6. Pensar menos, vivir más

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Capítulo 6: Pensar menos, vivir más

Oliver despertó a la mañana siguiente en una cama que no era la suya, en una habitación que tampoco le pertenecía. Estuvo a punto de entrar en pánico cuando palpó su torso desnudo, hasta que notó que todavía conservaba sus pantalones y el alma regresó a su cuerpo.

Quiso decir que no recordaba absolutamente nada de la noche anterior y que su resaca apenas le permitía conectar dos neuronas para confirmar que era sábado. Sin embargo, lo recordaba todo. La pelea con su padre, el silencio de su madre, las ganas de mandar todo al carajo yendo al bar gay donde había visto por primera vez a Ryan. El beso con Ryan.

No era su primera vez embriagándose hasta casi desfallecer. El hecho de tener que fingir ser un niño de bien no lo volvía uno. A veces se sentía demasiado bien ser un poco rebelde y llevarle la contraria al mundo. Pero, al mismo tiempo, era demasiado cobarde como para vivir contradiciendo a la sociedad que esperaba cosas buenas de él.

—Ya despertaste.

Ryan se mantenía de pie junto a la puerta de la alcoba. Sostenía una pequeña bandeja de madera con detalles pintados en acrílicos, digno de un estudiante de arte que experimentaba con cualquier superficie que encontrara por ahí. Encima, una taza humeante acompañada con un par de galletas de limón. Oliver solo lo observó, mientras se tapaba con las sábanas grises cualquier rastro de piel expuesta.

—Es té de jengibre —explicó el rubio cuando se acercó para dejar la bandeja sobre la cama—. Ángelo dice que es una de las mejores infusiones para combatir la resaca.

Oliver hizo una pequeña mueca. ¿Quién demonios era Ángelo?

—Pudiste darme una pastilla y ya.

—No hubiera sido lo mejor, Fields. Preferí no abusar de medicamentos. Al menos no después de que vomitaras en mi sala.

Oliver abrió los ojos de golpe, sintiendo su cara roja de la vergüenza.

—¿Vomité en tu sala?

Ryan asintió. Una vez se sentó a orillas de la cama, junto a Oliver, comenzó a explicarle cómo fue tener que arrastrarlo por toda la casa para dejar que durmiera en su habitación. Según él, el castaño había quedado inconsciente apenas salieron del bar y Davies tuvo que cargarlo hasta allí.

—¿Y tu padre sabe que estoy aquí? —indagó el más joven, bebiendo un sorbo de su té.

—No vivo con mi padre, Oliver. En este apartamento solo estamos tú y yo.

Antes de que Oliver pudiera emitir palabra, un leve maullido llamó su atención. Un nuevo peso se sintió sobre el colchón, dando paso a un gatito gris que se enrolló sobre sus piernas.

—Y Pelusa —agregó el otro—. Tú, yo y Pelusa.

—Es muy lindo —admitió mientras dejaba la taza sobre la mesita de noche y acariciaba su lomo—. Aunque soy más de perros.

Ryan permaneció unos segundos en silencio.

—Largo de mi casa, Oliver.

—¡Oye! Es un país libre.

—Pero la propiedad es privada, por lo que estoy en mi derecho de querer echarte a patadas si vuelves a decir eso.

Ambos rieron. Oliver no estaba seguro de tocar el tema del beso de la noche anterior. No quería hacerlo, ya que eso lo llevaría a cuestionarse si realmente había disfrutado aquel momento con Davies. Quiso golpearse muy fuerte. Fue un estúpido al dejarse llevar por las copas que tenía de más en su sistema, pero los apetecibles labios de Ryan lo habían hipnotizado y fue demasiado fácil caer ante sus encantos.

Fuego en fuego [✔️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora