Capítulo 37: El poder

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Cantad, amigas.

Vosotras que interpretan mis canciones,

Vosotras que lloráis como yo lo hago.

Cantad conmigo y con mi vihuela.

Llamadlo sin cansancio hasta que él pueda volver (1)

Llamadlo sin cansancio hasta que él pueda volver (1)

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Del manuscrito de Arnald

Por varios días todo pasó sin novedades. Bruna se puso enferma luego de la partida de Jourdain a Queribus, cosa que tranquilizó tanto a Mireille como a mí. Ella seguía angustiada por la salud de su señora, y yo empecé a preocuparme menos del bienestar del mío. Eso porque un día dejó de ponerse borracho, y luego me explicó que estaba muy ocupado para eso, pues había descubierto algo importante para la orden. Algunas notas que compartió conmigo no he tenido el valor de escribirlas, pues son parte del peligroso secreto que custodiaba la orden.

Supe que mi señor al fin había contactado con alguien que lo estaba orientando, aunque no supe su identidad en ese momento. También me enteré de algunos detalles del origen de la orden y su organización, así como mi posición en la misma. Todo parecía al fin encaminarse, y eso me hacía sentir mejor. Por su lado, Guillaume ponía empeño en resolver sus asuntos como gran maestre, pero aún notaba su tristeza. Él seguía mortificado por lo que pasó con Bruna, y acudía a mí con frecuencia para obtener novedades.

Fue en medio de todo aquello que Peyre Vidal llegó a Cabaret. Como es obvio, un trovador como él no iba a pasar desapercibido, pronto todos supieron de su presencia y más de uno quiso ofrecer su casa para una fiesta. Por supuesto, la señora Guillenma se les adelantó a todos y en un par de días el gran trovador se iba a presentar.

Yo hablaba seguido con Pons, el siervo de mi señor. Él me contó que cuando Peyre llegaba se aseguraba la fiesta, pues nadie sabía por cuanto tiempo se iba a quedar. Cierto que en Cabaret siempre se recibían trovadores, pero ninguno como él. La gente andaba muy entusiasmada, y yo intentaba animarme también. Siempre quise conocer a Peyre Vidal, y cuando al fin lo tendría al frente, no hacía otra cosa que torturarme a mí mismo con pensamientos tenebrosos.

No podía sonreír, porque ya sabía secretos que harían temblar a cualquier hombre. Ese era el peligro de formar parte de la orden: Las revelaciones a veces te hundían en la miseria. Cierto que en un principio me sentí fascinado con las novedades, pero cuando mi señor me contó que Sybille de Montpellier había predicho que Languedoc sería arrasada tuve mucho miedo.

Me contó los detalles de la profecía, pero sin dudas la que más me impactó era de la iglesia de cuyas puertas salía sangre como un río. Había muchas iglesias en el Mediodía, podría ser cualquiera. Pensé que si algún día volvía a ver a Sybille le iba a preguntar los detalles para poder identificarla. Solo le rezaba a Dios a diario pidiéndole que mi Béziers amado no sufriera tanto, y que esa iglesia no sea la nuestra. Qué tonto fui, aun cuando han pasado tantos años recuerdo lo mucho que luego sufrí. Hasta llegué a pensar que ese Dios al que tanto le rezaba en realidad siempre estuvo en nuestra contra.

La Dama y el Grial I : El misterio de la OrdenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora