Capítulo 51: Para el amor imposible

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Más vale que cada uno se conceda la misma libertad;

que yo, obedeciendo a mis caprichos,

piense en mí mismo (1)

Sabía que eso iba a suceder, ella misma lo pidió así

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Sabía que eso iba a suceder, ella misma lo pidió así. Tal vez se precipitó al expresar su deseo de hablar con el vizconde, apenas supo que él llegó le quedó claro que no estaba preparada para ese momento.

—Que pase —le dijo a Mireille, no tenía idea de cómo le salió la voz. Raimon estaba tan cerca, y ella incapaz de moverse.

Bruna no sabía qué hacer. Quería hablar con él, era lo que correspondía. Pero no sabía cómo reaccionar ante su presencia. Si no lo quiso recibir esos días fue porque pensó que no merecía consideración alguna después de todo el sufrimiento que le ocasionó con su abandono. Detestaba la idea de que él estuviera ahí. ¿Cómo se atrevía? Llegaba como si tuviera derechos, llegaba para confundirla y decirle que la amaba.

Y de pronto Guillaume cambiaba toda la historia. Le dijo que en realidad una especie de orden los había separado a propósito porque estaba prohibida una relación entre ella y el vizconde. Siendo así, Trencavel no era culpable de nada, los habían separado y él siempre la amó. Guillaume dijo que cometieron una injusticia con ellos después de todo.

Entonces, ¿cómo debería tratarlo? Si en realidad nunca quiso abandonarla, ¿tenía que ser fría acaso? ¿Tenía que ser distante con su primer amor? De pronto se sintió mal, pasó años en la soledad, y quizá si hubiera esperado un poco las cosas entre ellos se hubiesen aclarado. Pero, ¿qué había de Guillaume? Lo amaba como creyó jamás podría hacerlo. ¿Y quién era él en toda la historia? La persona por la que la separaron de su primer caballero.

Se negaba a pensar en que aquello fuera un plan malvado de Guillaume, de ser así jamás le hubiera contado la verdad. Para él hubiera sido más sencillo ocultarle todo, pero se lo contó, y notó que sentía miedo de perderla. Ella tampoco quería eso. Ya no estaba segura de sentir algo por el vizconde, había vivido tantos años con resentimiento hacia él y de pronto todo había cambiado. Y él estaba afuera, dispuesto a contarle su versión de los hechos. ¿Qué debía de hacer? Solo seguir adelante, el momento había llegado

Se puso de pie y salió a su encuentro. Era él otra vez. Sus ojos observándola con devoción, ese rostro que tanto adoró, esos labios que besó dos veces. Tuvo miedo de estar allí, de lo que iba a pasar. Se mantuvo silenciosa, apartó su mirada de él. Lo saludó, y tomó asiento.

—Pueden irse —les dijo a las doncellas—, las llamaré si las necesito.

—Sí, señora —dijeron las dos a la vez. Le hicieron una venia al vizconde y a la dama para luego retirarse. Estaban sentados frente a frente, pero ninguno de los dos quería hablar. Bruna ni siquiera parecía tener intención de hacerlo, se suponía que estaba ahí para escucharlo.

La Dama y el Grial I : El misterio de la OrdenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora