Parte 5

34 14 1
                                    

A lo lejos, divisé la silueta de esa persona que me dejó indignada y que quiero vengarme de alguna manera. No obstante, a pesar de la decepción tengo nervios, porque sigue siendo él y todavía me sigue gustando.

Concentrada hacia donde caminaba, lo seguí. Giró a la derecha y yo, a unos cuantos metros, hice lo mismo; fue entonces que observé como él entraba a la biblioteca, solo. De seguro tendrá que estudiar o quizá querrá leer, yo qué sé.

Suspiré y entré. Saludé a la bibliotecaria quien me sonrío al verme. Porque claro, yo casi siempre vengo a estudiar o a dormir, como todos los martes en las mañanas.

Seguí con la meta de buscar a Bryce, lo busqué por las mesas que estaban cerca y no; por medio de los estantes, tampoco; incluso en el área de juegos e internet, no.

¿Dónde carajos...?

Giré a mi izquierda y como si hubiese sabido que lo estaba buscando, apareció. Tenía un par de libros en la mano y unos audífonos de diadema sobre su cabeza. Me acerqué a él, decidida.

Bryce dejó los libros sobre una mesita y al lado de ésta, había una silla. Nunca había visto esta mesita por aquí.

Antes de que se sentase, llegué al frente y lo empujé, éste cayendo de culo al asiento. Creo que le dolió porque su mueca fue tanto de sorpresa como de dolor. Sus ojos se abrieron más al verme y sus manos se elevaron a su cabeza, quitándose la diadema para dejarlas colgado por su cuello.

-Hi... -quiso decir mi nombre pero se calló al sentir mi mano izquierda posarse sobre su cuello, apretándolo. El rostro de Bryce fue un poema; asustado, confundido, intrigado, sorprendido y, sobre todo, burlón.

-Te dije que cuando te viera te iba a matar -le susurré, mirándolo fulminante que tanto sé hacer. Mi voz sonó un tanto rasposa y gruesa, segura. Él parpadeó un par de veces.

Sonrió, yo apreté más el agarre -Vale... Pensé que era broma...

Volvió a callarse de golpe cuando saqué de mi bolsillo trasero unas tijeras puntiagudas. De esas que están prohibidas en muchos institutos y de los que niños pequeños no pueden manejar, según los adultos.

Apunté mi arma a uno de sus ojos, sentí con mi tacto, como él tragaba saliva y su pulso acelerarse. No se lo esperaba.

-Venga... Hillary, ¿No me vas a sacar un ojo con eso, o sí? -preguntó, mirándome a los ojos. Y al verme que no sonreí y estabas más que dispuesta a enterrarle las tijeras, él alza sus manos-. Ya, ya. Perdona. Pero no me vayas a enterrar esa... cosa -mira la punta de la tijera y vuelve a mirarme.

-¿Con qué derecho?

-Emm, pues, sería un delito. Un... sí, delito -no supo hallar otra palabra-. ¿Segura que quieres sacarle un ojo a tu amigo?

Eso me tomó por sorpresa. Yo. Amiga. De. ¿Bryce? Fruncí mi ceño. El contrario puso su mano sobre la mía que reposaba sobre su cuello apretándolo. Ese tacto me dio un escalofrío que casi por inercia le suelto, pero lo que hice fue cerrar más mi mano.

-No me dejas respirar... ay -quiso soltarme, pero no me dejé-. Hillary... -tosió-, en serio me vas a matar.

» Me gustan que me ahorquen, pero no de esta manera ni en esta situación -al entender su doble sentido lo solté. Él tragó fuerte el aire y su pecho subió y bajó frecuentemente, llenando sus pulmones de oxígeno. Tosió un par de veces.

» Que miedo das -tembló como si una corriente le hubiese pasado por todo su cuerpo. Bryce me miró, sobándose con una de sus manos su cuello.

-Te lo merecías -me crucé de brazos, teniendo todavía las tijeras en la mano.

100 días para conquistarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora