Toda ella es carne, su gozo es su imperio, su luz es la noche.
No soporta el pudor, engendra sin orden ni concierto.
Esclava del dinero, hermosa podredumbre,
dulce veneno más que las viciosas,
sepulcro de concupiscencia,
es el vicio en persona, la perfidia.
Lo dañino, incluso el crimen (1)
¿Dormir? ¿Qué era eso? Estaba despierto desde las laudes (2), y ni siquiera tenía sueño. Llevaba varios días así, y estaba convencido que no lograría conciliar el sueño hasta que todo estuviera listo. ¿Estaba siendo algo maniático? ¿Demasiado empeñoso? Tal vez. Pero, ¿cómo no tomarse en serio la cuaresma? Faltaba tan poco para la Pascua de resurrección, y ese año al fin habría una celebración digna. La pregunta era, ¿eso le importaba a alguien más aparte de a él y a su estimada señora Bruna? ¡Ja! Por supuesto que no.
También sabía, porque una parte del antiguo Abel se lo repetía siempre, que tal vez estaba pecando al estimar tanto a Bruna. Era una mujer. Una simple mujer impura como todas las demás. Una hija de Eva, una Magdalena redimida. Un ser incompleto, mal hecho, y vehículo del mal, instrumento del maligno, puerta del infierno, y... ¿De dónde le salía un repertorio tan amplio de insultos para una mujer? Ah, cierto. Del monasterio, de los curas mayores, de su iglesia, de la vida. Lo cierto era que a Abel le disgustaba mucho tener que fingir que mantenía esa postura ante los demás. Le disgustaba de sobremanera que todos estuvieran tan convencidos que las mujeres no eran más que seres amorfos que estaban hechos para pecar.
Abel Oriol nació en una familia más o menos noble emparentada con la corona aragonesa. Fue criado desde siempre por tres mujeres. Mamá, la abuela, y la tía María. Su hermano mayor, el heredero del feudo, tenía una vida agitada. Él y su padre se la pasaban fuera del castillo casi todo el tiempo, y volvían solo para el invierno. Eso a Abel nunca le importó, pues pasó una infancia tranquila y feliz con las tres mujeres que lo amaron.
Hasta que su padre murió, y su hermano Francisco tuvo que hacerse cargo de todo. Las cosas cambiaron, y no sabía decir si fue para bien o para mal. Porque para todos era obvio que Francisco era un reverendo inútil. Ni siquiera para él, un niño de ocho años, pasó desapercibido. ¿Y quién se hacía cargo de todo? Mamá.
Ella era la verdadera gobernante. Una señora feudal en la práctica. La que disponía todo, la que administraba y cobraba las rentas, la que incluso se encargaba de mantener contentos a los hombres de su hermano, procurando que estos siempre tuvieran comida y una motivación para ser fieles a la casa de los Oriol. Por supuesto, el inútil de Francisco al final ni siquiera osaba levantar la voz u oponerse a los designios de su madre, pues una palabra de esta bastaba para mandarlo a callar.
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La Dama y el Grial I : El misterio de la Orden
Historical FictionUn caballero debe volver a su antiguo hogar para descubrir la peligrosa verdad que oculta una orden secreta: Qué es el Grial, y quién es la dama del Grial. Y debe hacerlo antes que se cumpla una tenebrosa profecía. *************** En el año 1208, e...