𝟷𝟾. 𝐿𝑜 𝑠𝑖𝑒𝑛𝑡𝑜, 𝑁𝑜𝑟𝑚𝑎𝑛

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Miraba la ventana humedecida, pequeñas gotas recorrían mi reflejo como si fueran lágrimas por mis mejillas

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Miraba la ventana humedecida, pequeñas gotas recorrían mi reflejo como si fueran lágrimas por mis mejillas. ¿Cuándo fue la última vez que lloré? Tal vez en la infancia. Recordé a Norman, él usualmente estallaba en llantos por su delicado estado mental. Según su psiquiatra, estaba padeciendo por un grave trastorno estrés post-traumático y arrastraba una depresión profunda desde la adolescencia. Su diagnóstico era preliminar, pero no lo descartaba y más por sus bloqueos mentales. Por mi parte, sabía lo que sucedía en la cabeza de Norman por las charlas anteriores que tuve con su abuela... Sí, lo sabía todo pero no me atrevía a decirle.

   En la pantalla de mi computador, había varias pestañas abiertas que contenían información sobre cómo tratar con personas sensibles.

   Nunca estuve acostumbrado a lidiar con las emociones de los demás, ni siquiera conmigo mismo porque las detestaba. Llorar, amar, simpatizar, entre otras cosas, no me llamaban la atención. Los sentimientos demostraban debilidad ante la razón y lógica; también, entorpecían la verdad de las situaciones. Pero luego observaba a Norman y mi postura de hacía años se quebraba en segundos: era el equilibrio que necesitaba mi vida.

   Ahora veía la pantalla de mi celular, esperaba alguna señal de él pero se encontraba vacía. Lo llamé muchas veces y no contestó; quizás, fue más grande la vergüenza de ser cuidado.

   Las horas pasaban, el trabajo era nulo y aún no sabía nada de su existencia. Quería volver a llamarlo pero eso no arreglaría el escenario, no respondería. La situación me estaba colmando, me sentía totalmente irritado.

   —Capitán —era Williams, uno de mis compañeros—, aquí hay alguien que desea hablar con usted. Le dije que se encontraba ocupado pero insiste demasiado; ha sido muy molesto.

   —No importa —mencioné severo—, dile que pase.

   —Bien.

   Escuché unos murmullos detrás de la puerta, mi compañero se oía bastante enojado.

   La puerta se abrió y me quedé enmudecido al notar que la persona molestosa era Norman. Incluso, sentí cómo mis labios no lograban cerrarse por contemplar su presencia.

   —Smith, lamento molestarte —entonó suavemente—; pero quería hablar contigo.

   Tragué saliva con dificultad, aunque todavía no podía responderle.

   Norman se acercó a mi escritorio y tomó una silla para sentarse al frente de mí. Él se acariciaba los brazos, lucía nervioso y hasta diría que frustrado, pero ¿por qué?

   —Disculpa, ¿te molesto? —preguntó.

   Su mirada de gato se posó en mi rostro.

   —No —dije pétreo.

   —A tu compañero no le gustó verme.

   —Oh, hablando de eso... Espera

   Me levanté con rapidez, fui al pasillo de la comisaría y llamé de inmediato a Williams. Él apareció, se veía asustado.

   —¿Necesita algo?

   —Para la próxima vez, me avisas de quién se trata —manifesté molesto—. Jamás vuelvas a tomarte atribuciones, ¿comprendido?

   —Sí, capitán.

   —Y nunca más te vuelvas a referir a alguien de esa manera, sobre todo si tú no la conoces.

   —Comprendido —habló nervioso.

   —Bien, lárgate.

   Williams se marchó y todos los demás que escucharon la conversación, lo miraron con cierta incertidumbre. Ellos sabían que tenía mis propias reglas, pero algunos insistían en romperlas.

   Regresé con Norman, él también se veía intranquilo.

   —Disculpa la tardanza, ¿qué pasó?

   —¿Retaste a uno de tus compañeros... por mí?

   —No se trata de ti —pausé—; tengo mis propias reglas en esta comisaría y ellos deben seguirlas o tendrán problemas conmigo.

   —Ya veo —desvió la mirada al piso—. Eres un hombre complicado, Smith.

   —Solo si eres terco.

   Me mantuve en silencio, contemplaba la apariencia de Norman y me percaté que se encontraba bastante sucio. Su impermeable amarillo era muy delator, tenía abundantes manchas de barro. Pero la suciedad se iba con el lavado —eso no me importaba—, me preocupaba lo que me decía su rostro esquivo. Sus mejillas y nariz se veían más rosadas de lo común, ¿habrá estado llorando?

   —¿Pasó algo?

   Él levantó su cara y sus ojos cristalinos confirmaron mis sospechas.

   —Sí...

   —Adelante, habla —pedí ansioso.

   Pero sus finos labios no se movían.

   —¿Vas a decir algo o no?

   —Lo sient-to —se disculpó nervioso—. Smith, realmente quiero pagarte todo lo que has hecho por mí... No puedo dormir por lo que siento, no es justo para ti y necesitas alguna clase de retribución.

   ¿En serio estaba escuchando esto? No podía creerlo.

   No lo ayudaba para que más tarde lo pagara, lo hacía —y hago— porque simplemente me nacía hacerlo.

   Di un largo suspiro sin decir nada, solo observaba su semblante entristecido.

   —¿Y? ¿Qué puedo hacer por ti?

   —Voy a llamar a mi compañero para que te deje encerrado en una celda y de por vida —expresé agobiado.

   —¿Qué dije? —cuestionó.

   —Norman, deja de decir tonterías.

   —Pero...

   —Basta, no quiero que me pagues —reí—. Además, ni siquiera me falta dinero.

   No dijo nada, volvió a mirar el piso.

   Se veía tan mal y quebrantable, debía tener muchos cuervos que lo acechaban y que también, esperaban verlo en completa soledad.

   Me levanté de mi puesto y le pedí que hiciera lo mismo.

   —Norman —me acerqué a él—, no necesito nada material de ti... necesito que sanes.

   Miré su cuerpo pero nuevamente noté cómo se avergonzaba desviando su vista al piso. No dejaría que se sintiera de esa forma, menos cuando estuviera presente. Me atreví a cogerlo del mentón y él no protestó, dejó que actuara con total serenidad. Sus ojos, esas tonalidades distintas se toparon con mi mirada. No podía despegarme, esos colores eran tan magnéticos y exóticos para mí.

   —Quiero entenderte, Norman —susurré.

   —Smith —sentí cuando tragó saliva—, ¿por qué? Solo te traigo problemas...

   —Esos no son problemas, Norman.

   Nos mantuvimos callados, ninguno de los dos deseaba seguir hablando pero tampoco queríamos alejarnos.

   Me preocupaba demasiado que no tuviera la suficiente confianza conmigo. Una de las claves para su rehabilitación, era sentirse tranquilo en su entorno social, ¿cómo podría estarlo con un supuesto desconocido?

   Quería llegar hacia él, quería que alejara ese miedo de la relación.

   —¡Capitán Smith! —se escuchó desde el pasillo— ¡Debe venir con urgencia! ¡Han divisado al asesino!

Ellos me siguieron hasta el bosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora