Capítulo 50: Verdades a medias

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No pido nada más porque ello no conviene;

todo queda en tus manos y a tu merced se atiene.

Y puesto que de mí mismo hago tu alabanza,

cuando menos prométeme brindarme tu esperanza

para que me consuele, si acaso tengo suerte (1)

A Guillaume le urgía hablar con Bruna, no solo por todo lo que había sucedido, sino porque en verdad la extrañaba

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A Guillaume le urgía hablar con Bruna, no solo por todo lo que había sucedido, sino porque en verdad la extrañaba. Pasó el día apartado, necesitaba aclarar sus ideas después de todo lo que Trencavel le dijo. Ya al caer la tarde creyó sentirse lo suficiente preparado para hablar con ella y tantear la situación, para saber si podía encontrar el momento de contarle sobre la orden y su condición en ella. ¿Y de verdad tenía que hacerlo?

Al regresar a su habitación encontró a Pons y Arnald conversando, así que le pidió a su paje que informara a las doncellas de Bruna sobre una visita. Tenían que hallar un momento de estar a solas como ya se habían acostumbrado. Solo así, en la confianza que les daba el secreto que los unía, podría darse cuenta lo que pasaba por la cabeza de su dama. No quería pensarlo, en verdad deseaba ahuyentar ese demonio de las dudas. Pero, ¿y si Trencavel tuvo razón en algo? ¿Y si volver a verlo revivió sentimientos que pensó olvidados?

Arnald regresó poco después, indicando que Bruna lo esperaría. Así que despidió al paje y al siervo, se preparó para el encuentro, pero las cosas en Cabaret nunca le salían como querían. Al abrir la puerta encontró a Guillenma y a su fiel guardia tras ella. Suspiró, ¿acaso no tuvo que adivinarlo? Esa mujer se enteraba de todo.

—Buen día, mi señor —dijo esta con amabilidad. Algo de lo que él carecía en ese momento.

—Igual necesitaba hablar con alguien, supongo.

—Lo sé —contestó ella con calma—. ¿Puedo pasar? —El caballero solo arqueó la ceja. "Peyre Roger me los va a cortar si se entera de esto", pensó con gracia. Pero, ¿acaso podía oponerse? La dama sabía bien lo que hacía.

—Adelante —respondió, y abrió la puerta de par en par para ella.

—Espérame aquí, a la entrada del pasillo —le ordenó Guillenma a su guardia, y este asintió en silencio. El caballero cerró la puerta, listo para escucharla—. Supongo que sabéis bien la razón de mi presencia.

—Lo imagino. A vuestros oídos habrá llegado la novedad de mi interesante encuentro con el vizconde en la sala de armas —ella asintió.

—No tengo detalles, así que...

—Sí, entiendo. —Guillaume sabía que necesitaba respuestas. No se fiaba del todo de Trencavel. Hablar con él le dejó claro que el muy infeliz seguía queriendo a Bruna. Sabía bien lo que un hombre enamorado y desesperado era capaz de hacer. Tal vez no toda su versión era cierta, y él tenía que corroborarlo.

La Dama y el Grial I : El misterio de la OrdenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora