Capítulo 16: Al caer la noche

799 85 115
                                    

Bello amigo, agradable y bueno,

¿cuándo os podré ver?

¿Qué me costará estar con vos una noche

y darte un beso amoroso? (1)

y darte un beso amoroso? (1)

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Bruna estaba en las nubes. Casi no podía recordar la última vez que se sintió así. La ilusión, el latir acelerado del corazón, sentir las mejillas rojas. Suspiros que no podía controlar, y esa increíble sensación que parecía recorrer todo su cuerpo. No iba a poder dormir esa noche, lo daba por hecho. Se pasaría cada momento pensando en Guillaume, y eso no sería nada que fuera a lamentar.

Todo había sido muy hermoso. El mejor final para un día increíble. Lo de confundirla con Orbia fue una tontería, aunque no iba a negar que le afectó mucho en ese momento. Pero ya nada de eso importaba, pues él le dedicó una hermosa canción en público. Bruna no podía dejar de sonreír recostada en su cama, sin dudas jamás olvidaría el día en que conoció a Guillaume.

Quizá estuvo demasiado distraída, pues no notó que alguien estaba entrando a su habitación. Para cuando lo percibió él ya estaba sentado al otro lado de la cama. "Oh no...", se dijo mientras se quedaba paralizada. "No, por favor. No hoy, no me hagas esto hoy, te lo ruego... No lo hagas", se dijo sintiéndose al borde de las lágrimas. Ni siquiera le salía la voz.

Aunque eran marido y mujer dormían en estancias diferentes. Mejor así, pues ella en verdad no quería enterarse de todas las veces que seguro yacía con otras, o cuando se iba a ver a Guillenma. Pero él estaba allí, había ido por ella, y hacía mucho que no la buscaba en el lecho. ¿No debería estar alegre? ¿No debería estar feliz de que al fin su marido haya decidido acudir para tener el esperado heredero? No lo lograba, no quería. Pronto sintió una de las manos de Peyre Roger apoyándose en su cintura y otra acariciando sus cabellos.

—¿Estás despierta? —Preguntó.

—Si... —Respondió ella de espaldas, aún paralizada.

—Esta noche estabas muy hermosa —le dijo mientras sus manos se deslizaban por sus piernas.

"Es tu deber", le dijo una parte de ella. "Eres su mujer y es tu deber darle tu cuerpo, siempre ha sido así", se dijo mientras lo sentía aproximarse más, apartó la ropa para tocar donde solo un marido podía hacerlo. Terminaría pronto, se dijo. Haría lo suyo y luego se iría, y ella tenía que aceptarlo. "Pero hoy no", pensó determinada. "Que me tome otra noche, pero hoy no".

—Peyre —se separó un poco, pero lo suficiente para que se detuviera—. No me siento bien —le dijo sin mirarlo. Ni siquiera podía entenderse, ¿cómo logró rechazarlo? ¿Cómo pudo? ¿De dónde salió el valor para negarse?

—¿Qué sucede?

—No lo sé, solo... Creo... Creo que es mi... Que es mi sangrado —mintió. Tenía miedo, no sabía en qué podría terminar eso. ¿Y si Peyre no le creía? ¿Y si decidía verificar si era cierto lo que dijo? ¿Y si la castigaba? Estaría en todo su derecho. Ese cuerpo no era suyo, era de su marido, y ella estaba pecando al negárselo.

La Dama y el Grial I : El misterio de la OrdenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora