21. Un ser fascinante

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Capítulo 21: "Un ser fascinante"

Oliver iba tan ensimismado en sus pensamientos que apenas sabía con exactitud dónde se encontraba, todas las calles le parecían iguales. Trató de hallar alguna tienda de referencia que le sirviera para guiarse, pero no veía nada que fuera de ayuda para su mente olvidadiza.

Habría entrado en pánico de no ser por ese inconfundible tapado de piel sintética que hacía mucho tiempo no veía. Cuando su dueña dio vuelta en la esquina, Oliver se propuso seguirla. Sus cabellos negros ondeaban en el viento y desprendían un aroma dulce como la miel.
Su vestimenta era casual mas no perdía ese ligero toque de elegancia tan característico de ella. Recordó, aquellas tardes de verano en las que su madre y él la visitaban; antes de que Albert les prohibiera definitivamente seguir en contacto.

Una vez la mujer se detuvo frente a la puerta de su casa, Oliver decidió permanecer oculto. Su plan era simple. Esperar a que ella entrara, aguardar unos tres minutos y luego tocar el timbre, solo para fingir que no la había estado siguiendo como un psicópata.

—Sé que te escondes en alguna parte. Sal, quien quiera que seas, o llamaré a la policía.

Dejó salir un bufido por haber sido descubierto. No tuvo más remedio que salir de su escondite, dejándose ver por completo por la morena, quien ya tenía sus oscuros ojos inundados en lágrimas. Oliver quedó fascinado. Aunque habían pasado más de doce años sin verla y el tiempo causó estragos en su piel, seguía siendo hermosa. Quizás era cierto eso de que la personalidad también afecta la apariencia de las personas. No tenía cómo explicar de otra forma el por qué no parecía haber envejecido.

—Eres tú —en cualquier instante rompería en llanto—. De verdad eres tú, mi cielo.

—Ha pasado un tiempo —admitirlo le dolía en lo más profundo de su corazón—. Te ves bien, tía Donna.

No soportó más el espacio entre ellos y la estrechó entre sus brazos con desespero. Ella dejó leves caricias en su espalda, consolando el fantasma de un niño que había pasado demasiados años lejos de casa. Donna tomó las gélidas manos de su sobrino entre las propias.

—¡Dios mío! Estás helado. Ven, te prepararé un chocolate caliente para que tu cuerpo tome temperatura —detuvo sus palabras, mientras giraba la llave en la cerradura—. Lo olvidé, no te gusta el chocolate.

—Mis gustos han estado cambiando estas últimas semanas. Un chocolate caliente me vendría perfecto justo ahora.

Su tía sonrió, maravillada.

—Puedes colgar tu abrigo por allá —señaló el perchero junto a la puerta—. Has madurado, Oliver.

—Ya era hora de que lo hiciera.

Repasó cada rincón de la sala, haciendo memoria de qué lugares solían ocupar los muebles cuando él era pequeño. La decoración era completamente diferente, pero el aire que se respiraba era el mismo. Ese que transmitía una sensación de bienestar tan exquisito que provocaba en Oliver un irremediable deseo de no querer irse jamás.

—¿Ian está aquí?

—No, cariño. Se fue esta mañana al centro comercial con su novio, Ángelo. Dijeron que querían asegurar por adelantado los regalos de navidad. La temporada pasada fue tan desastrosa que apenas conseguimos unas baratijas en oferta. Perdóname, estoy hablando demasiado.

—No te disculpes, tía —le restó importancia mientras tomaba asiento en el sofá junto a la estufa—. Supongo que tenemos mucho que contar.

Ella se sentó junto a él, envolviéndolo en una manta tejida a mano.

Fuego en fuego [✔️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora