Árboles, ríos, moho, arbustos y los ojos de los ciervos rojos, todo eso veía mientras me cargaba el personaje más infame de Campo de calabazas. No sabía a dónde me llevaba, el asesino debía ser mudo o simplemente, no quería hablar conmigo. Por mi parte, había perdido la batalla con él y no me atrevería a intentarlo otra vez.
¿Estaba volviéndome loco? Quizás.
La nieve descendía de los cielos grisáceos, su frialdad rozaba contra mis mejillas maltratadas. Pronto, todo este paisaje verdoso caería ante la inminente sombra blanca de la atmósfera invernal.
Divisé una casa con un gran terreno, era pequeña pero parecía muy acogedora para este clima cruel y gélido. El hombre ingresó a la morada sin problemas —imaginé que pertenecía a él— y me lanzó al piso, sin piedad.
Él se aseguró de cerrar la puerta bloqueándola con una llave que, luego, guardó en el bolsillo de su impermeable azul oscuro.
«¿A c a S O q u E r í A S e S C A p A r?», probablemente, eso intentó decirme.
Una sonrisa se dibujó en él: la cacería había iniciado.
Caminaba lento, sabía que no tenía sentido apresurarse; de todos modos, la noche era nuestra.
Sacó su querido y amado cuchillo, lo mantenía empuñado hacia mi dirección.
—¡AYUFAAA! —se escuchó de la segunda planta.
¿Este hombre había raptado a otra persona? Maldición...
—¡AYUFA, POF FAVOR! —volvió a repetir.
Esos gritos le causaron molestia —enseñaba disgusto—, así que decidió subir las escaleras.
Me levanté con celeridad y tomé una silla del comedor para estrellarla en una de las ventanas: buscaría la manera de huir. Sin embargo, el marco contaba con unos malditos barrotes de metal.
Mi escape se destruyó en cuestión de segundos.
El asesino regresó acompañado de un pobre adolescente torturado, ¿por qué? Le arrancó algunos dientes, a su lengua le faltaba un pedazo y tenía un ojo sin abrir por la enorme hinchazón de su rostro. Además, hedía a orina, sangre y excremento.
—¡POF FAVOF, LO LAME-EFT-TO! —suplicó.
El joven no paraba de llorar y rezar, ¿qué había pasado?
—¡D-DILE QUE-E P-PAFE! —su lamentable mirada se posó en mí.
No sabía cómo reaccionar, estaba tan traumado como él.
—¡D-DILE QUE-E P-PAFE, POF FA-AVOF! —repitió.
—¿Qu-ué quieres hacerle? —le pregunté tímidamente al asesino.
Pero no respondió, nunca lo hacía.
—¿Qué le-e hicis-ste? —esta vez, mi pregunta fue para el adolescente.
—¡¡FUE UN EFFOL!! —chilló.
¿A qué se refería con esa frase?
El hombre lo observó, no manifestaba ninguna emoción, ni siquiera ira o felicidad. Él se acercó al desafortunado chico y con bastante lentitud, fue degollando su cuello: la sangre se desparramó por todo el piso, hasta en su semblante.
Antes de morir, su cuerpo realizó diversos movimientos erráticos e involuntarios.
Fue tanto el pavor que, no alcancé a gritar o implorar por la vida del chico.
Ese siempre fue el plan del asesino, mostrar lo visceral y cruel que podía ser con todos pero... pero... pero... pero... conmigo no.
Su cuchillo goteaba y quizás, aún estaba sediento.
—¿Es mi tu-urno, ciert-to? ¡BASTARDO! ¡ANTES DE TORTURARME, TENDRÁS QUE ATRAPARME! —me coloqué de pie y me dirigí al final del pasillo.
Había una puerta, traté de abrirla pero por obvias razones, se encontraba cerrada.
—¡BASTARDO! ¡BASTARDO! ¡BASTARDO! —golpeé varias veces la puerta.
Sentí —cerca de mi oído— la respiración del asesino, su presencia hizo que recordara sus dedos, roces y caricias.
—Hijo de puta —mencioné irritado.
El asesino no respondió, pero no tuvo problemas en tomarme del cabello y chocar mi cabeza en reiteradas ocasiones contra la pared.
El último golpe causó que me derrumbara de inmediato.
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Ellos me siguieron hasta el bosque
TerrorNorman Warren es un adulto joven que, piensa que su vida se acabó cuando varios hechos desafortunados cayeron encima de él. Completamente seguro sobre sus desgracias, cree que la única opción que le queda, es suicidarse en el bosque. No obstante, al...