5. Gaaay

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Capítulo 5: Gaaay

Si alguien le hubiera dicho que estaría en la banca de un parque junto al hijo del hombre que su padre más odiaba, Oliver se habría burlado, echado al piso y reído hasta que su estómago doliera.

Pero ahí estaba, un lugar bastante bonito que no recordaba haber visitado antes. Tal vez porque su padre nunca le había permitido juntarse con la gente común que solía pasar sus tardes tranquilas allí. La gente normal que contaba con la libertad de salir a tomar aire fresco de vez en cuando.

—¿Qué te parece?

—Es bonito —admitió el castaño, mirando cómo el sol ya se ocultaba en el horizonte.

—No mucho más que tú, Oliver.

Sus mejillas se tiñeron de la vergüenza y, en medio de la desesperación, no se le ocurrió algo mejor que tirar al rubio de la banca de madera.

—No vuelvas a decir eso, Davies, o juro que te cortaré la lengua.

Ryan, lejos de estar molesto por su actitud infantil, sonrió enternecido.

—Te ves lindo cuando te sonrojas.

—Basta.

—No te resistas —sacudió los polvos de su pantalón de vestir para acomodarse de nuevo a su lado—. Déjate querer.

—No son más que mentiras.

El entrecejo de Ryan quedó fruncido y sus brazos se cruzaron encima de su pecho.

—Cuando ves algo que es bonito, crees que es perfecto —la voz de Oliver salió más baja y temblorosa de lo que hubiera deseado—. Pero yo no soy perfecto y, por ende, no soy lindo como dices.

—Es la estupidez más grande que ha salido de tu boca. Y mira que has dicho muchas desde que te conocí —Oliver abrió la boca, tal vez para quejarse, pero Ryan lo detuvo con un movimiento de manos—. No sé qué mente retorcida e idiota te ha metido esa idea en la cabeza, pero puedo decirte que te equivocas al pensar que lo hermoso es perfecto. La belleza es subjetiva, Oliver, y eso la hace imperfecta.

—¿Cómo?

—La belleza de una persona no puede medirse con estándares objetivos porque no es una ciencia. Lo que para mí es hermoso, para otra persona puede no serlo. La belleza es como el amor, Oliver. Y nadie, en su sano juicio, es capaz de medir algo tan indescifrable como el amor.

Oliver no volvió a abrir la boca. No se veía capaz de refutar lo que Ryan había dicho sobre la belleza, y el amor, y todas las cosas que parecían filosofía cuando eran dichas por él. No estaba seguro si le gustaba escucharlo. Tampoco si tenía sentido darle la razón. Oliver creía saberlo todo, pero en realidad no sabía absolutamente nada y eso le aterraba. O quizás solo lo confundía. Ni siquiera en eso estaba al cien por ciento seguro.

Cuando los últimos rayos del sol desaparecieron, una fresca brisa le dio la bienvenida a la noche en San Francisco. El castaño se preguntó si su padre había intentado buscarlo. Sacó su teléfono, pero no tenía llamadas perdidas; ni siquiera un simple mensaje. A Oliver pudieron haberlo secuestrado los alienígenas y a nadie le importaría. No iba a deprimirse por el poco interés que tenían sus padres sobre él. Ya estaba acostumbrado a ser invisible ante sus ojos.

Ryan no emitía sonido alguno. Sin embargo, a Oliver le gustaba eso. El silencio siempre había sido un buen acompañante a lo largo de su vida y agradecía que por fin alguien respetara ese silencio.

Ryan no era como Deva. A la pelirroja le gustaba parlotear sobre el primer tema que se le cruzara por la cabeza, por más ridículo o irrelevante que fuera. Deva disfrutaba hablar, Oliver era bueno escuchando. Tal vez porque nunca tuviera algo interesante que decir.

Fuego en fuego [✔️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora