿Ya me-e busca-aste por Int-ternet?

   —¿¡Qué!?

   —Soy re fa-amoso —dije agobiado.

   Él sacó un pañuelo de su bolsillo para limpiar mi cara.

   —Sabré quién te hizo esto aunque no me digas, Norman.

   —¿Cóm-mo?

   —Un buen puesto en el trabajo te lleva a muchas partes.

   —¡Ja-a! M-me gusta que hable-es con ma-alicia.

   Smith rió y después, me ayudó a levantarme del piso.

   Al menos, el hombre que me golpeó, no metió mi cabeza al escusado.  

Ellos me siguieron hasta el bosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora